Compañeras y compañeros, señoras y señores:
No vengo a hablar del parlamentario y presidente del Congreso de Colombia, ni del presidente de la Corte Suprema de Justicia, ni del presidente del Gran Consejo Electoral, ni del jurisconsulto, sino del José Jaramillo Giraldo que iniciara su vida pública hace cincuenta años en Popayán, en la lucha abierta por los derechos de los indígenas del Cauca, siempre vejados y siempre perseguidos; del José Jaramillo Giraldo que rescata de las gestas comuneras el manifiesto de las mujeres de Cáqueza en el cual exigían a sus dirigentes, hace doscientos años, socializar el común; del extraordinario intérprete de la definitiva participación de las masas populares en las lides libertarias, sin cuyo concurso jamás hubiéramos logrado la primera independencia ni forjado la nacionalidad; del José Jaramillo Giraldo abanderado de las luchas de los campesinos por la tierra; del defensor delas reivindicaciones políticas y económicas del proletariado, y del José Jaramillo que se preocupó siempre por encender entre la juventud el fuego de la rebeldía, con su ejemplo y su verbo revolucionario, para que continúen la brega de sus mayores, hasta ganar para Colombia la completa emancipación y situarla dentro de las naciones prosperas y avanzadas del orbe.
Yo estoy seguro que a José Jaramillo Giraldo no le hubiera agradado que viniéramos hoy simplemente a lamentarnos, cuando hay tantas cosas de su formidable y tensa parábola vital que debemos exaltar y resaltar. Ni siquiera esta trágica ceguera de los últimos años lo arredró; “Sin un campo de luz en las cuencas de coral de mis ojos muertos”, como a veces comenzaba sus discursos en las plazas y veredas, recorrió todo el país defendiendo la verdad de los humildes; porque vio más allá que muchos de sus coetáneos. Lo recuerdo irrumpiendo entre las multitudes en las incontables campañas que realizamos juntos, en donde superó todos los límites del esfuerzo y la oratoria para combatir al régimen bipartidista del Frente Nacional que ha expoliado sin piedad al pueblo durante cuatro largos lustros. Rememoro su intervención determinante en los grandes momentos clarificadores por orientar a las huestes de Anapo en el sentido del cambio revolucionario y de la lucha por romper la dependencia externa. Nunca transigió con la componenda ni la entrega. Cuando la lógica de la contienda entre oprimidos y opresores llevó al general Gustavo Rojas Pinilla a encabezar un movimiento objetivamente enfrentado al poder oligárquico, la figura de José Jaramillo Giraldo ocupó la primera línea. Su candidatura presidencial fue precisamente el audaz desafío que un partido en ciernes lanzaba al rostro de los paniaguados del sistema y que en gran medida contribuyó a desencadenar el espectacular ascenso del anapismo en abril de 1970, infortunadamente desaprovechado.
José Jaramillo Giraldo, lejos de dejarse arrastrar por la marea oportunista, se irguió con valentía contra la claudicante corriente que había resuelto besar el manto de los poderosos. No fue óbice para el incansable luchador la enormidad de la empresa ni el nuevo camino erizado de obstáculos que estaba decidido a emprender. La reorganización de las fuerzas revolucionaria de Anapo, y la unidad de éstas con los partidos revolucionarios, se convirtieron desde entonces en sus preocupaciones principales. Por ello lanzó, hace más de dos años, el llamamiento a la unidad de la izquierda, que tan entusiasta acogida tuvo en el MOIR, la Democracia Popular y otros sectores y personalidades de nuestro pueblo; José Jaramillo Giraldo empeñó en este tramo de su vida la totalidad de su portentosa capacidad humana para poner en marcha la anhelada unión de los oprimidos de Colombia. Con justicia podemos decir hoy que en la creación del Frente por la Unidad del Pueblo, en la adopción de su programa nacional y democrático y en la batalla librada contra las candidaturas de la oligarquía, el aporte de José Jaramillo Giraldo fue decisivo. Con fervor y dinamismo, de los que todos debemos aprender, llevó a cabo las tareas fundamentales en el arranque de la vida del Frente.
Y así, en los últimos años, los problemas relativos a la construcción de una única alianza de las fuerzas revolucionarias y antiimperialistas en Colombia, venían reclamando enteramente la atención de José. A semejanza del comandante que permanece firme a la vanguardia de sus efectivos, aun en las peores vicisitudes, José siguió adelante en el combate por la unidad del pueblo, por encima de limitaciones que en cualquier otro hombre lo hubieran reducido a la inactividad.
La muerte de José Jaramillo Giraldo, cuando son evidentes los síntomas de que una próxima borrasca se cierne sobre nuestro país, hace más ostensible el vacío que deja entre nosotros. Presintiendo que se cerraba el ciclo de su fructífera existencia y leal a los principios que guiaron su diario trajinar de combatiente, a cada momento nos insistía en proseguir en la pelea, a marchar siempre adelante, que la crisis de la sociedad colombiana no puede tener otra solución que el triunfo total y completo de los sojuzgados y perseguidos. En el mensaje que nos enviara a Pereira nos alertó en que, ante las graves dificultades de la hora, los revolucionarios habremos de perseverar en la lucha contra la escalada represiva, sin claudicar ante nada. José vislumbró que las condiciones adversas tendrán que cambiar y que el pueblo colombiano, después de tanto sufrir y batallar, encontrará al fin su destino. A quienes le conocimos, le seguimos y le amamos nos corresponde trabajar incansablemente hasta hacer realidad lo que fuera el motivo capital de todos sus desvelos; la victoria de la revolución colombiana.
Compañero José Jaramillo Giraldo: esta mañana, cuando te vimos metido en tu cadáver de capitán valiente, al lado de la incomparable Solita, de tus hijos Rubén, Luz, Gloria, Patricia, Leonardo, Manuel Augusto, y rodeado de los hombres y mujeres de tu patria, nos inclinamos para recoger tu último mensaje y transmitirlo a los cuatro vientos. Ahora eres parte de la historia, has sumado tu voz a la voz de los volcanes, para seguir clamando, junto a los inmortales, por la grandeza y el progreso de los pueblos.