INVASIÓN A AFGANISTÁN: EL MUNDO CONDENA AL SOCIALIMPERIALISMO SOVIÉTICO

Con su ocupación de Afganistán, una nación del Tercer Mundo, el socialimperialismo ha creado una de las más serias amenazas a la paz mundial de las últimas décadas. Esta acción de piratería internacional ha puesto en claro el carácter agresivo de la Unión Soviética, que se revela con nitidez como el principal y más peligroso enemigo de los pueblos del mundo. Al mismo tiempo, la crisis provocada por la URSS ha generado importantes cambios en las relaciones políticas en todos los continentes y ha sentado las bases para la conformación de una amplia coalición contra el hegemonismo ruso y sus ansias de guerra.

La anexión de Afganistán
En septiembre del año pasado fue muerto Mohamed Taraki, presidente afgano y fiel aliado de la URSS, quien gobernaba desde abril de 1978. Lo sustituyó Hafizullah Amín, otro títere soviético, que se desempeñaba como Primer Ministro. Para ese entonces, se encontraban en Afganistán unos 5.000 consejeros rusos dirigiendo las operaciones represivas contra la rebelión popular que desde hacía un año había estallado en todo el país. Sin embargo, según informes de la prensa pakistaní, ya desde comienzos de diciembre de 1979 tropas regulares soviéticas estaban cruzando la frontera, aparentemente con el fin de apuntalar el régimen de Amín.

Empero, el 27 de diciembre fue derrocado y ejecutado por órdenes del Kremlin el gobernante afgano, a quien se acusó de “agente del imperialismo”. Los revisionistas instalaron en el Poder a su tercer pelele, Babrak Karmal, traído desde Checoslovaquia, donde era embajador. El golpe fue anunciado primero por emisoras rusas y sólo horas más tarde por Radio Kabul. El cuartelazo estuvo precedido por un puente aéreo de 150 aviones rusos que transportaron, en cuestión de horas, más de 10.000 soldados a la capital de Afganistán; este destacamento jugó un papel decisivo en los sucesos del 27. Según las autoridades de la URSS, esta decidió invadir a su vecino meridional para “ayudar al país amigo en el ejercicio de su derecho a la autodefensa individual y colectiva para rechazar la agresión imperialista externa”. El mismo Brezhnev afirmó cínicamente que “no hubo y no hay ninguna clase de intervención y de agresión soviética”. Y prosiguió: “La cosa es otra; ayudamos al nuevo Afganistán a petición de su gobierno a defender la independencia nacional, la libertad y el honor de su país contra las agresiones armadas desde el exterior”. O sea que Amín llamó a las tropas rusas para que invadieran su patria, lo protegieran de una inexistente amenaza externa y, de paso, lo asesinaran, derribaran su régimen y lo reemplazaran por otro igualmente servil. Tal la lógica socialimperialista. En cuanto a las “agresiones desde el exterior”, los soldados soviéticos estacionados en Afganistán sólo se han dedicado a masacrar al pueblo insurrecto, a saquear, a torturar y tomar posiciones para futuros ataques contra otros Estados de la región. En pocos días, las fuerzas invasoras sumaron 50.000 efectivos, y hoy se calculan en 100.000 apoyados por centenares de tanques, aviones y helicópteros último modelo. Los refugiados han venido denunciando con insistencia que los ocupacionistas lanzan contra los patriotas napalm y gases venenosos en las zonas rurales. No obstante, los soviéticos se empantanan en la guerra santa de liberación nacional adelantada por los afganos, y reforzada por las deserciones masivas del ejército regular de Kabul. Los rebeldes, a pesar de la gran superioridad de la URSS en armas y equipo, controlan parte de las provincias, mientras los agresores están confinados principalmente en los centros urbanos. Cada incursión de los rusos en campos y montañas les cuesta numerosas bajas y pérdidas de material. Dice un líder guerrillero: “Combatimos a los rusos día y noche. No les damos descanso. Ya hemos matado a miles de ellos”. Los diferentes grupos en pie de guerra han sellado su unidad en torno al Frente Islámico Unido de Liberación Nacional, a cuyos integrantes los soviéticos llaman “bandidos”, “ateos venidos a menos” y “banda de criminales”. Los líderes del Kremlin, por su parte, han declarado que no retirarán sus huestes hasta cuando “hayan desparecido las causas” que motivaron su intervención, corroborando tranquilamente la virtual anexión de Afganistán.

El gobierno y el pueblo de la República Popular China están brindando una valiosa y desinteresada ayuda de toda índole al valeroso ejército rebelde en su guerra de resistencia al invasor imperialista.

La insurgencia de las masas afganas crece día a día en todo el país, incluyendo la capital. El 21 de febrero se inició en Kabul un paro cívico durante el cual cerraron sus puertas todos los comercios, en señal de protesta por la ocupación rusa. El gobierno decretó la ley marcial. Dos días después, la soldadesca soviética, apoyada por aviones y tanques, disparó contra una multitudinaria manifestación en las calles de la ciudad, asesinando a cerca de 200 civiles indefensos. Como resultado de esta horrenda masacre, se ha incrementado la resistencia y el ejército regular afgano se descompone aceleradamente por nuevas y nutridas deserciones.

El petróleo, principal objetivo ruso
¿Qué persigue Moscú con su invasión a Afganistán? Este pequeño y aislado país no representa aparentemente una ganancia de significación para los rusos, quienes no asumirían el riesgo de concitar contra ellos el repudio universal al invadirlo, a menos que Afganistán sea una escala en la marcha de la URSS hacia mares de aguas cálidas, hacia el Índico y el Golfo Pérsico. Este último es, por así decirlo, la vena yugular de las potencias industrializadas, ya que de dicha región salen diariamente casi 20 millones de barriles de petróleo. Arabia Saudita contiene el 25% de las reservas mundiales del crudo y la Península Arábiga en su conjunto el 60%. Europa importa desde allí el 70% de su combustible, el Japón el 90% y Estados Unidos el 17%. Tal es la importancia estratégica del Golfo.

Para la URSS la llegada a esta zona tiene un doble propósito: en primer lugar, hacerse a nuevas fuentes petroleras, ya que para mediados de la presente década se cree que sufrirá escasez del valioso crudo, sin el cual no podrá seguir expandiéndose ni hacer la guerra; en segundo lugar, bloquear los suministros vitales para Europa Occidental y el Japón, aliados claves de Estados Unidos. Con ello, Moscú colocaría a sus rivales en una posición desesperada. La invasión a Afganistán ubicó a los hegemonistas rusos a menos de 500 kilómetros del Índico y del Estrecho de Hormuz, única entrada al Golfo. Para llegar a la ansiada meta, los soviéticos tienen tres alternativas; invadir a Irán, con lo cual tendrían acceso directo al Golfo; invadir a Pakistán, con lo que alcanzarían el Mar de Arabia, frente al Golfo, o valerse de los conflictos separatistas de Baluchistán, área que abarca parte de Irán, de Pakistán y de Afganistán y limita con el mar de Arabia. Ya la soldadesca rusa ha llegado a la frontera afgano-iraní y presiona sobre los límites de Pakistán, donde se encuentran cerca de 500.000 refugiados y combatientes afganos.

Al otro extremo de la Península Arábiga, Rusia está en una posición privilegiada para cerrar la ruta del Canal de Suez. Con sus aliados de Etiopía y Yemen del Sur puede interceptar la vía del Mar Rojo. La flota soviética del Índico acecha con 20 buques y submarinos en los alrededores del Cuerno de África y el Mar de Arabia. Por otra parte, más de 1.200 mercenarios cubanos fueron trasladados recientemente a Yemen del sur para reforzar la presencia del Kremlin en la zona. Todos los movimientos arriba señalados tienen un propósito máximo para el socialimperialismo; cercar a Europa Occidental por los flancos y arrebatarle sus recursos y rutas esenciales, en espera de la oportunidad propicia para tomarla por asalto. No hay que olvidar, sin embargo, que los rusos, al ocupar Afganistán, también estrechan su cerco sobre el bastión de la revolución mundial, la Republica Popular China, operación ya iniciada en el Sudeste Asiático, con las conquistas vietnamitas.

¿Por qué la Unión Soviética está provocando tensiones y buscando nuevas adquisiciones imperiales? ¿Por qué necesita la guerra como ninguna otra potencia? Desde el punto de vista político, ante el pronunciado repliegue del águila norteamericana en todo el mundo, a raíz de su derrota en Indochina y otros contratiempos, el oso ruso comenzó a dar zarpazos a diestra y siniestra. No obstante, son razones económicas las que impulsan ciegamente las actuaciones belicosas de los nuevos zares. Desde cuando la camarilla burocrática revisionista emprendió la senda de la restauración capitalista en la URSS, ese país experimenta agudos problemas en su economía. Importa anualmente decenas de millones de toneladas de cereales, el aumento de su producción agrícola es cada vez menor (en 1976 fue del 4.0% y en 1977 del 3.0%); el crecimiento de su producto interno bruto ha venido disminuyendo verticalmente (entre 1951 y 1955 se incrementó a un promedio del 6% anual; entre 1971 y 1975 apenas a un promedio del 3.7%); su producción petrolera decrece (a partir de 1983 tal vez tendrá que importar un millón de barriles diarios).

Una de las causas de esta crisis radica en el hecho de que los gobernantes del Kremlin destinan cada vez más recursos y sectores productivos a la fabricación de armamentos y descuidan o abandonan ramas importantes de la economía nacional. Además de que la Unión Soviética explota sus neocolonias, (Cuba, Europa Oriental, Vietnam, Etiopía), a algunas de ellas ha tenido que subsidiarlas, gastando ingentes sumas de dineros, materias primas, víveres y material bélico. Es por todo lo anterior que Moscú necesita con urgencia fuentes de recursos naturales y de alimentos. Y sólo tiene una forma de adquirirlos: por medio de la fuerza. Es más, tendrá que apurarse, y lo está haciendo, debido a sus profundas e irreconciliables contradicciones económicas. De ahí que inevitablemente la URSS tenga que provocar una confrontación militar a grande escala.

El mundo condena a la URSS
Con la sola excepción de los lacayos de Rusia, todos los países del orbe levantaron su voz para condenar, en una u otra forma, el infame atropello cometido en Afganistán y las consecuencias que de ello se derivan. La superpotencia yanqui, que se hallaba enfrascada en la crisis de los rehenes con Irán en el momento de la invasión soviética, reaccionó tomando una serie de medidas de represalia: 1) propuso la discusión del tratado de armas nucleares. SALT II; 2) suspendió la venta de 17 millones de toneladas de grano a la URSS; 3) canceló los permisos para la transferencia de alta tecnología a los rusos; 4) restringió los derechos de pesca de barcos soviéticos en aguas estadinenses; 5) aplazo el establecimiento de consulados en los dos países, así como los intercambios culturales y económicos; 6) solicitó el boicoteo mundial a los Juegos Olímpicos de Moscú; 7) ofreció ayuda militar por 400 millones de dólares a Pakistán; 8) inició negociaciones para establecer bases militares en Kenya, Somalia y Omán; 9) movilizó más de 20 navíos de guerra y 1.800 marines al Mar de Arabia, y 10) aumentó el presupuesto de Defensa a 159.000 millones de dólares.

El presidente Carter, aguijoneado por su rival en las elecciones, Kennedy, y por otros sectores políticos, afirmó: “Un intento de cualquier fuerza extranjera por ganar control sobre la región del Golfo Pérsico, será considerado como un asalto a los intereses vitales de los Estados Unidos de América. Y dicho asalto será repelido con todos los medios necesarios, incluyendo la fuerza militar”. Sin embargo, una cosa es esta inusitada declaración de Carter, quien se ha caracterizado por sus posiciones vacilantes frente al avance Ruso, y otra las posibilidades militares reales de Washington en la susodicha zona. En efecto, los Estados Unidos no están en capacidad de movilizar al Golfo en corto tiempo suficientes tropas y equipo pesado como para contrarrestar un ataque masivo de la Unión Soviética, que ya tiene estacionados muy cerca numerosos contingentes. El pomposo destacamento especial de 150.000 hombres que está alistando el Pentágono, estará en plena capacidad operacional en unos tres años, con un costo de más de 10.000 millones de dólares; la armada carece de la cantidad necesaria de embarcaciones de transporte rápido, y lo mismo ocurre con la aviación. Mientras tanto, los aviones soviéticos pueden atacar el Golfo desde sus bases en Afganistán. De todos modos, las medidas militares de la Casa Blanca son, por ahora, insuficientes para refrenar cualquier movimiento ofensivo de envergadura por parte de Rusia.

Con relación a los principales aliados de Estados Unidos, el Mercado Común Europeo y el Japón decidieron no aumentar sus ventas a la Unión Soviética, con lo cual ésta no podrá suplir los faltantes generados por el bloqueo de Washington. Igualmente, la mayoría de los gobiernos está dispuesta a sumarse al boicoteo de las Olimpiadas.

No obstante, algunos países europeos han mostrado ciertas vacilaciones frente a la Unión Soviética. Estas posiciones se explican por tres factores primordiales: en primer lugar, muchos líderes europeos han perdido la confianza en la administración Carter por su política errática y conciliadora en el manejo de las relaciones entre las dos superpotencias.

En segundo lugar, la proximidad geográfica con la URSS hace muy cautelosos a los europeoccidentales. En tercer lugar, no debe olvidarse que el Mercado Común mantiene un enorme comercio con los rusos, que en 1979 alcanzó la cifra de 8.200 millones de dólares. Para Europa, una actitud conciliadora puede resultar altamente peligrosa, más cuando están registrando alarmantes movimientos de tropas del Pacto de Varsovia en Hungría y Bulgaria, países limítrofes con Yugoslavia, cuyo máximo dirigentes, Tito, se halla al borde de la muerte.

Por otro lado, la URSS ha recibido dos serios golpes políticos muy indicativos de su creciente aislamiento. En primer lugar, la apabullante derrota sufrida el 14 de enero en la ONU, cuando fue aprobada por 108 votos contra 18 una propuesta tercermundista condenando la invasión a Afganistán y exigiendo el retiro de las fuerzas rusas. (Una semana antes, el Kremlin, había vetado en el Consejo de Seguridad una proposición similar). En segundo lugar, el 29 de enero, 34 países de la Liga Árabe se pronunciaron contra la agresión del socialimperialismo incluyendo a la OLP, Argelia, Libia, Irán y Irak. Egipto expulsó a más de mil técnicos soviéticos y las autoridades iraníes expresaron su apoyo a los guerrilleros afganos y su repudio enérgico a la política soviética. Asimismo, los gobiernos de Irán y Estados Unidos comenzaron a dar los pasos necesarios para solucionar el problema de los rehenes (retenidos desde el 4 de noviembre ultimo) ante la evidente amenaza que representa para Teherán la proximidad de las hordas revisionistas.

A pesar de que la India ha solicitado tímidamente el retiro de las tropas rusas, no debe olvidarse que Moscú y Nueva Delhi tienen un tratado de amistad desde 1971 y que Indira Gandhi simpatiza abiertamente con el socialimperialismo. Otro problema es la tradicional hostilidad entre la India y Pakistán, nación esta que ha recibido últimamente frecuentes amenazas verbales por parte de altos funcionarios de la URSS, y que obtendrá una limitada ayuda bélica del Pentágono, lo cual puede ser aprovechado por los rusos para ganarse a los indios.

La respuesta soviética ante toda esta oleada de protestas ha sido propia de cualquier filibustero imperialista. A finales de enero, Brezhnev, en una reunión con el presidente de la Asamblea Nacional francesa, explicó refiriéndose a la ocupación de Afganistán: “¿Por qué está tan excitado el mundo con este asunto menor? Es apenas una pequeña acción de policía. Tenemos unos pocos soldados custodiando carreteras y puentes. Eso es todo”.

Entre el 5 y el 13 de enero, el secretario de Defensa de Estados Unidos visitó Pekín, donde se entrevistó con los dirigentes de la República Popular China. Los dos países acordaron estrechar su cooperación en los asuntos internacionales, fortalecer su capacidad defensiva y tomar acciones paralelas para salvaguardar la paz y la seguridad.

Desde hace más de cinco años, los camaradas chinos han venido insistiendo en que la Unión soviética constituye el principal enemigo de los pueblos y la mayor amenaza a la paz. De igual modo, han llamado a los países del Tercer Mundo y del Segundo Mundo (Europa Occidental, Canadá, Japón, Australia) a conformar, junto con los Estados Unidos, un frente contra el expansionismo ruso. La invasión a Afganistán ha mostrado la justeza meridiana de esta política y poco a poco, los distintos gobiernos van comprendiendo la necesidad de dicha coalición. Para China esta es una cuestión de vida o muerte, ya que en su frontera septentrional afronta el peligro de más de un millón de soldados soviéticos. Para la revolución mundial y la causa del socialismo es, asimismo, una cuestión de vida o muerte. Del éxito de este frente dependerá el que triunfe la más tenebrosa reacción fascista o que salgan avantes las fuerzas democráticas y revolucionarias del mundo. El socialimperialismo está más decidido que nunca a la guerra. Pero su debilidad económica y política; (compensada sólo con unas fuerzas armadas gigantes), su aislamiento internacional, su excesiva expansión, que lo obligará a pelear en varios frentes muy distantes entre sí, determinarán su derrota definitiva.