Durante más de dos meses a partir de julio del año pasado, centenares de miles de obreros poloneses mantuvieron prácticamente paralizada la economía de este país de Europa Occidental, con un movimiento huelguístico, sin precedentes por su amplitud y unidad, en procura de sentidas reivindicaciones económicas y políticas.
Como resultado de la dominación neocolonial que ejerce la Unión Soviética sobre dicho país, las crisis económicas han generado varias explosiones de descontento entre las masas trabajadoras. Así, en 1970, estallaron numerosos paros en protesta contra el aumento de los precios de los alimentos básicos; la reacción violenta del régimen dejó un saldo trágico de 45 proletarios muertos. Los hechos sangrientos precipitaron la caída del líder del Partido Obrero Unificado, Wladislaw Gomulka. En 1976, se repitió la insurgencia obrera por motivos similares; la escasez crónica de artículos de primera necesidad y los aumentos de precios. Las malas cosechas en la agricultura (el 80% de la cual está compuesta por explotaciones privadas), el alza de un 150% en el petróleo importado de la URSS, el incremento promedio del 60% en los precios de los alimentos, la escasez y las exageradas obligaciones de la deuda externa (20% del ingreso proveniente de las exportaciones), llevaron a la nación a la bancarrota. El gobierno dirigido por Edward Gierek resolvió temporalmente el problema recurriendo a la represión (numerosos arrestos y dos trabajadores asesinados) y a un préstamo de Moscú de más de 100 millones de dólares.
Hacia mediados de 1980 de nuevo se sintieron los efectos de las periódicas crisis económicas. Polonia depende cada vez más del capital foráneo, principalmente ruso, para solventar sus apremiantes necesidades productivas. Actualmente, la deuda externa alcanza los 23.000 millones de dólares, cuyo servicio absorbe alrededor del 60% de las exportaciones a Occidente; la inflación es del 19% y el ingreso nacional declinó en 1979 en un 2%; las materias primas y los carburantes comprados a la URSS equivalen al 58% de las importaciones polonesas. Con el fin de adquirir divisas, el Estado emprendió grandes exportaciones de carne, con lo cual comenzó a escasear este producto en el mercado y sus precios subieron. Esta fue la chispa que provocó la airada inconformidad de los asalariados.
Los paros se iniciaron el 1° de julio en varias fábricas de Varsovia, incluida la planta de tractores “Ursus”, y de Lublin. A mediados de agosto, se sumaron al movimiento los 16.000 trabajadores del gigantesco astillero “Lenin” del puerto de Gdansk, quienes se tomaron las instalaciones de la empresa; la determinación de estos operarios fue imitada bien pronto por sus compañeros de ciudades bálticas como Gydnia y Sopot, abarcando unas 400 industrias y cerca de 100.000 proletarios. Las exigencias planteadas al gobierno contemplaban no sólo el aumento de salarios y la reducción de los precios de los alimentos, sino también el establecimiento de sindicatos libres e independientes, el derecho legal a la huelga, la abolición de la censura de prensa y la liberación de todos los presos políticos. En pocas semanas, los obreros en huelga sumaron 300.000, paralizando una parte considerable de la construcción naval, la metalurgia, la minería, los textiles, la construcción de maquinaria, los puertos y el transporte público. Un líder de los asalariados de Gdansk señaló que “durante años se nos ha prometido el paraíso; sólo hemos tenido miseria”. Por su parte, el dirigente del comité nacional de huelga, Lech Walesa indicó: “Sí en unos cuantos días no obtenemos resultados, que se extiendan los paros”.
A diferencia de las crisis anteriores, el gobierno de Gierek decidió entablar negociaciones con los huelguistas, no sin antes amenazar abiertamente con una posible intervención rusa. En efecto, un alto funcionario estatal dijo: “Ni las huelgas ni la continuación de la presente situación pueden seguir. En la República Democrática de Alemania hay tropas soviéticas. Si las comunicaciones militares vía Polonia se interrumpen como resultado de los paros, ello constituye una amenaza para la Unión Soviética”. Cuando a comienzos de septiembre el número de obreros parados alcanzaba el medio millón y las empresas sobrepasaban las 600, el periódico del Partido, Tribuna Ludu, anotaba amenazante que “nuestro país está directamente en la zona de seguridad de la potencia socialista mundial, la Unión Soviética”. Y para completar esta campaña de intimidación con el espectro de la invasión del oso ruso, el mismo Brezhnev declaró: “Nosotros no usurpamos la tierra de nadie ni interferimos en sus asuntos internos. Pero siempre defenderemos nuestros derechos e intereses legítimos”. La prensa soviética acusó sistemáticamente a los obreros rebeldes de “elementos antisocialistas que trataban de “aprovechar la complicada situación en el país para exacerbar las dificultades tanto políticas como económicas”. No debe olvidarse que el socialimperialismo mantiene en territorio polonés dos divisiones de tanques (650 vehículos) y 35.000 hombres.
La formidable ola de protesta desató varias purgas en los altos niveles de la dirección del Partido, incluido su jefe máximo, Gierek, quien fue sustituido el 5 de septiembre por Stanislaw Kania.
Luego de intensos forcejeos entre los representantes del Estado y los sindicatos, los primeros se vieron obligados a aceptar todas las demandas de las masas laboriosas, a comienzos del mes de septiembre. Entre los principales puntos acordados figuran: creación de sindicatos nuevos, independiente y libres del tutelaje oficial; derecho de huelga; libertad de prensa; incrementos salariales graduales; control de precios; limitación de las exportaciones de carne; programas de vivienda popular, etc. Para poder cumplir con los compromisos adquiridos, el gobierno de Varsovia sólo tiene una alternativa: recurrir al endeudamiento con el capital extranjero. En agosto obtuvo un préstamo de 325 millones de dólares de un grupo de bancos occidentales y otro de 672 millones de Alemania Federal; en septiembre aceptó un crédito de los Estados Unidos por 670 millones de dólares para la compra de granos y alimentos norteamericanos, y un préstamo soviético de 100 millones como adelanto de los 1.300 millones prometidos por Moscú.
Sin embargo, la marejada de huelgas no terminó con la firma del acuerdo. Los mineros del carbón de Silesia abandonaron las labores exigiendo mejores salarios y condiciones de trabajo. El gobierno también hubo de aceptar los puntos de los 200.000 mineros en paro. Al mismo tiempo, en por lo menos 20 localidades, estallaron nuevos conflictos.
A finales de octubre se agudizó una vez más la tensión en Polonia cuando un tribunal de Varsovia, encargado de registrar legalmente al sindicato independiente “Solidaridad” (que representa una cincuentena de organizaciones y cerca de diez millones de obreros), modificó sus estatutos incluyendo una cláusula que estipula el “papel dirigente” del Partido sobre la actividad sindical, así como serias limitaciones al derecho de huelga. El valiente proletariado polonés repudió enérgicamente esta maniobra del régimen y amenazó con una huelga general para mediados de noviembre si no se eliminaba la disposición judicial. El dirigente Walesa anotó: “Somos conscientes de las pérdidas económicas que conllevaría otra huelga, pero ya que esa es nuestra arma no podemos dejar de usarla”. El 30 de octubre, el jefe del Partido Obrero Polonés, Kania, y su primer ministro viajaron a Moscú a informar a sus amos sobre la situación del país, lo cual proyectaba la sombra de la intervención rusa en caso de que la insubordinación obrera no lograra ser aplacada. Un líder sindical dijo al respecto: “Los tanques nos pueden ocupar, pero no nos pueden hacer trabajar”.
No obstante, a pesar de la realización de grandes maniobras militares conjuntas polaco-soviéticas, el movimiento continuó firme en sus demandas, a tiempo que recibía el apoyo de estudiantes, médicos y choferes de varias ciudades. Finalmente, el 10 de noviembre, el Tribunal Supremo de Polonia cedió a las demandas obreras y resolvió eliminar la cláusula de la constitución de “Solidaridad” que estipulaba la supremacía del Partido. Con ello, los trabajadores poloneses obtuvieron una resonante victoria luego de más de cuatro meses de intenso batallar.
Pocos días después, renació la agitación sindical en todo el territorio polonés; los obreros ferrocarrileros, los textileros y los mineros del carbón se lanzaron a la huelga, y 16.00 trabajadores de una fábrica de tractores de Varsovia pararon en protesta por la detención de dos activistas. Para el 26 de noviembre, pasaban de treinta las factorías paralizadas y se conoció que cerca de veinte organismos del Partido de diferentes regiones exigieron a la dirección central medidas para democratizar dicha organización.
Enfrentando la amenaza rusa
A partir del 2 de diciembre, la Unión Soviética empezó preparativos para una posible invasión a Polonia, colocando en estado de máxima alerta una treinta de divisiones en la Rusia europea, Checoslovaquia y Alemania Oriental. De inmediato, la Casa Blanca advirtió al Kremlin que “una intervención militar extranjera en Polonia tendría las consecuencias más negativas en las relaciones Este–Oeste en general y en las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética en particular”. Por su parte, los países miembros de la OTAN amenazaron a Moscú con tomar fuertes represalias diplomáticas y económicas en caso de que se produjera la entrada de tropas del Pacto de Varsovia y Polonia. “Afganistán es una cosa; pero no hay que olvidar que esto es Europa”, señaló un dirigente Alemán. La posición de Occidente fue respaldada por la República Popular China.
Empero, debe tenerse en cuenta que una acción soviética contra Polonia no es tan sencilla como la realizada contra Checoslovaquia en 1968, la actitud enérgica de la OTAN, el triunfo de Reagan, la guerra en Afganistán, las tensiones en el Golfo Pérsico, el fuerte patriotismo del pueblo polonés y el creciente aislamiento y las dificultades económicas de la URSS son todos factores que deben considerar los burócratas rusos antes de pasar a las medidas militares.
Desde mediados de diciembre la insubordinación pasó al campo: más de medio millón de agricultores, agrupados en un gremio llamado Solidaridad Rural, planteó al gobierno una serie de exigencias políticas y económicas. El movimiento de los campesinos ha contado con el apoyo irrestricto de los obreros industriales de toda la nación. El líder del Partido Comunista, Stanislaw Kania condenó la insubordinación señalando que “en el campo no puede haber oposición política de carácter anti-socialista”.
El año se inició con muchos conflictos al pedir los trabajadores una jornada laboral de cinco días. Según Solidaridad, el régimen se había comprometido desde 1980 a conceder todos los sábados libres a los obreros, pero ahora se niega a cumplir dicho acuerdo. Desde los primeros días de enero, Polonia se vio sacudida por una nueva e intensa oleada de paros de protesta; los proletarios se tomaron los sábados libres a la fuerza.
La crisis polonesa tuvo repercusiones en otros países de Europa; por ejemplo, en Berlín Oriental centenares de empleados del ferrocarril suspendieron la jornada en procura de alzas salariales y sindicatos libres. El gobierno de Alemania Democrática cerró la frontera con Polonia para evitar el contagio subversivo.
En Rumania, 25.000 obreros de la importante factoría de maquinaria pesada pararon para protegerlos contra la reducción de sueldos decretada hace poco por el Estado. Ni siquiera la Santa Rusia ha estado a salvo de la oleada de inconformidad; en la capital de Estonia, Tallin, miles de estudiantes realizaron manifestaciones de protesta contra Moscú, al igual que los trabajadores de la ciudad industrial de Tartu. Los pueblos de las naciones sometidas a la dominación económica y al control del social imperialismo soviético han empezado a luchar por sus derechos y su bienestar, pero sólo alcanzarán la verdadera solución a sus graves problemas liberándose de sus opresores y siguiendo el camino de una construcción socialista independiente.