Juan Pablo Arango P.
Yasser Arafat falleció el 11 de noviembre tras consagrar toda su vida a la lucha librada durante más de medio siglo por el pueblo palestino para conformar su nación.
Nació el 4 de agosto de 1929 en El Cairo. A sus escasos 17 años ya había ingresado a las huestes que combatían la división de Palestina decretada por la ONU el 29 de noviembre de 1947 –asignando 56% del territorio a Israel y 43% a Palestina–, después de que Inglaterra renunciara a su control, ejercido desde finales de la Primera Guerra Mundial cuando lo arrebató al Imperio Otomano. A partir del mismo momento de su espurio alumbramiento, el Estado de Israel comenzó su historial de desconocimiento y vapulamiento del pueblo palestino, apoderándose de 6.700 km² e iniciando la expulsión de los más de tres millones de palestinos hoy expatriados de una tierra que poblaron ininterrumpidamente desde tiempos bíblicos.
Los palestinos y los países árabes rechazaron la partición, estallando la 1a. guerra árabe-israelí tras la proclamación del Estado de Israel en mayo de 1948. En 1949 la contienda terminó con un armisticio por medio del cual Israel se quedó con más de 77% del territorio, Jordania con la margen occidental del río Jordán y con Jerusalén oriental y Egipto con la Franja de Gaza, frustrándose así la materialización del proyectado Estado de Palestina.
Arafat se refugió en Gaza y más tarde en Egipto. Entre 1952 y 1956 presidió la Unión de Estudiantes Palestinos, antes de partir hacia Kuwait, donde fundó –junto con otros compañeros de lucha– el movimiento Al Fatah. Posteriormente, en 1964 se creó bajo su liderazgo la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).
En 1967 Arafat reapareció al cabo de dos años de clandestinidad, encumbrándose desde entonces la lucha del movimiento nacional palestino frente a unos regímenes árabes derrotados por Israel en la Guerra de los Seis Días, en la cual Egipto perdió el Sinaí y la Franja de Gaza y Siria las Alturas del Golán, arrogándose Tel Aviv también el control de toda Jerusalén. Poco después, en marzo de 1968, el entonces comandante guerrillero perpetró uno de los tantos actos que lo convertirían en una leyenda y lo llevarían a ser elegido presidente de la OLP al siguiente año: con escasos 305 hombres enfrentó a doce mil soldados israelitas en la batalla de Karameh (Jordania). La monarquía jordana lo expulsaría de su territorio en septiembre de 1970, continuando así Arafat su peregrinaje de años en búsqueda de refugio y apoyo internacionales para su causa.
El 26 de octubre de 1974, un año después de que ni árabes ni israelíes obtuvieran una victoria clara en la Guerra de Yom Kippur, Arafat finalmente logró que los países árabes reconocieran a la OLP como «único y legítimo representante del pueblo palestino», y al mes siguiente repitió el suceso en la ONU.
La lucha palestina continuó sin denuedo en los años siguientes, hasta que en diciembre de 1987 los atropellos israelitas desataron la primera Intifada, movilización que involucró a cientos de miles de personas y fue salvajemente reprimida por las fuerzas israelíes. Seis meses más tarde Arafat consiguió que Jordania renunciara a sus derechos sobre Cisjordania en pro de los palestinos, y que en noviembre de 1988 se proclamara simbólicamente un Estado palestino –con él como presidente–, el cual fue reconocido por 54 países.
Cuando EU invadió Irak en 1991, Arafat apoyó a los iraquíes, lo que lo privó del respaldo de las monarquías árabes. Ello no arredró al líder, quien continuó batallando y a mediados de 1994 por fin regresó –tras 27 años de exilio– a suelo palestino, instalándose en Gaza como presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), que Israel se había visto forzada a aceptar en los acuerdos de Oslo, Noruega, de septiembre de 1993.
No obstante, la débil autoridad de la ANP –que sólo controlaba 1,1% de la Margen Occidental y una minúscula Gaza (378 km²) sembrada de asentamientos judíos– se erosionó aún más por sus contradicciones con los grupos integristas y radicales Hamas y Jihad, cuyas acciones rivalizaban con el terrorismo de Estado practicado de siempre por Israel, al paso que la OLP había renunciado a ellas desde 1988.
El 20 de enero de 1996 Arafat recibió nuevamente el respaldo de su pueblo y ganó la presidencia de la ANP con cerca de 90% de los votos. Pero el futuro no le sería más fácil. Sobrevendrían los gobiernos de Benjamín Netanyahu, Ehud Barak y Ariel Sharon, que construyeron nuevos asentamientos judíos, bombardearon ciudades y población civil, e impidieron el retorno de los refugiados palestinos. Ante estos hechos, Arafat abandonó la cumbre de Camp David II en julio de 2000, con su prestigio fortalecido por no haber cedido ante las ofertas israelíes y estadounidenses.
Un mes después el pueblo palestino se insurreccionó en la 2a. Intifada contra los desafueros y engaños de los mandatarios israelíes, quienes en una serie de acuerdos –que parten desde Camp David I (1978) hasta Oslo– postergaron el reconocimiento de su nación, concediendo a la ANP apenas un remedo de Estado. Dichos acuerdos, patrocinados por EU, buscan manipular la situación del Medio Oriente en pro de asegurar el abastecimiento petrolero estadounidense, incluir esta región estratégica en sus planes de control hegemónico y conseguir un arreglo favorable para su principal aliado regional, Israel (al que entre 1949-1998 dio ayudas por US$ 84 mil millones, que desde entonces aumentó a US$ 5.000 millones anuales), todo a costa de los derechos e intereses de los pueblos del área: Palestina, Irak, las demás naciones zonales y las que circundan el Medio Oriente, como Afganistán e Irán.
Tel Aviv exacerbó entonces su genocidio, masacrando en diciembre de 2001 a más de 500 personas en Jenín, y en junio de 2002 comenzó a construir un muro de 720 kilómetros de longitud y seis metros de altura para separar Israel de Cisjordania (muro declarado ilegal por la Corte Internacional de Justicia en julio de 2004), y aprisionó a Arafat en su refugio de la Mukata, en Ramala, desde cuyos ínfimos recintos desprovistos de todos los servicios, en medio de la enfermedad y los bombardeos inmisericordes de Sharon, resistió como símbolo indiscutible de la heroica lucha de su pueblo hasta pocos días antes de su muerte.
En junio de 2002 Bush apoyó por enésima vez a Israel y exigió un cambio de dirección palestina que excluyera a Arafat. Sometido a enormes presiones, incluida la política de «asesinatos selectivos» que ultimó a Ahmad Yassine, fundador y jefe espiritual del Hamas, a su sucesor Abdelaziz al-Rantissi, y con la cual se hallaba amenazado el mismo Arafat, en febrero de 2003 aceptó crear el cargo de primer ministro y propuso a Mahmud Abbas, quien asumió el 30 de abril. Éste aprobó la «hoja de ruta», propuesta de nuevo por EU, pero ahora con el respaldo de la Unión Europea, Rusia y la ONU. El 6 de septiembre Arafat obligó a Abbas a renunciar, reemplazándolo con Ahmad Qorei, presidente del Parlamento palestino.
Los palestinos despidieron a quien fuera su dirigente y eje de su lucha por cerca de medio siglo en uno de los sepelios más multitudinarios y combativos que se haya brindado a líder alguno. La muerte de Yasser Arafat abre un interregno de incertidumbre sobre quién lo sucederá. Sea cual fuere su resultado, el pueblo palestino continuará su heroica lucha contra el fascista régimen israelí –apoyado y sostenido por Washington– y tarde que temprano culminará su histórico empeño por crear una patria, repoblarla con su diáspora millonaria de refugiados y mantener su soberanía contra los designios de un imperio estadounidense que tiene sus días contados. Como dijera Arafat: «Podrán reocupar toda Cisjordania y Gaza, podrán arrestarnos por centenares, podrán matar a muchos y matarme a mí, pero una cosa es segura: un día, Palestina independiente existirá».