LA ROYA: MISERIA DE MUCHOS, RIQUEZA DE POCOS

Cuando en abril de 1970 se difundió la noticia de la llegada de la roya del cafeto al Brasil, los agricultores de Colombia supieron que en el futuro tendrían que vérselas con el terrible flagelo,pues ya no habría barrera natural que impidiera a las esporas causantes de la enfermedad caer sobre los cultivos de nuestro país e infectarlos. El 27 de septiembre de 1983 apareció la roya en Chinchiná, en una de las fincas más tecnificadas del mundo: la hacienda «Calamar», propiedad del presidente del Comité de Cafeteros de Caldas. Hubo circunstancias que, al darse juntas, hicieron que el acontecimiento tuviera características especiales. Que la enfermedad apareció donde menos se esperaba, y que fue un gran regalo, ¡quién lo creyera!, para algunos grupos del gremio cafetero nacional.

En más de una ocasión sale lo que no se espera
Todo indica que los cafetales más propicios para recibir primero el ataque del hongo eran los de la frontera con el Ecuador o los más cercanos al Brasil: los de Nariño, Huila y Caquetá. No sólo por la proximidad a las naciones afectadas sino por ser cultivos viejos, bajo sombrío, débiles por la falta de fertilización y por ende más susceptibles a la enfermedad, pues en esas condiciones el hongo se torna más virulento. Pero no sucedió así. El destino es travieso y hace-trastadas, o hay tahúres que juegan con cartas marcadas. La roya apareció donde menos se creía: en un cultivo fuertemente tecnificado, cuidado como niño de multimillonario, en pleno centro del país y en la finca de uno de los mejores conocedores de la producción y el mercado del café.

Por qué y cómo apareció la roya precisamente en el corazón de la principal zona cafetera, nunca se sabrá. Lo que sí se sabe es que el momento no pudo ser mejor para los intereses de la Federación Nacional de Cafeteros, del Fondo Nacional del Café, supuestamente al borde de la quiebra, y para el mayor enriquecimiento de la oligarquía cafetera.

Situación de la industria del grano
El cultivo del café surgió en Colombia desde la centuria pasada. Sin embargo fue en las primeras décadas de este siglo cuando se consolidó la industria convirtiéndose en el primer renglón de la economía nacional. Las zonas principales de producción dejaron de estar en el oriente del país, fundamentalmente en Cundinamarca y los Santanderes, para desplazarse hacia Antioquía, Valle y Caldas, promovidas por el trabajo de pequeños y medianos agricultores, mientras la comercialización del grano quedaba en manos de las grandes firmas exportadoras, nacionales y extranjeras. Centenares de miles de parceleros producían café para el mercado y atendían como complemento una agricultura de subsistencia, con cultivos_ de pancoger; maíz, plátano y yuca, principalmente. Fuertes impuestos gravaban la producción y la exportación y al cafetero le llegaba un pequeño porcentaje del precio de venta en los mercados de Nueva York y Europa. El gremio ha sido controlado por la Federación Nacional, la que transformada en un Estado dentro del Estado, ha influido decisivamente en la economía y la política colombianas y no son pocos los altos funcionarios del gobierno colocados o quitados de sus cargos por presiones de la poderosa organización.
A partir de la década de los sesentas empezó a darse un gran cambio en los cafetales de
Colombia. La variedad Típica, de plantas bajo sombrío, poco exigentes en fertilizantes y en cuidados técnicos, sembradas en las empinadas vertientes de las tres cordilleras, cedió el paso al Caturra, altamente productivo y que responde a los intereses de aquellos cultivadores que tienen el poder financiero, los conocimientos y la decisión de realizar grandes inversiones. Los gastos se multiplicaron pero también el fruto aumentó en más de una decena de veces. Muchos de los viejos cultivadores se arruinaron y fueron absorbidos
por los nuevos. La tierra cambió de dueño y las estadísticas mostraron otros datos. Para el momento actual se dice que las planta de 400 mil hectáreas, cerca del 70% del café, mientras las antiguas variedades, con sus anticuados métodos, sólo reportan el 30% de la producción en unas 700 mil hectáreas. Es el proceso de la concentración. Hoy unos pocos cosechan mucho, al tiempo que más de 200 mil pequeños y medianos propietarios, con su bajo rendimiento, se debaten al borde de la miseria. Ese drástico viraje en los métodos de cultivo elevó anualmente la producción nacional hasta la cifra de 13 millones de sacos, que por falta de compradores no pueden colocarse totalmente en el mercado. Para 1983 los excedentes del grano se calcularon en cerca de 13 millones, o sea que en bodegas existe casi el equivalente a una cosecha anual. Esta gran superproducción es mundial, y los sobrantes se calculan en más de 50 millones de sacos. Antes, Colombia confiaba en las malas cosechas de los países hermanos para dar salida a todo su café y lograr buenos precios. Pero ahora Brasil, el primer productor, ya no brindará ese alivio trágico ya que sus cultivos los trasladó a regiones libres de heladas. Además la producción en África tiende a aumentar.

Roya y superproducción
La preocupación de los dirigentes cafeteros es grande. El manejo técnico del grano almacenado les cuesta cerca de 3 mil millones de pesos al año. Los costos financieros para la compra de la producción suben constantemente. Lo anterior, agregado al servicio de la deuda externa e interna que está en los 12.500 millones de pesos, ha llevado al Fondo Nacional del Café al borde de la quiebra. Es necesario entonces «establecer metas de producción que permitan manejar existencias no superiores al equivalente de tres a seis meses de exportaciones… El país no puede ni debe resignarse a manejar inventarios crecientes de café en forma indefinida; y la producción puede racionalizarse de manera que se refuerce su capacidad competitiva hacia el futuro, se fortalezcan las defensas ante la amenaza de la roya y tiendan a desaparecer los niveles excesivos de inventarios, los cuales representan pesada carga sobre el Fondo y sobre el ingreso de los caficultores», decía el presidente Betancur en el XLII Congreso Cafetero Nacional. Frenar la superproducción se volvió la consigna fundamental del gobierno y de la Federación. Y como un milagro, para ello, llegó la roya. Al generalizarse la enfermedad, saldrá de la contienda, lenta pero inevitablemente, toda la extensión sembrada con cafetos «tradicionales», cuyo rendimiento no permitirá atender los costos del control químico del hongo, superiores a los 25 mil pesos anuales por hectárea. Los tecnificados, por el contrario, podrán convivir con el mal, sin mayor zozobra para sus economías, pues el gobierno aumentará los precios del grano, rebajará impuestos, irrigará créditos, etc. Y si el gobierno, como ya ocurrió, aumenta el precio interno en una especie de subsidio para sufragar los gastos de los agroquímicos utilizados contra la enfermedad, se traducirá casi que exclusivamente en una situación mucho más boyante para los potentados del café. Un pequeño cálculo nos permite demostrarlo. Los cuatro aumentos, decretados en lo que va del gobierno de Belisario Betancur, representan para los viejos cultivos, con producción promedio de 4 cargas por hectárea al año, un incremento en sus entradas menor de 15 mil pesos, lo que no les alcanza para cubrir el control de la roya. En cambio para los cultivos tecnificados, con más de 40 cargas anuales por hectárea, las entradas, con los mismos aumentos, se incrementarán en cerca de 150 mil pesos que les permitirá combatir el hongo y disponer de dineros adicionales para apoderarse de las tierras de los pequeños cafeteros arruinados.

Los beneficiados
La utilidad que para algunos traerá la roya es evidente: constituye la mejor salida contra la superproducción, pues con ella se pueden suprimir unas 700 mil hectáreas de cafetos «marginales» que producen anualmente alrededor de 4 millones de sacos, ya que la eliminación de este sector se irá dando paulatinamente sin que se afecte la economía cafetera, pudiéndose cumplir en el mercado mundial con la cuota correspondiente a Colombia; se subsana el déficit anual del Fondo Nacional del Café, porque «tenderán a desaparecer los niveles excesivos de inventarios»; se concentrará aún más la tierra y la producción del grano en la oligarquía cafetera; la Federación obtendrá incalculables utilidades como intermediaria de los monopolios norteamericanos y europeos, con la venta de los fungicidas e implementos indispensables para el buen nivel sanitario de los cultivos, y los pulpos extranjeros succionarán de nuestro país miles de millones de pesos cada año. Todo lo anterior se dará sin que importe, claro está, la ruina de centenares de miles de agricultores que levantaron la industria cafetera nacional durante décadas de esfuerzos, trabajo y sufrimientos.

La desaparición de los viejos cafetales y el hundimiento de sus dueños correrán paralelos con la sustitución de los caturrales por los cultivos de variedad «Colombia», resistente a la roya. Las semillas de esta variedad las tiene guardadas la Federación, para su distribución selectiva entre los grandes productores y su siembra únicamente la empieza a promover luego de la aparición del mal. La variedad «Colombia» no podrá ser utilizada por los pequeños agricultores debido a sus altos costos de implantación y mantenimiento, que superan los doscientos mil pesos por hectárea. Igual ocurre con el publicitado programa de diversificación de las zonas cafeteras con el cual la Federación ha pretendido resolver el problema de la superproducción, orientando a los productores tradicionales a reemplazar el café por cultivos diferentes, mientras sirve de cómplice de los grandes en el desmedido aumento de las siembras de caturra.

«El monopolio, decía Lenin, se abre camino en todas partes, sin escrúpulos en cuanto a los medios, desde pagar una «modesta» suma para eliminar a los competidores, hasta recurrir al método norteamericano de «emplear» dinamita contra ellos». El monopolio de la industria cafetera ha vivido un proceso acelerado. Los años sesentas y setentas vieron el avance implacable de los caturrales. La década de los ochentas cuenta con el «hallazgo» de la roya que ya está en Chinchiná, Palestina, Santa Rosa, Pereira, La Virginia, Támesis y Supía y que en unos pocos años estará generalizada en todo el país. Miles de cafetos afectados en unos pocos meses son apenas el comienzo de la última embestida de la oligarquía nacional por el control total de la industria cafetera.

Pero como la liebre salta donde menos se cree, fácilmente puede suceder que quienes transformaron nuestra patria, desbrozando montañas y sembrando la rubiácea que ha sido la base de la economía colombiana, se conviertan, al final de la centuria, en forjadores de una nueva república libre de la sojuzgación expoliadora de los monopolios nacionales y extranjeros.