Porque viene al caso, hemos decidido encabezar este reportaje a Ricardo Camacho y Germán Moure con la siguiente aclaración del Comité Ejecutivo Central del MOIR, respecto a ciertos ataques burdos y draconianos de los que ha sido víctima recientemente el Teatro Libre de Bogotá:
«Como quiera que la editorial «Bandera Roja» imprimió un compendio de los escritos y pinturas de Clemencia Lucena en justo homenaje a su memoria, pero en él, mediante dos llamados de pie de página, se vitupera al Teatro libre de Bogotá y al Son del Pueblo, y prácticamente se los descalifica para seguir realizando cualquier aporte a la nueva cultura del país, por la cual venimos combatiendo con denuedo desde hace más de quince años; y como quiera que tal publicación parece surgida de algún organismo del MOIR, o de algún sector del mismo, cabe despejar el equívoco y dar a conocer también abiertamente que la dirección del Partido, ni ha elaborado, ni ha autorizado, ni comparte el contenido ni la forma de las aludidas acotaciones.
«En primer término, los problemas del arte jamás serán resueltos con bendiciones y bastonazos, ni mucho menos a la manera del Parlamento francés, que en sus años mozos ordenaba pintar de amarillo las casas de los traidores para someterlos al desprecio ciudadano. Si en algún terreno habremos de hacer gala de nuestro estilo democrático, ese es el del arte. Si en vez de airear el ambiente, lo enrarecemos con diatribas y sentencias irrevocables, impediremos que la discusión fluya y contribuya a descubrir los principios básicos y a corregir las fallas. No olvidemos, de otra parte, que en la actual etapa histórica de Colombia nos hallamos empeñados en culminar la revolución democrática de liberación nacional, estación indispensable hacia el socialismo, y que nuestro cometido demanda, por ende, la concurrencia combativa y unificada del noventa por ciento y más de la población. Empero, si nuestra actitud hacia los intelectuales, artistas y científicos consiste en tratarlos como a renegados y vendidos porque subsistan diferencias, no sólo nos apartaremos inexorablemente de ellos, sino que tampoco conseguiremos aglutinar a la aplastante mayoría del pueblo. Dentro de los trabajadores del frente cultural únicamente una ínfima porción se resistirá a prestar su concurso a la gesta por la emancipación nacional y la transformación revolucionaria de la sociedad colombiana. El resto, estamos convencidos, aportará su valioso contingente a la contienda y enmendará paulatinamente, cuando los tenga, los errores y las ideas retardatarias y anticientíficas.
«En segundo término, el Teatro Libre de Bogotá y el Son del Pueblo conforman dos agrupaciones artísticas que se han distinguido ante todo por sus esfuerzos creadores en pro de una cultura de avanzada y en beneficio de las lides de las grandes masas populares. Ambos conjuntos se encuentran naturalmente en plena evolución hacia las metas de elevar el nivel y la calidad de sus obras. No obstante, ostentan ya a su favor varias conquistas de renombre, como la concepción y el montaje de “La Agonía del Difunto”, escrita por Esteban Navajas, para no citar más que una. Sus méritos son innegables. Su infatigable y perseverante labor de una década mueve al respeto y nos obliga a respaldarlos fraternalmente. Las observaciones y las críticas que en distintos momentos les hemos formulado han partido de la creencia de que sus dirigentes, con Ricardo Camacho a la cabeza, y los demás compañeros integrantes de los dos elencos, están siempre receptivos y dispuestos a sopesar cuanto les colabore en sus afanes por impulsar un arte al servicio de la nación, el pueblo y el progreso.
«En tercer término, la posición partidaria en torno a estas materias no ha de reducirse, desde luego, al aplauso y a la tolerancia. Los ricos e inagotables asuntos de la cultura nos han de preocupar constantemente y frente a ellos debemos exponer y defender nuestras miras de clase, radicalmente contrarias a los decadentes y vacuos criterios de las oligarquías y el imperialismo. Aunque propugnemos la libertad de investigación y creación como un método insustituible para el buen suceso de las ciencias y las artes, no cejaremos en señalar que las unas y las otras han de coadyuvar invariablemente al desarrollo material del país y a la educación ideológica de los desposeídos y oprimidos. Las expresiones culturales que no apunten a tales objetivos, embellezcan los torvos propósitos de la reacción, envilezcan moralmente a las fuerzas laboriosas, o se queden simplemente en fórmulas tan comunes pero tan vacías como la de promover el «arte por el arte», en lugar de apuntalar nuestra lucha, la desquician. Necesitamos forjar nuestras propias armas espirituales a fin de vencer a nuestros enemigos. Precisamos constituir firmes y esclarecidos destacamentos de investigadores y artistas que contiendan y triunfen en la palestra de la cultura. Requerimos de una literatura, de una pintura, de una música, de un teatro, de un cine revolucionarios. Y el Partido ha de trazar sus orientaciones y velar por que dichas tareas se cumplan a satisfacción. En este sentido bien haríamos en parodiar el antiguo aforismo: el arte es demasiado importante para dejárselo sólo a los artistas».
Reportaje a Camacho y Moure
En 1983, el Teatro Libre de Bogotá cumplió diez años de existencia. Durante este lapso el grupo ha puesto en escena veinte obras, más de la mitad de ellas colombianas, producidas por miembros de su taller de autores, y ha realizado incontables presentaciones en diversos escenarios del país, desde el Teatro Colón de Bogotá hasta los tablados de los sindicatos y las esquinas y parques de los barrios populares y las poblaciones. Hasta entonces, sin embargo, su única experiencia internacional había sido una gira por Venezuela y la participación en el II Encuentro Internacional de Teatro de Grupo, en Bérgamo, Italia, en 1977. Pero entre marzo y junio del año pasado, el TLB llevó a cabo una gira que se inició con presentaciones en la República Popular China y culminó en Europa, donde recorrió España, Holanda, Francia. Inglaterra y Bélgica. En todos estos países dio a conocer «Los Andariegos», de Jairo Aníbal Niño; «Episodios Comuneros», de Jorge Plata, y «La Agonía del Difunto», de Esteban Navajas. Estas obras fueron dirigidas por Ricardo Camacho, Germán Moure y Jorge Plata, y acompañadas por dos espectáculos musicales: el conjunto Son del Pueblo, dirigido por César Mora y Ricardo de los Ríos, y Cantos y Danzas de la República de Colombia, con música de Eduardo Carrizosa y coreografía de Álvaro José Camacho.
Tras su regreso, el TLB montó dos nuevas obras: «La Balada del Café Triste», adaptación teatral hecha por el dramaturgo norteamericano Edward Albee de la novela de Carson McCullers, y «A Puerta Cerrada», de Jean Paul Sartre, dirigida por Germán Moure en trabajo conjunto con el Teatro Nacional.
TRIBUNA ROJA efectuó la siguiente entrevista sobre diversos aspectos del trabajo del TLB con dos de sus directores, Germán Moure y Ricardo Camacho.
T.R.: Para comenzar, hagamos un balance de la gira.
Ricardo Camacho: Desde cuando el viaje se planificó, sabíamos que iba a cerrar un ciclo, el ciclo de nuestro aprendizaje, la etapa de forjar las primeras armas; la gira obró como catalizador del proceso de conformación del grupo. Esto en cuanto a la evolución nuestra. En lo referente a la experiencia, aprendimos muchas cosas; en la República Popular China tuvimos una muy fraternal recepción y pudimos acercarnos a su movimiento cultural, en muchos aspectos tan diferente al nuestro. En España hubo una gran acogida a las obras que presentamos, y en los demás países el idioma no constituyó una barrera para la comprensión del mensaje de un teatro como el que llevamos, todavía en formación pero muy fresco y con un alto nivel de significación.
T.R.: ¿Qué etapa empiezan ahora ustedes?
Ricardo Camacho: Un grupo artístico es cambiante y complejo, está en permanente proceso de transformación, en una búsqueda constante. Creo que el artista tiene siempre más preguntas que repuestas, y en cada pregunta se involucra toda la problemática del oficio. El TLB nació del movimiento teatral universitario, en el cual había fundamentalmente activistas. Con estos antecedentes se inició la primera etapa, en la cual luchamos por forjar un grupo distinto, con un estilo peculiar y propio, de carácter revolucionario, que se propone contribuir a la creación de un teatro nacional y arraigarlo en el público. En ese sentido obramos como pioneros, como desbrozadores de caminos. Para ello y para poder existir tuvimos que vencer la dificultad que supone el no tener un espacio, un lugar donde trabajar, un teatro para ensayar, actuar, reunirnos. Eso significó un gran esfuerzo.
T.R.: ¿Y luego?
Ricardo Camacho: Vino entonces la búsqueda de un repertorio. El registro de su repertorio es lo que identifica a un grupo teatral. Ese tampoco ha sido un camino lineal. Creamos un taller de autores, al cual se vincularon dramaturgos como Jairo Aníbal Niño, Esteban Navajas, Jorge Plata y Sebastián Ospina, que ha producido diez obras que buscan recrear en el escenario la vida del pueblo, entre las que debo destacar «La Agonía del Difunto», de Navajas. Pero una dramaturgia nacional no se crea de la noche a la mañana, si se quiere producir obras que tengan un alcance universal, ni tampoco puede darse aislada del teatro como género, como actividad diaria; el dramaturgo tiene que trabajar al calor del oficio teatral, no puede enfrentar el teatro como literatura solamente, sino como espectáculo, pues esa es su esencia.
T. R.: ¿Qué solución han buscado para esto?
Ricardo Camacho: Tanto para la producción de obras como para la cualificación de directores, actores, diseñadores, músicos, escenógrafos, etcétera, buscamos el contacto con el repertorio universal del teatro, dentro del cual hemos enfrentado diversas obras de autores como Shakespeare, don Ramón del Valle-Inclán, Arthur Miller, Sartre y Albee. Estas obras constituyen una verdadera escuela, nos han enseñado una gran cantidad de cosas. Y es que el conocimiento en el teatro no puede ser libresco, meramente intelectual, sino a través de la puesta en escena. Así lo venimos aprendiendo, aunque nos falte mucho trecho por recorrer.
T. R.: ¿Se ha abandonado, entonces, la producción de obras nacionales?
Ricardo Camacho: De ninguna manera. Durante esta etapa el grupo mantuvo en escena «La Agonía del Difunto» y montó «Los Andariegos», de Jairo Aníbal Niño, y «Episodios Comuneros», una obra de Jorge Plata que fue presentada en toda la región comunera y en diversos barrios de Bogotá.
T.R.: Pero es que en algunos medios, por ejemplo en «El Tiempo», se ha dicho que «por fin el TLB dejó de hacer proselitismo y se dedicó al verdadero teatro»…
Ricardo Camacho: Yo creo que el acceso a Shakespeare y a las más altas expresiones del teatro y del arte universales forma parte de las aspiraciones culturales de un pueblo. El hecho de que un grupo recree en nuestras circunstancias concretas una obra de estas, produce su arraigo entre el público y desarrolla igualmente a sus integrantes. En vez de dejar de lado la producción de obras nacionales, la estimula. Por ejemplo, Jorge Plata está terminando una pieza titulada «Un muro en el jardín» que, de seguro, luego de su estreno en París, será un acontecimiento de la mayor importancia para el teatro colombiano. Por otra parte, nosotros trabajamos en diversos frentes; hacemos teatro callejero, en ciertos momentos teatro agitacional. La gente que escribe para el grupo no ha dejado de salir a buscar sus temas, su lenguaje, su colorido, en la rica realidad del país.
T.R.: Entonces, ¿con qué criterio escogen sus obras?
Ricardo Camacho: La respuesta no puede ser directa. Ya hablamos de las etapas por las cuales ha pasado el grupo, que inciden en esto. Pero también es preciso tener en cuenta la situación del teatro en Colombia. Sólo de treinta años para acá se ha cultivado un drama moderno en el país; antes no había más que un costumbrismo carente de interés, sin peso alguno en la vida cultural. Y el teatro no es obra de una sola persona, como la literatura o la pintura, sino de equipos de trabajo colectivo con múltiples disciplinas, con requisitos de muy diversa índole, desde lo material hasta lo intelectual. Y en nuestro medio, a pesar de tener 26 millones de habitantes sólo existen 60 actores profesionales. Ningún dramaturgo, ningún actor, ningún director, vive de su oficio. En Bogotá escasamente hay 5 salas, para 5 ó más millones de habitantes, y la que con más butacas cuenta es la del Teatro Nacional, con 351. Pensemos que en Buenos Aires, durante los años 60, había cien teatros experimentales, sin contar los comerciales, y que en México existen 60 locales, sólo entre estos últimos.
Entonces la política de la selección de nuestro repertorio no puede ser rígida, establecida. Tiene que ver con la situación del grupo, con el público, con las posibilidades materiales, con las expectativas de actores y directores, etcétera. En esto hay muchas mediaciones, sobre todo en un país con tan poco teatro, donde la cultura es perseguida, donde el gobierno no destina dinero para el arte, con excepción de las veladas palaciegas.
T.R.: La búsqueda de profesionalismo, ¿sí ha influido en la calidad de sus montajes y producciones?
Germán .Moure: Claro que sí. Nos hemos enfrentado a obras de probado nivel, que son un desafío para cualquier actor o director. El haberlo resuelto incide en la superación profesional, e implica un esfuerzo y un detenido estudio. Estudio de la historia, del momento social, cultural, económico en que se escribió cada texto; estudio de la evolución de diferentes artes; estudio del teatro, de sus características y de su evolución. Así y sólo así pueden superarse la improvisación y el inmediatismo, vicios de nuestros medios culturales. Lo cierto es que a partir del montaje de «El Rey Lear» nuestros actores son mejores. Ahora, además, no duramos un año en cada montaje; podemos hacerlo en dos o tres meses; hemos trabajado en asocio con artistas de reconocida calidad, y conformamos un equipo calificado.
Ricardo Camacho: Exactamente. La búsqueda del profesionalismo, o, en otras palabras, de la calidad, es para interesar a las masas, para hacer que sientan necesidad del teatro, para que lo busquen y lo disfruten, lo sientan como una necesidad. Es una larga tarea para el movimiento teatral.
T.R.: ¿Y cómo compagina eso con los ideales revolucionarios del TLB?
Ricardo Camacho: Hace mucho tiempo ya que Mao Tsetung aclaró que había arte de agitación, de popularización, y arte de elevación, el cual supone un cierto grado de desarrollo estético, político y cultural. Pues bien, lo que hemos hecho recientemente es un arte de elevación.
T.R.: ¿Para qué creen ustedes que sirven las obras de un Sartre o un Albee en Colombia, hoy?
Ricardo Camacho: Yo creo que enriquecen, que amplían el espectro cultural de quien las ve. Educan su sensibilidad, lo hacen pensar, lo ponen a debatir, suscitan polémica, obligan a formularse preguntas. Eso va más allá del efecto inmediato. A propósito Lenin, cuando en una carta a Inés Armand le planteó su interés por escribir un ensayo sobre «cómo un amor puro, fuera del matrimonio, es mejor que besos impuros dentro de un matrimonio desavenido», le contestó que se trataba más de un tema del arte que de la sociología, la política o el ensayo. Y así nuestro teatro no analiza categorías generales, sino que toma a cada ser humano como entidad única, irrepetible, individual. Esto ayuda a sensibilizar, un tema sobre el cual escribieron mucho Marx y Engels. No se trata de ver su utilidad política inmediata; los artistas revolucionarios no podemos tomar sólo los versos de intención política de Neruda, también su poesía de amor. Nuestro deber es apropiarnos de lo mejor del patrimonio cultural de la humanidad. El arte de agitación, que hacemos y defendemos, no puede ser nuestra única labor. Por el contrario, tenemos que asumir nuestro oficio, tenemos que alcanzar una cumbre, especialmente en un país en el cual el arte y la literatura son como flores exóticas. Somos conscientes de que se trata de un tema polémico y nos interesa el debate, pero nuestros argumentos principales están en nuestras obras, en nuestro trabajo.
Germán Moure: También son obras revolucionarias porque nos sacan del provincialismo, de nacionalismos estrechos como el de la Gruta Simbólica y demás cenáculos que ni se proyectan hacia afuera ni asimilan nada. Estas piezas tienen un valor actual; es necesario verlas para constatarlo. Y bien podrían contribuir a la conformación de una crítica teatral, otra de las disciplinas que aún no se han desarrollado en Colombia.