EL ENDEUDAMIENTO EXTERNO TAMBIÉN EXTRANGULA A COLOMBIA

A principios de febrero el Ministro de Hacienda anunciaba, con gran despliegue en los medios informativos, que ya había sido aprobada la totalidad de los créditos foráneos previstos en el Programa de Endeudamiento Externo correspondiente a 1984, cerca de 2.200 millones de dólares, con los cuales se cumplen, para este año, las autorizaciones concedidas por el Grupo de Consulta de París al gobierno de Belisario Betancur. El programa para el cuatrienio contempla 36 proyectos cuya financiación externa asciende a 9.579 millones de dólares, lo que equivale a que la deuda externa colombiana se doblaría al final de 1986, alcanzando una cifra de cerca de 20.000 millones de dólares.

¿Qué significado tiene para el país una deuda de tales proporciones? Ante todo, el incremento de las consabidas ataduras que acompañan a este tipo de préstamos: el control sobre sectores claves (por ejemplo, la generación de energía eléctrica y la extracción de carbón y de petróleo), la demanda de alzas permanentes en las tarifas de los servicios públicos, los compromisos en torno a las políticas salarial, cafetera, monetaria, es decir, la injerencia en las orientaciones fundamentales de la economía de la Nación. La intromisión de las instituciones financieras imperialistas llega a extremos tales de exigir la conformación de juntas directivas, el nombramiento de gerentes de empresas públicas, la imposición de asesores extranjeros, etc., «recomendaciones» estas que, como es obvio, lesionan gravemente la soberanía nacional.

Si se coteja el monto global de la deuda de los próximos años con la capacidad de pago del país, los 20.000 millones de dólares se traducirán en una sangría de divisas, de proporciones cada vez mayores, que nos arrastrará hacia la insolvencia total, similar a las crisis sufridas por otros países latinoamericanos.

En efecto, mientras el endeudamiento externo global se dobla durante el gobierno de Turbay, pasando de 4.246 millones de dólares en 1978 a 9.797 millones en 1982, y se pretende continuar con el mismo ritmo durante el gobierno de Betancur, el panorama del sector externo se deteriora aceleradamente. De una relativa bonanza en términos de reservas de divisas, comercio exterior y flujo de capitales, se ha desembocado a una situación de creciente déficit en la Balanza de Pagos. En 1982, y particularmente en 1983, su colapso es evidente: el saldo rojo de las transacciones internacionales se amplió de 650 millones a casi 2.000 millones de dólares.

Este notable desequilibrio se debe, entre otros factores, a la grave disminución registrada en las exportaciones colombianas y al inusitado crecimiento del servicio de la deuda, sobre todo por concepto de los intereses.

En cuanto al comercio exterior, mientras las importaciones del país siguen su curso ascendente durante todo el último lustro, presionadas por las masivas importaciones de alimentos y principales materias primas, el déficit energético y el consumo suntuario, secuela de las sucesivas «bonanzas», las exportaciones disminuyen en forma drástica a partir de 1981, en particular las destinadas a Venezuela, Ecuador y el mercado europeo, las cuales, en conjunto, han representado más del 500/o de los ingresos corrientes de divisas. De aquí los saldos negativos del balance comercial de los últimos años (Ver cuadro). Las perspectivas futuras, a pesar del freno a las importaciones en 1983, no son nada halagüeñas, si se tiene en cuenta la revaluación del peso respecto de las principales monedas europeas, la tendencia al proteccionismo y la imposibilidad de los países vecinos de superar a corto plazo sus desórdenes económicos.

El costo del endeudamiento influye de manera decisiva en tan crítica situación. Los pagos por este concepto se disparan a partir de 1979, llegando a representar para 1982 el 52.5% del total del ingreso por exportaciones del país; y lo que es aún más alarmante, las tres cuartas partes de dichos desembolsos corresponden solamente a intereses. Este desproporcionado aumento se explica por el crecimiento más dinámico de la deuda privada frente a la pública, cuyos términos resultan siempre más onerosos. Además, la contratación cada vez mayor de la deuda pública con bancos comerciales y la correlativa disminución de fondos provenientes de organismos multilaterales contribuyen a elevar las tasas de interés promedio. Por último, el lastre que representa la deuda a corto plazo, un 32.3% de los empréstitos totales, equivale a una proporción superior a la observada en los principales países de América Latina.

En efecto, los pagos de intereses se multiplican por 11 entre 1970 y 1982, superando la escandalosa cifra de 1.000 millones de dólares.

El servicio global de la deuda crece en el mismo lapso 6.5 veces y la tasa de interés promedio se eleva de 4.5% a 12.8%. De otra parte, el plazo se reduce de más de 20 años a 11 y el período de gracia de 6 años a menos de 3 en promedio (Ver cuadro).

Un análisis reciente publicado en El Espectador señalaba en su diagnóstico que «la más grave de las zonas de peligro es la del sector externo. Nuestra Balanza de Pagos se está deteriorando notoriamente… (Su comportamiento) es de los más negativos de la región y tiende a seguir deteriorándose… la evolución de los hechos indica que mientras la región ha comenzado a aliviar su situación, Colombia la está empeorando». (1)

Para ilustrar esta aseveración baste considerar que, al contrario de lo sucedido en Colombia, muchas de las naciones grandes y medianas de América Latina registraron en 1983 una Balanza Comercial favorable; México, de 12.000 millones de dólares; Venezuela, de 9.300 millones; Chile, de 1.000 millones; Brasil, de 6.300 millones y Ecuador, de 670 millones. En Colombia el déficit de 1983 superó los 1.800 millones de dólares y la cifra acumulada para los últimos tres años se acerca a los 5.000 millones.

Por ello es a todas luces falso el manido argumento gubernamental con el que se pretende defender la contratación sin precedentes de crédito internacional y en condiciones progresivamente gravosas, según el cual el endeudamiento externo del país se halla en un nivel «controlable» y la economía colombiana, a este respecto, configuraría una excepción a la tragedia de nuestros vecinos. No obstante, nos encaminamos al desfiladero al que han ido a parar las principales economías del hemisferio, guiadas por el espejismo de la deuda externa y expoliadas por las regulaciones del capital financiero internacional.
Nota.
(1) Jorge Méndez M. El Espectador. Febrero 5,1984.