El 5 de agosto, los dirigentes portuarios de Barranquilla pasaron en menos de una hora consecutivamente de la derrota al triunfo. Los dos millares de estibadores del terminal marítimo cumplían ese viernes veinticuatro días de huelga, asistidos por sus mujeres e hijos, cuando las directivas sindicales de Bogotá y Buenaventura resolvieron de pronto adherir a la fórmula de la empresa y levantar el cese de actividades. El hecho equivalía a echar por tierra las conquistas convencionales; y desencadenó entre las bases la postración y el desconcierto. Y en tan difícil trance, el grupo de activistas barranquilleros que desafió el acuerdo y convocó de nuevo al paro quedó prácticamente solo en la brecha.
Ni ellos mismos, según lo confesaron mis tarde, confiaban mucho esa mañana en salir con éxito. La máquina de la propaganda oficial daba por cierta la reanudación de labores en todos los puertos, pero la desbordante respuesta de los trabajadores barranquilleros, que rodearon con entusiasmo a sus auténticos dirigentes, hizo que el 6 de agosto los terminales de la Costa Norte amanecieran otra vez en rebeldía. Tres días más tarde Puertos de Colombia hubo de suscribir un segundo acuerdo por el cual se comprometía a respetar las convenciones colectivas, a no tomar represalias, a reintegrar a los despedidos y a pagar a cada operario una bonificación de 30 mil pesos. Fue una tregua apenas en el duro combate de los portuarios, el más importante de cuantos ha librado la clase obrera bajo el presente gobierno, y asimismo el más calumniado; pero aun así, la firme resistencia de los huelguistas obligó a Betancur a retroceder y desenmascaró de paso su demagogia.
Recordando a El Cairo
El 18 de julio, trece días después de iniciada la huelga en Buenaventura, cayeron abatidos por la violencia oficial el obrero portuario Miguel Jerónimo Sánchez y los estudiantes Fabio García y Humberto Grimaldo, que marchaban a la cabeza de una compacta manifestación.
El hecho trae a la memoria la masacre de Santa Bárbara, una de las tragedias más sangrientas en la historia del movimiento sindical colombiano, acaecida el 23 de febrero de 1963, precisamente en el momento en que Belisario Betancur era Ministro de Trabajo de la administración Valencia. De ahí que la contienda portuaria ha contribuido a desnudar el verdadero carácter del régimen imperante.
«Fue una pelea forzosa»
Un estudio sobre la modernización de los Puertos de Colombia ordenado por el Banco Mundial recomendó al gobierno en abril de 1981 «facilitar la aplicación de congelación de salarios», reducir personal «debido a la mayor eficiencia futura de operación y contenerización» y eliminar «los gastos fuera de nómina tales como jubilaciones, que representan una pesada carga para la viabilidad financiera de Colpuertos».
Justo a partir de entonces la política laboral de la empresa, conforme lo admitió el subgerente de relaciones industriales, Alfonso Lucio, se cifró por entero en «no crear ninguna prestación nueva y, por el contrario, congelar las tarifas que sirven de base para liquidar la mano de obra. Esta congelación -añadió Lucio- abre el camino a la conclusión de un estudio del Banco Mundial para modernizar el servicio portuario».
El blanco manifiesto de la embestida patronal fueron los salarios, tal como lo expresó, en tono agresivo, el vicealmirante Tito García Motta, gerente Colpuertos y uno de los descabezados por la huelga, junto a Jaime Pinzón López, el ministro de trabajo: “prefiero morir peleando por proteger el futuro de la entidad, que entregarla a los sindicatos para que le saquen hasta el último centavo”.
Las anteriores frases dejan al descubierto la verdadera causa del combate librado por los 4.500 portuarios entre el 5 de julio y el 11 de agosto. «La ofensiva que desató el gobierno de Belisario Betancur para borrar de un plumazo derechos adquiridos en veinte años de negociaciones nos llevó al cese de actividades -declaró a TRIBUNA ROJA José de la Cruz, presidente del comité de huelga de los estibadores barranquilleros-. Fue una pelea forzosa que hubo de acometerse en condiciones muy difíciles, superadas al fin por la beligerancia de las bases y el respaldo del movimiento y sindical».
El sindicalismo independiente y las camarillas
Si el conflicto navegó desde un principio contra la corriente, fue tal su resonancia que en escasas semanas logró movilizar el fervor de las poblaciones costeras y sacar a las calles en nutridas manifestaciones a las esposas e hijos de los huelguistas. Pero igualmente sacudió del letargo a las camarillas patronales y despertó el aliento del movimiento obrero a lo largo y ancho del país. Ejemplo de esto último fue el encuentro de solidaridad realizado en Santa Marta el 26 de julio, al que asistieron los directivos máximos de la CTC, el, Comité Nacional Sindical de Solidaridad, la CSTC, el CUSI, Fenaltracar, Fenaltrase, Usítras, Fecode y la USO. Allí se aprobó una jornada de protesta en las principales ciudades, para el 4 de agosto, y se condenó «la política antiobrera de Belisario Betancur» y «la actitud que han asumido los principales dirigentes de la UTC y la CGT, quienes de nuevo se han colocado al lado de los patronos y el gobierno». La jornada cumplió a cabalidad los objetivos propuestos, no obstante que la CSTC, firmante del compromiso inicial, pretendió convertirla en una demostración de apoyo a la política expansionista de la Unión Soviética.