«NO CEDER ANTE EL HALAGO O LA AMENAZA»

Por las polvorientas y calurosas calles de Tuluá, se ve a una menuda muchacha hacer enormes esfuerzos para mover su silla de ruedas. Es Zeneyda Guayara, militante de la Juventud Patriótica, que va a una reunión política con sus compañeros, que habla con algunos amigos de la dura brega del pueblo en su lucha por organizarse, que sale a vender TRIBUNA ROJA. Ella no ha permitido que la excluyan de nada: “Mis ideas así me lo exigen. No veo por qué debo alejarme de todo si, por el contrario, dice impulsándose con sus vigorosas manos –esta silla puede acercarme”.

Todo empezó el 19 de enero del año pasado.

Zeneyda marchaba con sus compañeros del Gimnasio del Pacífico a la cabeza de una manifestación. Más de doscientos estudiantes protestaban por la destitución de uno de sus profesores y brindaban su solidaridad a los trabajadores azucareros de Riopaila que se encontraban en huelga.

En el Liceo Julia Restrepo, se unió a ellos otro grupo de alumnos de los colegios oficiales. Y allí se encontraron con la policía que arremetió contra la manifestación con el propósito de disolverla. “Un poco más tarde -cuenta Zeneyda– estábamos como quince estudiantes en una esquina cuando de pronto apareció una volqueta cargada de policías. Al vernos, se bajaron echando bala y lanzando gases. Nosotros nos defendimos a piedra. De un momento a otro yo me caí y cuando quise pararme me di cuenta que no sentía nada en las piernas y que no podía moverlas. Pero no pensé que fuera nada grave”. Una bala le había perforado la medula espinal dejándola paralizada de la cintura para abajo.

Víctima de un gobierno que no ha tenido reparo alguno en sumir al pueblo en la más espantosa miseria mientras atiborra a manos llenas sus propios bolsillos, Zeneyda se ha ganado el apoyo de la gente humilde por su abnegación y espíritu de lucha. Sus compañeros de colegio la ayudaron para que pudiera terminar sus estudios y graduarse en compañía de todos ellos, la población de la zona ha creado un fondo para su rehabilitación y el pueblo tulueño vive pendiente de sus necesidades.

Ni los noventa días que pasó en el Hospital Departamental de Cali, luchando contra una lesión insuperable, ni después de la ineludible realidad de una parálisis que ya no la abandonará jamás, ni la inminencia de las recias batallas que le esperan frente a un enemigo sin escrúpulos, han podido menguar la enhiesta actitud de esta fogonera de la revolución, digna representante de las mujeres de Colombia.. Ella misma comenta: “Lo importante es mantenernos firmes y no ceder ante el halago o la amenaza”.

A los diecinueve años, Zeneyda, respetada y querida por todos sus compañeros, se ha convertido en símbolo vivo de una juventud que batalla noche a día por sus derechos y los de su pueblo, de una juventud que no se amedrenta y que está dispuesta a superar todas las dificultades para obtener la victoria.

Ella es un ejemplo para todos los estudiantes, para todos los desposeídos: “Todavía hay muchas cosas -dice- que yo puedo hacer por el Partido y la revolución”.