En más de cuatro meses de heroicos combates, resistiendo a una sanguinaria represión, el pueblo nicaragüense ha puesto a tambalear el régimen del tiranuelo Anastasio Somoza Debayle, cuya familia administra su país desde hace 43 años como si se tratara de una de sus haciendas privadas.
Jamás la dictadura somocista había tenido que enfrentar una rebelión de tanta magnitud como la que se desencadenó el pasado 10 de enero, a raíz del asesinato del periodista y dirigente democrático Pedro Joaquín Chamorro, ametrallado en las calles de Managua por sicarios de “Tachito” Somoza. Las masas denunciaron el crimen indignadas, apedrearon los cuarteles de la Guardia Nacional e incendiaron las instalaciones de varias industrias pertenecientes a la familia presidencial, así como de empresas norteamericanas.
Decenas de miles de personas y diversas organizaciones políticas y sindicales concurrieron al entierro de Chamorro. El acto fue coordinado por la Unión Democrática de Liberación, UDEL, coalición opositora de la que el periodista caído era su máximo personero, y por el Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN, que desde 1961 combate la tiranía, y que lleva ese nombre en homenaje al guerrillero antiimperialista Augusto César Sandino, cobardemente acribillado en 1934 por el padre del actual presidente, Anastasio Somoza García, por aquel entonces jefe de la Guardia Nacional.
Una historia de piratas y lacayos
La nefasta dinastía de los Somoza, iniciada en enero de 1937, tres años después de la muerte de Sandino, es el producto de la cadena interminable de crímenes del imperialismo, cuyos primeros antecedentes se encuentran en las agresiones expansionistas de mediados del siglo pasado, cuando toda suerte de filibusteros norteamericanos invadieron por primera vez a Nicaragua para arrasar con sus riquezas.
A finales de 1909, el gobierno de los Estados Unidos urdió un cuartelazo conservador para derrocar al presidente liberal José Santos Zelaya, quien había concertado negociaciones con varios países europeos, en contra de la voluntad de Washington, con el fin de construir un canal interoceánico a través de territorio nicaragüense. El mandatario también había amenazado con cancelar la concesión aurífera de la Compañía Minera La Luz y Los Ángeles, cuyo principal accionista era el entonces Secretario de Estado de la Casa Blanca, Philander C. Knox.
Miles de soldados yanquis desembarcaron en la costa de Mosquitos para defender las propiedades del alto funcionario y apoyar el golpe de los conservadores. Al cabo de ocho meses de guerra civil, y después de que los patriotas sublevados contra la invasión extranjera lucharon en condiciones desiguales pero ejemplar heroísmo, el almirante Smedley Butler instaló en el poder a una antiguo tenedor de libros de las minas de Philandder Knox; el contabilista y abogado Adolfo Díaz.
Bajo el imperio del saqueo
La dictadura surgida de esta alevosa intervención de los “marines” privó al pueblo nicaragüense de todo vestigio de gobierno propio. Díaz asesinó a millares de trabajadores y campesinos rebeldes, y desvergonzadamente entregó a su país en manos de unas cuantas corporaciones foráneas. En 1911 contrató un empréstito por doce millones de dólares con dos consorcios bancarios de Nueva York, cuyas condiciones implicaban que los Al Capones de Wall Street pasaran a controlar las aduanas, el mercado del café, el 51% de las acciones del Banco Nacional y la mitad de los ingresos de la Empresa del Ferrocarril. No contento con esto, el 5 de agosto de 1914 firmó el Tratado Bryan-Chamorro, que otorgaba a los Estados Unidos la propiedad de la Zona del Canal de Nicaragua, los derechos para establecer una base naval en el golfo de Fonseca y el arrendamiento de las Islas del Maíz, sobre el mar Caribe, por 99 años prorrogables.
Para que el parlamento aprobara sin dilación todas las cláusular del convenio, Díaz lo hizo leer en inglés ante un selecto grupo de senadores incondicionales suyos, al tiempo que las tropas gringas acordonaban el edificio del Congreso para impedir que los representantes opuestos a que la entrega de la soberanía de la nación fuera consumada.
A partir de entonces, la pequeña república centroamericana se convirtió en una presa todavía más apetecida para los inversionistas yanquis. Una jauría de cazadores de empréstitos y concesiones se abalanzó sobre ella hasta esquilmarla por completo, mientras las tropas de la Diplomacia del Dólar supervigilaban las elecciones de 1912, 1916 y 1920 para imponer a los candidatos de su conveniencia.
Sobre las ruinas de un país de esta manera humillado y expoliado, aparecería en 1926 el héroe y precursor de la lucha nacional liberadora de América Latina, Augusto César Sandino, conocido por su pueblo como el General de Hombres Libres.
La guerra sandinista
Sandino era hijo de una modesta familia campesina de la aldea de Niquinohomo, cerca de la ciudad de Masaya. Desde los ocho años tuvo que emplearse como recolector de café para poder subsistir precariamente.
En su juventud trabajó como obrero de la United Fruit en Guatemala y como mecánico de la Huasteca Petroleum Company en México. Allí entró en contacto con las ideas revolucionarias de la época y allí se enteró por los periódicos, el 25 de mayo de 1926, de que en su tierra había estallado un nuevo levantamiento liberal contra el gobierno de Adolfo Díaz.
Sandino reunió sus pocos ahorros y se embarcó para Puerto Cabezas, donde engrosó las huestes del general José María Moncada. Fue entonces cuando el ejército norteamericano invadió una vez más Nicaragua para apuntalar la resquebrajada autocracia de Díaz. Los jefes liberales, entre los que se encontraba el teniente Anastasio Somoza García, capitularon en el caserío de Tipitapa, Moncada entregó las armas, a razón de 10 dólares por fusil, y consiguió que Washington apadrinara su candidatura a las elecciones de 1928.
Ante la traición mancomunada de liberales y conservadores. Augusto César Sandino acaudilló la resistencia contra la ocupación imperialista de 1927 hasta 1933. Con unos cuantos compañeros, en su mayoría trabajadores de las minas de oro explotadas por los monopolios extranjeros, formó el núcleo del ejército Defensor de la Soberanía Nicaragüense. Cientos de campesinos pobres se unieron al combate. Después de su primer encuentro armado con las tropas yanquis en Ocotal, sus guerrilleros recibieron el apoyo de amplios sectores de la población y llegaron a controlar ocho de los 17 departamentos de Nicaragua. La fuerza militar más poderosa del mundo, acosada en el campo y las ciudades, se estrelló contra la determinación y la pericia de unos hombres decididos a pelear hasta la muerte por la independencia de su patria, y tuvo que emprender la retirada.
Aunque por primera vez en muchos años Nicaragua se vio libre de la presencia de soldados extranjeros, en su interior seguían pelechando los lacayuelos del neocolonialismo. Anastasio Somoza García, un advenedizo sin escrúpulos que venía escalando uno a uno los peldaños de la burocracia civil y militar, se apoderó de la jefatura de la Guardia Nacional y, en cumplimiento de órdenes de la Embajada Norteamericana de Managua, le tendió a Sandio una celada y lo asesinó el 21 de febrero de 1934.
“Tacho” Somoza llegó finalmente a la Presidencia de la República en 1937, y al amparo de la Casa Blanca hizo de su país un gran fundo para su familia y sus más serviles allegados. En 1944 ya era propietario de 53 haciendas ganaderas y 46 plantaciones de café. Los incontables negocios que heredó su progenie incluyen desde bancos y empresas de aviación hasta casinos, burdeles y loterías.
El primer Somoza murió ajusticiado por un patriota durante un atentado terrorista en 1956. Su hijo mayor, Luis, adquirió la banda presidencial gracias al poderío económico de su parentela y a un fraude electoral sin precedentes. A partir de 1967 le correspondió el turno al benjamín de la ralea, ‘Tachito’ Somoza, el verdugo de Pedro Joaquín Chamorro y actual Primer Magistrado de Nicaragua.
Continúa la lucha
Una semana después del entierro de Chamorro, el 24 de enero de este año, el pueblo nicaragüense inició un paro cívico indefinido para exigir la renuncia de Somoza. Obreros, campesinos, indígenas, estudiantes y maestros conformaron, rodeando al Frente Sandinista de Liberación Nacional, una avanzada de combate que se fue ampliando rápidamente; el comercio y la industria se paralizaron, y los médicos y enfermeras, así como muchos otros profesionales, también cesaron sus labores.
“Tachito” hizo alarde de su estilo gamonalesco al declarar: “Como dijo mi padre, ni me voy, ni me van”, y desató la represión de la Guardia Nacional contra las masas. En Managua fue disuelta con gases una manifestación de mujeres; en Metagalpa el propio de hijo de Anastasio segundo, apodado “el chigüín”, hizo fuego contra los estudiantes de un liceo; en León se usaron cañones contra una marcha pacifica. La censura de prensa fue implantada en todo el país. Empero, la población no se intimidó. Los obreros de la Refinería de Petróleo impidieron que la soldadesca ocupara sus instalaciones y recibieron la solidaridad del proletariado venezolano, que logró suspender los envíos de crudo con destino a Nicaragua. Entretanto todas las ciudades fueron escenario de combativas movilizaciones, durante las cuales el pueblo asaltó varios cuarteles del ejército. Por su parte, las emisoras transmitieron desde las iglesias para burlar la mordaza, y el diario que dirigiera Chamorro, La Prensa, siguió dando cuenta de la rebeldía popular en abierto desafío al gobierno.
El 1° de febrero décimo día del paro nacional, la población de la ciudad norteña de Metagalpa libró una gigantesca batalla contra la tiranía, en la que entregaron su vida decenas de combatientes, entre ellos Margarita González, dirigente popular, militante del FSLN y viuda de su fundador, Carlos Fonseca Amador. El día de su funeral los nicaragüenses rindieron homenaje a su memoria peleando en las calles de Managua, Rivas y Granada, y respondiendo con armas a la agresión militar.
El 5 de febrero el régimen recibió un nuevo bofetón. A las elecciones municipales que Somoza convocó para esa fecha solamente concurrió el reducido número de sus partidarios, mientras la inmensa mayoría de los habitantes del país continuaba el cese de actividades decretado por los grupos revolucionarios y de oposición. Hasta los más pequeños caseríos exteriorizaron su repudio a la comedia electoral y al dictador, el cual oscilaba entre su innata brutalidad y sus promesas de que abandonaría el Poder en 1981.
El Frente de Liberación
Durante todo este período de intensos enfrentamientos populares con las fuerzas represivas, el Frente Sandinista de Liberación Nacional se ha puesto a la cabeza de los nicaragüenses con entereza y con valor. Ya desde octubre del año pasado, cuando fue denunciado públicamente un peculado a favor de guerrilleros sandinistas, desataron una gran ofensiva que se extendió a todos los rincones del país. Su participación en las luchas de estos últimos meses ha sido decisiva. Sus efectivos se tomaron los cuarteles de la Guardia Nacional en tres poblaciones de la provincia de Jinotega, y ocuparon la ciudad de Río Grande, sobre la Costa de Mosquitos. En Rivas y Granada resistieron un ataque combinado de tanques, camperos y helicópteros del ejército oficial. El 7 de febrero, lanzaron un llamamiento general a las armas dirigido a todo el pueblo nicaragüense, y al día siguiente obtuvieron el respaldo de las organizaciones políticas y gremiales opuestas al régimen. Destacamentos urbanos del Frente asaltaron un banco de la familia presidencial en pleno centro de Managua, y en las bodegas de un puerto cercano a la capital se apoderaron de numerosos fusiles de la Guardia Nacional recién llegados de Estados Unidos.
A través de largos años de resistencia contra el clan de los Somoza, y particularmente desde el pasado mes de enero, el FSLN ha aglutinado en torno suyo a vastos sectores de masas y a importantes personalidades democráticas. En sus filas militan marxistas, cristianos, gentes patrióticas y progresistas y todos aquellos movimientos y partidos que de una u otra forma abrazan la causa antiimperialista y anti-somocista. Tras el derrocamiento de la dictadura, su objetivo es la instauración de un gobierno democrático y popular que abra el camino al socialismo en Nicaragua.
En virtud de esta posición el pueblo reconoce al Frente como la vanguardia de su lucha por la independencia y la libertad: protege a sus cuadros, financia sus actividades y empuña sus banderas.
En el distrito indígena de Monimbó, en la ciudad de Masaya, donde el gobierno de Somoza masacró a más de 400 hombres, mujeres, niños y ancianos durante el mes de febrero, los sandinistas estuvieron al frente de la batalla que por más de 10 días puso en jaque a la infantería, la aviación y las unidades mecanizadas de la Guardia Nacional. Allí cayo el comandante Camilo Ortega, miembro de la dirección del FSLN.
Solidaridad internacional
Tomando como ejemplo a los valerosos indios nahoas de Monimbó, que pertrechados de lanzas, flechas y garrotes asestaron certeros golpes a las hordas militares de “Tachito”, todos los nicaragüenses se han mantenido en pie de lucha. Se han realizado nuevos paros nacionales, llenos de episodios de heroísmo popular, en los que cada hacha, cada machete, cada martillo pasaron a ser medios para ganar la democracia. Desde el mes de enero no han cesado en Nicaragua las manifestaciones de protesta, los mítines callejeros las quemas de vehículos oficiales y los enfrentamientos en las ciudades y en los campos Anastasio Somoza ha tenido que recurrir a las tropas hondureñas para intentar detener el avance de los insurrectos, sin lograr su cometido.
Por el contrario, su ejército ha sufrido numerosas bajas, entre ellas la del general número uno de la Guardia Nacional, Reinaldo Pérez Vega, responsable directo de la masacre de Monimbó, quien fuera ajusticiado por el FSLN el 8 de marzo. Por otra parte, desde mediados de abril, más de 30.000 estudiantes paralizaron y ocuparon los colegios de todo el país, logrando con ello abrir nuevas y mayores brechas en la ya resquebrajada estructura del régimen somocista.
Los nicaragüenses han contado con la solidaridad de todos los oprimidos de América Latina y del mundo entero, que incondicionalmente respaldan sus legítimas aspiraciones. El pueblo colombiano y el MOIR también apoyan al Frente Sandinista de Liberación Nacional y a todos los patriotas de Nicaragua que se han levantado contra la dictadura de Somoza y contra el imperialismo norteamericano. Ellos están demostrando una vez más que no existe tiranía capaz de detener una causa justa, cuando todo un pueblo se decide a hacerla triunfar.