CRISIS DEL APARATO TEATRAL REVISIONISTA

En el curso de la primera semana de octubre, cuatro de los grupos teatrales más importantes del país. “El Alacrán”, “La Mama”, “El Local”, y el “Teatro Taller de Colombia”, dirigidos respectivamente por Carlos José Reyes, Edyy Armando, Miguel Torres y Jorge Vargas, anunciaron su retiro de la Corporación Colombiana de Teatro (CCT) y del III Festival Nacional del Nuevo Teatro organizado por esta, en protesta por el cúmulo de atropellos y maniobras de la dirección de dicha corporación. Posteriormente, como solidaridad con la determinación de aquellos cuatro grupos, decenas de conjuntos escénicos de las principales ciudades y la provincia, exteriorizaron así mismo su decisión de abstenerse de participar en el mencionado evento.

En esta forma, la CCT quedó reducida a un fantasmagórico aparato del Partido Comunista revisionista, y el III Festival, a un desteñido conciliábulo, cuyo muestreo previo tuvo que hacerse, como en Bogotá, a puerta cerrada, por el temor de los organizadores a que sus torvos procedimientos y las causas reales que originaron la crisis, fueran ampliamente denunciados por el movimiento teatral colombiano.

Es mucha la tela por cortar en cuanto a los antecedentes que motivaron el actual descalabro de la CCT, originados todos en los manejos antidemocráticos y despóticos de su burocracia. Los últimos hechos que se presentaron con ocasión de la Muestra Internacional de Teatro, celebrada recientemente en varias capitales del país, y la convocatoria al III Festival Nacional del Nuevo Teatro, vinieron a constituirse en la gota que desbordó la copa de la paciencia de los conjuntos teatrales independientes.

Colcultura, en asocio de una entidad denominada Federación de Festivales de Teatro de América, organizó una Muestra Internacional de Teatro, en septiembre pasado. Es menester destacar aquí que el movimiento escénico colombiano ha librado una dura pelea para que él mismo pueda escoger, mediante mecanismos democráticos, a quienes hayan de representar a nuestro país en los certámenes internacionales que se realicen en Colombia. Pues bien, los participantes criollos en la Muestra Internacional de 1977, fueron designados por el gobierno, a través de Colcultura. Esto configuró el precedente aleve de que, por primera vez, el Estado determinaba a dedo los exponentes del teatro colombiano para un evento internacional. Se estableció así, en la práctica, un acto patente de censura oficial, a lo que se prestaron con benévola complacencia los congraciados de la dádiva gubernamental. De esta manera, los dos conjuntos elegidos, “La Candelaria” y el “Teatro Popular de Bogotá”, fueron inscritos merced a la anuencia del régimen lopista. Si a esto se añade la inquietante “coincidencia” de que el director de la primera de las agrupaciones favorecidas es empleado de Colcultura y el director de la segunda es miembro de la Federación de Festivales de Teatro de América, se deducirá fácilmente que nos hallamos en presencia de un tráfico de influencias de la má rancia estirpe manzanillesca.

De otra parte, a lo largo de las dos ocasiones en que ha tenido efecto el Festival Nacional del Nuevo Teatro (1975-1976), el Teatro Libre de Bogotá y otros trabajadores de la escena habían formulado repetidas críticas contra las burdas maniobras de la rosca dirigente de la CCT, referentes a los requisitos de inscripción y de evaluación y al manejo general del evento. Los figurones de los grupos revisionistas son los que definen tales requisitos, como los relativos al tiempo de trabajo, número de obras montadas, etc., pero ellos mismos los violan cínicamente. Todo tendiente a prefabricar teatristas que desaparecen tan pronto finaliza el Festival y que tienen como único fin el de proporcionar la maquinaria que allegue el número suficiente de votos que les permita ser elegidos, año tras año, como “representativos” del Teatro Nacional.

Aparte de lo anterior, a los elencos que protesten contra las arbitrariedades se les descalifica fulminantemente, o se les tiende una red de halagos y chantajes para acallar las críticas. En repudio a estas triquiñuelas, 12 de los 20 participantes de la muestra regional de Barranquilla en 1976, se retiraron de ella.

Lo que viene a quedar en claro de todo este proceso es, entonces, obvio: la CCT es una mera pantalla para la excluyente promoción de los momificados conjuntos que orienta el Partido Comunista, que ya nada tienen que ofrecerle al movimiento artístico colombiano y a las masas populares, como no sea el testimonio caricaturesco de la bancarrota política del revisionismo en todos los órdenes.

Nuevos vientos unitarios y renovadores soplan ahora en las toldas del joven teatro nacional. Los grupos independientes, decididamente respaldados por el Teatro Libre de Bogotá, han iniciado una etapa de fortalecimiento de los lazos de amistad y cooperación, con el designio de propender por una amplia difusión de la actividad cultural firmemente enraizada en el pueblo. Este auge revolucionario se extiende inconteniblemente por todo el país. Entretanto, los verdaderos divisionistas quedarán condenados al papel que señalara don Quijote: “Ladran, Sancho, señal que cabalgamos”.