SOBRE LA EXPULSIÓN DEL ARRIBISTA SAMPER

El MOIR confirma con este comunicado la expulsión de sus filas de Ricardo Samper. La resolución fue adoptada el 31 de mayo de 1977 por el Comité Ejecutivo Central, máximo organismo de dirección de nuestro Partido, el que hoy la hace pública, luego de exhaustivo estudio y discusión interna de la misma, a todo nivel. Determinados órganos de expresión, especialmente la prensa semioficial, ya se han ocupado del asunto, dando diversas interpretaciones acomodaticias, tendientes a objetar la drasticidad de la medida y a mover los resortes de la conmiseración a favor del sancionado. Situación apenas obvia en un país en el cual la reacción y el oportunismo vienen propendiendo durante décadas porque las corrientes políticas, de uno u otro bando, se caractericen no por posiciones claramente demarcadas, sino por las componendas, las contemporizaciones y los híbridos de intereses contrapuestos que son, dentro de la confusión reinante, las actitudes que más contribuyen a mantener todavía en pie el edificio cuarteado y tambaleante de la oligarquía liberal-conservadora vendepatria.

Corresponde a la revolución impartir las lecciones de verticalismo y arrojar el chorro de luz allí donde, tras bambalinas, se trafica con los sagrados anhelos del pueblo colombiano.

Se ha dicho, por ejemplo, que el MOIR al expulsar a Samper, a raíz del casamiento de éste con Consuelo Lleras, lo hizo por sucesos que corresponden a la órbita privada y no constituyen de por sí razones suficientes para semejante determinación. El MOIR, ciertamente, aunque persevera en una sólida educación proletaria en los todos los órdenes, tiene por norma general no interferir en la vida privada de las personas, siempre y cuando esta no interfiera protuberantemente en la actividad revolucionaria. Pero es que el matrimonio de Samper es una de esas uniones que de manera ineludible tienen prosecución política, y mucho más en Colombia, donde las influencias y el poder se traspasan casi hereditariamente entre los miembros de unas cuantas familias encopetadas, por los conductos dinásticos de los partidos tradicionales. Se trataba del enlace de uno de los principales dirigentes del MOIR con la hija de Alberto Lleras, renombrada activista del turbayismo. Por lo tanto, lo que debía quedar nítido ante la faz del país en este caso, era que el supuesto dirigente revolucionario no actuaba de manera arribista, no conciliaba con los intereses que venía representando su cónyuge. Lo que sucedió fue, previsiblemente, todo lo contrario. En forma por demás oportunista Samper llegó hasta el extremo de concurrir el 27 de octubre de 1976 a un banquete que le prepararon en el Hotel Hilton de Bogotá a Julio César Turbay Ayala, para presentar al precandidato liberal- ¡qué ironía! _ como abanderado de la campaña moralizadora y de las buenas costumbres. Del acto político, y de la asistencia de Samper, informó el periódico El Tiempo al día siguiente. En esta ocasión el personaje de que nos ocupamos estuvo por primera vez al borde de la expulsión. Entonces prometió que estos hechos no se repetirían y que Consuelo Lleras se retiraría del turbayismo. El Comité Ejecutivo Central aceptó sus palabras como una posible solución al delicado problema. Sin embargo, fue duramente criticado y sancionado.

Los acontecimientos posteriores comprobaron que no había tal propósito de la enmienda y que a Samper le importaba una higa colocar al MOIR de rey de burlas. Pero nuestro Partido, destacamento de combate de la clase obrera y del pueblo, por ninguna consideración podía tolerar tan garrafal equívoco, y procedió a desbaratar la inadmisible ambigüedad de que uno de sus más conocidos dirigentes posaba de feroz contrincante del régimen, mientras su esposa, desde las toldas turbayistas, trabajaba en apuntalarlo. Y lo hizo por el único y mejor medio a su alcance; la expulsión. Con la medida no sólo sanciona un comportamiento incompatible con los principios proletarios, condenado además, con una u otra interpretación, por la casi totalidad de organizaciones y militantes revolucionarios y personas honradas, sino la violación por parte de Samper de decisiones orgánicas, de cuya disciplinada observancia depende en último termino el cumplimiento de la política correcta del Partido.

El gobierno le hizo a Ricardo Samper el nombramiento para que representara en el tinglado de la llamada Comisión de Vigilancia electoral, primero al MOIR, y luego, cuando se supo tanto de su expulsión como del rechazo de nuestro Partido a esa vulgar comedia demagógica, para que concurriera en condición de _auténtico intérprete de la izquierda_, según expresión del propio ministro de Gobierno. Esta designación y su correspondiente acatamiento nos proporcionan un indicio de cuáles son las verdaderas intenciones de Samper y el fondo de clase de su reprobable proceder. La dictadura oligárquica ha encontrado, de pronto, en este arribista que le reclama a la revolución el reconocimiento de dieciséis años de servicios prestados, el tramoyista que faltaba para arreglar el espectáculo de la mentirosa imparcialidad oficial en los próximos comicios.

La expulsión de Ricardo Samper no es más que la culminación de las agudas y constantes contradicciones internas de éste con la línea del Partido. A pesar de que gozó de plana democracia y disfrutó de innumerables distinciones como cuadro público de la organización, dentro de la militancia nadie ha querido servir de abogado de su causa perdida. En la actualidad una comisión especial, ordenadas por el Comité Ejecutivo Central, labora en la sistematización de las múltiples batallas ideológicas y políticas que significó el paso de Samper por el MOIR., las cuales se publicarán oportunamente, como valiosas experiencias que coadyuven a comprender la tarea de construir una vanguardia obrera de la revolución colombiana. Por ahora destacamos que en el MOIR han existido y continuarán existiendo luchas internas que son el reflejo de las contiendas de clase que se libran en la sociedad. Este fenómeno es inevitable y necesario. A través de él el partido preserva su carácter proletario, impone su política acertada y mantiene su indispensable unidad. Ningún partido revolucionario puede asegurar que en sus huestes no surgirán posiciones oportunistas o no harán carrera elementos inescrupulosos. Lo que el MOIR si garantiza al pueblo colombiano es que cada vez que tales anomalías se presenten, las combatirá con denuedo y sin claudicaciones, hasta obtener la victoria completa.