En Bogotá imperó la ley de los de abajo
Sin obreros que trabajaran en las fábricas, sin choferes que manejaran el transporte, sin dependientes que abrieran el comercio; con la inmensa mayoría de la población enarbolando las banderas del Paro Cívico Nacional y agitando consignas de rechazo al régimen lopista, la capital del país se convirtió en un hervidero de gentes humildes y sencillas, seguras de su fuerza y orgullosas de su causa, que se adueñaron de las calles y lograron implantar por más de 24 horas la vigorosa, valerosa y necesaria “ley de los de abajo”.
A pesar de que el gobierno y los grandes magnates de la industria amenazaron con despidos a todo el que faltara a sus labores, en ningún establecimiento público o privado se pudo comprobar la “absoluta normalidad”, pregonada por el régimen. Solo al Presidente López en su temblorosa y tartamuda alocución del miércoles 14, se le ocurrió, con el sol a las espaldas, declarar que el Paro había sido un fracaso.
Desde mucho antes del amanecer
Las últimas horas del 13 de septiembre fueron de una febril actividad en todos los barrios indigentes del sur de Bogotá. Envueltas en un ambiente de conspiración, familias enteras se dedicaron a doblar grapas, almacenar llantas viejas, preparar botellas de gasolina, alistar mechas, arrumar bultos con vidrios rotos, recolectar estopa y miles de tachuelas. Ni ancianos ni niños se daban un minuto de reposo.
Desde las 5 de la mañana, un caudal humano comenzó a llenar la Avenida Caracas en las entradas a los barrios San Carlos, Marco Fidel Suárez, San Jorge, Santa Lucía y Las Colinas. Tres cuartos de hora más tarde, más de 10 mil personas cortaron el cruce de la Avenida 68 con Autopista Sur. Una pesada casamata del tránsito había sido destruida y arrojada por pedazos en mitad de la calzada. Luego de varios enfrentamientos sin cuartel con los uniformados, un grupo de manifestantes refuerza el tapón con enormes bloques de concreto. Aparece una inmensa muchedumbre, imbuida de coraje y temeridad, con los restos de un chasis humeante sobre los hombros. El armazón de acero calcinado levanta chispas contra el pavimento. Nace uno de los primeros bloqueos populares del 14 de septiembre.
Un gigantesco campo de batalla
Mientras tanto, los habitantes de los barrios Tejar, Alquería, Muzú, San Eusebio, Santa Rita y La Fragua, ya habían convertido la avenida 1º de Mayo en una trinchera inexpugnable. Hombres, mujeres, jóvenes y niños se apoderaron de un extenso tramo de la carrilera Soacha-Bogotá, y durante más de media hora sitiaron un tren de seis vagones a golpes de piedra, varillas de hierro y canecas de basura atravesadas en la vía. A las 10 de la mañana se presentó una violenta refriega con la fuerza pública, y el pueblo, a la ofensiva, se tomó las fábricas Mármoles Andinos, Modulíneas, Laboratorios Lutecia y Calzado La Corona. Los archivadores, escritorios, máquinas de escribir y teléfonos volaron por las ventanas.
Durante todo el día y parte de la noche, los barrios populares del sur de la ciudad fueron escenario de violentos forcejeos en los que alternativamente los contendientes ganaban y perdían cada palmo de terreno. Las puertas de las humildes viviendas estuvieron siempre abiertas para dar refugio a quines se batían en las calles.
El rencor ancestral de los oprimidos
Tal vez porque los vecinos de Bonanza, Las Ferias, Estrada, Palo Blanco y Tabora, al noroccidente de Bogotá, conforman un cinturón de miseria alrededor de la opulencia de los clubes y mansiones de la oligarquía, los salvajismos de la Fuerza Disponible se presentaron aquí con unas características especiales de crueldad y ensañamiento.
Derribando viejos muros de ladrillo, arrancando semáforos, árboles y postes de alumbrado eléctrico, los combatientes del pueblo bloquearon la calle 68 en sus principales cruces, la Avenida Boyacá y la Avenida Rojas Pinilla. En el barrio Santa Helenita sus habitantes sitiaron la central de teléfonos en un encuentro encarnizado con la policía.
En Las Ferias, la multitud se pone en movimiento y la tropa se ve obligada a retroceder, y es entonces cuando centenares de gentes sumidas en el hambre y la desesperanza se lanzan sobre las instalaciones del almacén YEP y arrasan con candados, mallas, cerrojos. Las máquinas registradoras, símbolos de la explotación y el alto costo de la vida, se estrellan contra el piso. Un rencor ancestral que recorre las venas de los oprimidos, después de largos años de penuria y de estrechez insoportables, ha salido finalmente a flote. Es el saqueo de los que han sido saqueados permanentemente.
Encerrados en su propia jaula
En ciudad Kennedy, al sur occidente de Bogotá, los trabajadores se ubicaron en los paraderos de los buses desde mucho antes de la madrugada, y lograron la suspensión total del transporte durante el resto del día. En la mañana programaron una marcha de protesta contra el régimen, que recorrió cuadras enteras, en medio del apoyo vehemente de todo el vecindario, y que terminó por concentrarse en la Avenida 1º. De Mayo con carrera 76, a la entrada del barrio Timiza. Allí se tomó la decisión de interceptar la vía con vallas derrumbadas, troncos caídos y grandes parches de aceite. Los uniformados tuvieron que replegarse y buscar refugio dentro del furgón antimotines que los había conducido hasta el sitio. Quedaron encerrados en su propia jaula, hasta cuando se hicieron presentes los refuerzos de tropa enviados en su auxilio.
En mitad de un polvorín
Paralizado por la falta de transporte, el centro de Bogotá vivió la soledad de una ciudad evacuada, cuya tensa calma era rota por las noticias permanentes de pedreas, incendios, saqueos y enfrentamientos en los barrios periféricos.
Un enorme porcentaje de establecimientos comerciales había cerrado sus puertas ante el clima de incertidumbre y de zozobra. En la Carrera 13 con Calle 33, centenares de trabajadores oficiales se arremolinaron en la vía gritando consignas de solidaridad con el Paro Cívico, y en las oficinas centrales de Telecom y de la Empresa de Teléfonos vivaron la jornada revolucionaria y cerraron las dependencias. La sede principal del Banco de Bogotá tuvo que ser allanada por la fuerza pública cuando los bancarios abandonaron sus casillas y organizaron mítines en varios pisos del edificio. Los compañeros de la Caja Agraria recorrieron en la tarde la Carrera Séptima lanzando abajos al imperialismo yanqui y al régimen lopista.
El lenguaje de la metralla
En los cuatro puntos cardinales de la capital del país, el Paro Cívico Nacional se prolongó hasta el jueves 15 de septiembre. Fueron más de 24 horas de contiendas incesantes en las calles, donde el pueblo bogotano desplegó su enorme capacidad para la lucha revolucionaria.
Más de 30 muertos que los organismos del Estado han tenido que reconocer públicamente; cientos de heridos y 3.800 detenidos son el desquite cobrado en Bogotá por el régimen lopista. El “mandato de hambre, demagogia y represión” demostró que el lenguaje de la metralla es el único recurso que aún le sirve para tratar de acallar el descontento cada día mayor de los sectores populares.