Declaración del Frente por la Unidad del Pueblo
Bogotá, septiembre 19 de 1977
El paro cívico nacional, como era de esperarse, culminó en la más inobjetable victoria. Sin antecedentes, el 14 de septiembre encarnó a lo largo y ancho del país la más enérgica condena de cuanto representa el odiado sistema tradicional de explotación, opresión y vejaciones sobre las inmensas mayorías populares. La vandálica acción de la tropa armada, que agotó los recursos a su alcance y asesinó a cerca de medio centenar de personas, resultó insuficiente para sofocar la heroica rebeldía de las masas. Este acontecimiento histórico obedeció a que el pueblo, en su infinita inteligencia, comprendió que el cese general de actividades de 24 horas decretado por las cuatro centrales y apoyado por el resto del movimiento sindical independiente, creaba las condiciones requeridas, mediante la unión de hecho de las corrientes contrarias al gobierno, para exteriorizar en un gigantesco estallido de indignación, lo indeseable que ha llegado a ser el “mandato de hambre” del imperialismo norteamericano y de su microscópica gavilla de mandaderos pertenecientes a la oligarquía colombiana. En el 14 de septiembre vienen a desembocar los innumerables combates que en los últimos meses sostuvieron los obreros, campesinos, estudiantes, maestros, profesionales y demás sectores sojuzgados. Los beligerantes paros cívicos que se han realizado durante el actual cuatrienio recabando la atención a las necesidades más apremiantes de las poblaciones, se fundieron en uno nacional que compendia reclamos económicos y políticos, antiguos y recientes, particulares y comunes de las clases revolucionarias. El proletariado, cuya lucha registra un prodigioso avance, manifestado tanto en duras y prolongadas huelgas como en diversas movilizaciones, le hizo honor a su papel de vanguardia de la revolución. El campesinado también se hizo sentir en esta gran batalla y aportó su cuota de sacrificio y abnegado respaldo, desbrozando en la práctica la estratégica alianza obrero-campesina. Y el pueblo colombiano demostró que unido e insubordinado es más poderoso que sus enemigos.
Por su parte, la reacción oligárquica, queriendo tapar el sol con las manos, explica el enorme descontento reinante debido a la actividad de los partidos revolucionarios, como si bastara dar la orden o regar unas pocas tachuelas para producir el brusco sacudón del miércoles, que acabó por derrumbar los paredones aún en pie de la demagogia oficial. El problema de fondo radica en la decisión del pueblo de no soportar más pacientemente las consecuencias de una política que lo lesiona en todo sentido y de manera grave y sólo beneficia a un grupo de familias multimillonarias y a sus amos extranjeros. El gobierno lopista desde sus primeros pasos se malquisto el favor dela opinión mayoritaria, incluidos los sectores populares que, engañados por la propaganda oportunista, saludaron con ilusión el advenimiento del nuevo presidente, sin percatarse de que representaba el continuismo del Frente Nacional bajo otro disfraz. Empezando por la declaratoria de la emergencia económica que implantó una reforma tributaria cuya finalidad primordial fuel el voluminoso aumento del impuesto a las ventas, y que repercutió de inmediato en el alza desmesurada de los artículos de consumo. Continuando con la cadena de disposiciones ejecutivas y parlamentarias, dirigidas a auspiciar irritantes privilegios a los monopolios imperialistas a costa de los intereses de la nación y a colmar de mayores garantías al capital financiero, a los grandes magnates y especuladores y a los latifundistas, y que se convirtieron en pesados fardos sobre las espaldas de las masas laboriosas. Y terminando con las medidas de fijar índices ridículos de reajustes salariales, cuando los costos de la vida han llegado a topes jamás previstos, y que con sobrada razón exacerban el ánimo de los millones de trabajadores de la ciudad y el campo. El mismo manejo de la llamada “bonanza cafetera”, lejos de aliviar la quebrada economía de los pequeños y medianos productores del grano, atizó la hoguera inflacionaria, mientras el país entero ha observado cómo los manipuladores de a Federación Nacional de Cafeteros y los pulpos del comercio exterior centuplican sus fortunas.
Otro toque de escándalo lo constituye el conocimiento en detalle de los negociados de la familia presidencial, máxima expresión de la inveterada costumbre de utilizar el Poder como palanca del enriquecimiento privado, y que se concretan en la valorización de haciendas con obras públicas, en préstamos de la banca gubernamental, en contratos con organismos de participación estatal, en la venta de ganado a entidades descentralizadas, en el florecimiento de sociedades industriales, financieras, comerciales y de la construcción a la sombra del Ejecutivo y en el otorgamiento de las más variadas concesiones a firmas de amigos y socios. Y todo ello dentro de la caravana de las mafias dedicadas al tráfico de narcóticos y del crimen organizado que sentaron sus reales en una sociedad descompuesta y sumida en la zozobra. Es el conjunto de esta ensombrecida situación el que rebosó la copa y contra el cual se pronuncio a su modo el pueblo colombiano el 14 de septiembre.
Es evidente la miopía del gobierno y con él la de las clases dominantes al creer que tales contradicciones sociales pueden ser solventadas con los métodos de la fusilería. Durante el día del paro y el siguiente cayeron masacrados cobardemente por el régimen niños, jóvenes, mujeres y hombres indefensos, víctimas inocentes como tantas más inmoladas por las operaciones pacificadoras que abierta o soterradamente emprenden con frecuencia en zonas urbanas y rurales los aparatos represivos. Pero sorprende todavía más el ingenuo cinismo de los mandatarios de turno al tratar de crear la impresión de que después de la tormenta la calma ha retornado, que los focos de perturbación han sido eliminados, que la campaña electoral prosigue normalmente su curso luego de momentánea interrupción y que todo será como antes o mejor que antes, cuando se pregona el escarmiento de consejos de guerra contra decenas de presos cogidos al azar y los conflictos promovidos por la persecución patronal de Ecopetrol contra la USO y del Ministerio de Educación contra FECODE, en lugar de remediarse positivamente, se agravan con sanciones, despidos y amenazas. Igualmente sucede con la Universidad, a la cual se le continúa reservando un tratamiento policivo. Y así con las demás demandas del proletariado y del campesinado, acosados por la miseria y el despotismo fascistoide.
El mantenimiento del estado de sitio, recurso preferido para entorpecer la libre expresión de los partidos y organizaciones opuestos a la dictadura de la coalición liberal-conservadora, está indicando que el gobierno es el menos convencido de la fementida tranquilidad. Por el contrario, la insistencia en la política antinacional y antipopular heredada y acentuada por el mandato lopista le abre el camino a la solución de fuerza y pone en peligro la paz pública.
Colombia avanza aceleradamente a la crisis más profunda de su historia y las condiciones son excelentes para la revolución. Las únicas transformaciones que lograrán sacar a la nación del caos y el atraso en que se encuentra y proporcionarle un porvenir seguro de progreso y estabilidad, son las planteadas en el programa nacional y democrático del Frente por la Unidad del Pueblo. Partiendo de la conquista de la liberación nacional y del celoso sostenimiento de la soberanía alcanzada, la anunciada república de obreros y campesinos implantará una auténtica democracia que barra las lacras del pasado, que aproveche cabalmente los recursos naturales del país y que permita a las masas populares, como genuinas forjadoras de la riqueza social, poner en pleno vigor su ilimitada capacidad laboriosa, su espíritu emprendedor y su sabiduría, para construir una patria grande, próspera, respetable y grata a las generaciones venideras. Una patria que se hermane con todos los pueblos del mundo que combaten por idénticos objetivos revolucionarios.
El futuro es nuestro, más las dificultades siguen siendo considerables. La división y la dispersión de las fuerzas contrapuestas al régimen oligárquico proimperialista materializan un obstáculo protuberante que debemos esforzarnos por superar rápidamente. El triunfo de la causa liberadora exige la activa participación de las clases, capas, personalidades y sectores revolucionarios, democráticos y patrióticos. Reiteramos por lo tanto el llamamiento a los partidos y organizaciones de avanzada para que integremos un solo frente, sin exclusiones sectarias, no alineado internacionalmente y estructurado en base a una dirección compartida que preserve la autonomía ideológica y orgánica y, a la vez, facilite la eficaz cooperación de las distintas agrupaciones aliadas.
Las pruebas difíciles que le aguardan al pueblo colombiano y en especial la urgencia de preparar, ante los planes de terror maquinados por sus enemigos, sólidas defensas que le permitan no sólo resistir sino pasar posteriormente a la ofensiva, nos mueven a trabajar con redoblada energía por desarrollar y consolidar lo más pronto posible la anhelad unión de los oprimidos contra los opresores. Aprendamos del pueblo bogotano y del resto del país que en las jornadas del paro cívico nacional dio sobradas lecciones de valor, unidad y decisión de lucha.
FRENTE POR LA UNIDAD DEL PUEBLO
Jaime Piedrahíta Cardona – candidato presidencial
José Jaramillo Giraldo – director de ANAPO
Consuelo de Montejo – dirigente nacional del MIL
Francisco Mosquera – secretario general del MOIR
Gilberto Zapata – dirigente nacional del MAC
Avelino Niño – dirigente nacional de los CDPR
Vicente Rodríguez – dirigente nacional del MNDP
“Las pruebas difíciles que aguardan al pueblo colombiano y en especial la urgencia de preparar, ante los planes de terror maquinados por sus enemigos, sólidas defensas que le permitan no sólo resistir sino pasar posteriormente a la ofensiva, nos mueven a trabajar con redoblada energía por desarrollar y consolidar lo más pronto posible la anhelada unión de los oprimidos contra los opresores”.