Es buena la reelección en un sistema presidencial como el de Colombia, caracterizado por el propio señor Caro como una monarquía, infortunadamente para él, no hereditaria sino electiva? Y no se diga que ha pasado mucha agua bajo el puente. Porque aun con las reformas introducidas a esa Constitución de 1886, y con la reforma de 1991, el sistema nuestro sigue siendo desequilibrado hacia el poder Ejecutivo, los demás poderes son secundarios. Y algo más: en Colombia existe es presidencialismo, el ejercicio omnímodo y autoritario del poder presidencial. Por eso, si se me pregunta si soy partidario o no de la reelección, mi respuesta es ¡No!
El Estado de Derecho es un estado institucional, alérgico al poder personal. Citar ejemplos de reelección a Inglaterra o Francia, países que tienen un régimen constitucional tan distinto al nuestro, es inadecuado. Yo prefiero el poder institucional al poder personal. Este tipo de propuestas no hacen otra cosa que abonar el culto a la personalidad y el caudillismo, que entre nosotros han producido efectos tan nefastos. Lo único positivo ha sido la literatura en torno a los caudillos latinoamericanos; pero los efectos políticos en el siglo anterior fueron devastadores, negativos. Entiendo que con buenos argumentos se llegue a defender un régimen de reelección. Pero se trata es de decidir si es bueno que un presidente elegido para cuatro años, promueva sobre la marcha un cambio de reglas que van a favorecer su reelección. Al comienzo de este debate se decía, y con mucha insistencia, que no se trata de reelegir al presidente Uribe, sino de la reelección en abstracto; pero paulatinamente se destapan las cartas, y casi todos los senadores que son partidarios de la reelección han hecho la apología del presidente actual.
Es conveniente reflexionar sobre dos temas: si estamos ante un cambio constitucional cualquiera o si es un cambio de mayor trascendencia. Porque la Corte Constitucional, a propósito del análisis de la ley de convocatoria al referendo, dijo que el constituyente delegado podía reformar la Constitución pero que no podía cambiarla; y que hay un cambio constitucional cuando las normas modificadas son de tal naturaleza que se está frente a una nueva concepción de Estado. De quienes defienden el proyecto de reelección he escuchado con mucha insistencia estas palabras: ¡Es que no estamos ante un cambio cualquiera! En verdad no es el cambio de un articulito, como decía el doctor Fabio Echeverri. Hay un cambio en la concepción del Estado. Porque son muy diferentes un Estado en el que un presidente con tantos poderes como tiene el nuestro puede reelegirse y hacer política, y otro en el cual el jefe de Estado no puede hacer política en beneficio propio y no puede reelegirse, y sus subalternos tampoco pueden hacer política. Pongo en tela de juicio la constitucionalidad de ese cambio, repito, conforme a la última jurisprudencia de la Corte.
Pero me gustó mucho la afirmación del senador Luis Guillermo Vélez cuando dijo que el presidente Uribe ha organizado la psicología nacional. Y sí que estoy de acuerdo con eso, en otro contexto. Sí, el presidente Uribe ha organizado la psicología nacional. ¿Cómo la ha organizado? Manipulándola, haciéndose inmune a los errores de gobierno, a los exabruptos que dice y que hace. Y resulta que el gobierno de las mayorías es una de las peores tiranías cuando no está sometido a reglas. Y por tanto, la primera obligación de ética pública que tiene un gobernante en un Estado de Derecho es la observancia de las reglas que rigen y limitan su actividad. Hay muchos elogios para el doctor Uribe, pero desde luego se pasan por alto muchas cosas porque parece que buena parte de los poderes públicos del país participan de esa suerte de embrujo, de hipnosis, de anestesia en que se encuentra sumida la opinión nacional. Aquí pasan cosas graves y es como si no pasaran, se dicen cosas graves y es como si no se dijeran. ¿Por qué? Porque el poder gubernamental parece blindado frente a las posibles censuras de la opinión.
Voy a señalar algunos casos: es un pobre concepto de la soberanía nacional el que tiene el actual Presidente cuando rompe una hermosa tradición internacionalista colombiana y se apresura a apoyar una guerra ilegítima e ilegal, la ocupación absolutamente irregular de un país, una guerra contraria al derecho internacional. Y cuando habla de la aprobación del Tratado de Libre Comercio que está ya en marcha, sin que la opinión pública sepa siquiera qué es lo que se está acordando. Esa soberanía transeúnte o externa está en crisis. Pero no es sólo eso. Es que la soberanía tiene otra dimensión, la interna. Una vez más, el Presidente dice cosas y parece que la opinión no las escuchara, o quienes las escuchan las pasan por alto, como si no hubieran sido dichas.
Hace dos días, en una entrevista televisiva, al referirse a unos secuestros que tuvieron lugar en El Retiro, Antioquia, escuché decir al señor Presidente: «Lo que sucede es que se han ido retirando los mal llamados grupos paramilitares y la ciudadanía ha quedado indefensa», y entonces el gobierno es ineficaz para defender a la ciudadanía. ¡Es inconcebible que un presidente de un Estado de derecho sea capaz de expresar nostalgia por la ausencia de grupos irregulares como las autodefensas! Pero esta situación es pasada por alto. Como si el Presidente no hubiera dicho nada. Y una de sus colaboradoras, la anterior ministra de Defensa, dijo en unas declaraciones que la prensa nacional destacó: «En Colombia el que quiera seguridad que la pague». La primera función de un Estado, la función a la que ni siquiera el liberalismo clásico renunciaba, la función de seguridad, es ahora función privada. O sea, que el que tenga para financiarse sus escoltas y sus vigilantes privados que lo haga, el Estado renuncia a esa obligación. Pero en el país es como si no hubiera ocurrido nada.
Hay un grave peligro. Un presidente incapaz de someterse a las reglas cuando son un obstáculo para sus propósitos. Los ejemplos abundan. Es vergonzoso que el ministro de Justicia calumnie a un juez, confiese él mismo su calumnia, y siga en su cargo. Que ocurra a la vista de Dios y todo el mundo y no suceda nada. Y este proyecto de reelección fue estruendosamente hundido en el Senado en la discusión anterior de este mismo acto legislativo, hace poco. Y uno se pregunta: ¿Y desde cuándo los senadores cambiaron de opinión? ¿Leyeron nuevos libros de derecho constitucional? ¿De ciencia política? ¿Qué los hizo cambiar? ¿Algunas reuniones en Palacio? ¿Algunos desayunos? Si el tema del parlamentarismo se ha agitado es porque en Colombia existe un gran desequilibrio de poderes. No hay relación institucional entre el gobierno y el Congreso sino una relación entre el presidente de la República y sus amigos.
El proyecto que fue hundido, ahora es aprobado, con sólo un período legislativo de por medio. ¿Qué ha ocurrido?Gaviria Díaz Está fresco el episodio de Yidis Medina y Teodolindo Avendaño, quienes habían dicho públicamente que iban a votar de una manera y votaron de otra. Y cuando en Caracol le preguntaron a Yidis Medina porqué cambió de opinión, ella dijo: ¡Porque me prometieron más beneficios para mi región! Confiesa nada menos que un delito de cohecho, ofrecer beneficios a cambio de votos. Pero aquí no pasa nada. ¿Y este es el Presidente cuya reelección se pide? ¿Esta es la vocación de gobernante de Estado de Derecho que tiene el actual presidente de la República?
Aquí tengo otra perla. En Lecturas Dominicales de El Tiempo le preguntan al ex presidente Samper: «Dicen que el presidente Uribe está bravo con usted por el episodio del Consejo Electoral, porque no lo ayudó con sus amigos para que revisaran el censo electoral, que está lleno de muertos y militares». Y el ex presidente responde: «El cuento es exactamente al revés a como se lo contaron en Palacio a una columnista de El Tiempo, que no se preocupó por averiguar la otra cara de la moneda. Me buscaron los asesores de Palacio para que les ayudara con la Registradora y con el Consejo Electoral para modificar el censo y cambiar el resultado del referendo». Y yo pregunto: ¿Esto es una acción jurídica o es cabildeo? ¿Y este tipo de cabildeo está legitimado entre nosotros? De ninguna manera. Si hay tanto énfasis en las calidades excelsas que para muchos tiene el Presidente, otros encontramos calidades que lo inhabilitarían para ser gobernante de un Estado de Derecho. Con razón el presidente Uribe está en una orilla y yo en la otra. Percibimos el país al revés, cuando se trata de analizar las causas de la crisis fiscal, de la crisis que vive el país.
«¿Quiénes son los responsables? Los del gobierno dicen: los responsables son los trabajadores tan ambiciosos, que tienen tantos privilegios, son los pobres que quieren comida barata; el capital en Colombia no tiene privilegios, los privilegios son del trabajo, de los pobres y esos son los que hay que abolir para que la democracia colombiana funcione. Como tengo una concepción contraria, pienso que no es la persona con quien podemos construir la democracia colombiana que está por construirse».