Me encuentro solo en el otoño frío,
mientras miro las aguas del río Siang, que corren hacia el norte.
Desde la isla Naranja veo a mi alrededor
millares de colinas escarlata y el rojo de los bosques.
En el intenso azul del ancho río
cien barcas luchan contra la corriente.
Las águilas golpean sus alas contra el cielo
y en las aguas los peces cruzan como celajes.
Bajo el gélido cielo, las criaturas todas rivalizan
en el disfrute de la libertad.
En esta inmensidad, profundamente absorto
a la infinita tierra le pregunto:
¿Quiénes controlan la naturaleza?
Antaño estuve aquí con multitud de compañeros míos.
En esos meses densos, en esos años plenos de energía,
éramos estudiantes llenos de juventud,
gallardos, de talento floreciente.
Exaltaba nuestro ánimo
el espíritu puro del letrado.
Justos y enhiestos, audaces y sinceros,
mirando a nuestra tierra introducíamos
loa y condenación en nuestra pluma:
los poderosos no eran más que ceniza
Mas, ¿recordáis acaso cuando a mitad de la corriente misma contra la proa de las raudas barcas?