El pasado 6 de marzo los gobiernos de Colombia y de Cuba anunciaron la reanudación de sus relaciones interrumpidas por más de trece años. En el breve comunicado conjunto al respecto, dado a conocer simultáneamente por las cancillerías de los dos países, se lee: “la amistad que une a los pueblos de Colombia y Cuba desde la guerra de independencia iniciada por los patriótas cubanos el 10 de octubre de 1868 -guerra que contó con el total respaldo de la nación colombiana y la participación activa de ciudadanos suyos-, los gobiernos de ambos países, en ejercicio de su soberanía y consecuentes con los principios de igualdad jurídica de los Estados, del respeto mutuo, del beneficio recíproco y de la unidad de América Latina, han acordado restablecer plenamente, a partir de la fecha, sus relaciones diplomáticas, consulares, comerciales y de comunicaciones con rango de Embajada y procederán al intercambio de embajadores en el plazo más conveniente”.
Esta decisión del gobierno colombiano de reabrir las relaciones con la gloriosa Isla del Caribe, adoptada después de muchas idas y venidas, se convierte de hecho en un triunfo importante para Cuba y en una derrota evidente de la política antinacional y proimperialista sostenida durante lustros por los distintos regímenes oligárquicos que han sojuzgado a nuestra patria, y que la actual administración de López hijo persiste en alentar y prolongar. Da grima escuchar los argumentos oficiales colombianos sobre la medida. El Ministro de Relaciones Exteriores, Indalecio Liévano Aguirre, el día que entregó a la prensa el comunicado conjunto, explicó así las razones que movieron al gobierno de Colombia para estblecer las relaciones con la República de Cuba:
“Creemos sinceramente que con pasos como el de hoy se le dará una imágen mucho más aceptable para los pueblos de América Latina a los organismos del Sistema Interamericano. Su desprestigio dependía de esa vinculación a la guerra fría y estamos seguros que, en la medida que esos organismos se desliguen de ella, se va a vigorizar el Sistema Interamericano y su imagen va a recuperar el dinamismo que se requiere para que estos organismos funcionen eficientemente.
“El gobierno colombiano considera que organismos como el TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca) y la OEA (Organización de Estados Americanos) son instituciones del Sistema Interamericano que queremos defender, que vamos a defender y que contribuiremos a fortalecer”.
La revolución cubana es la primera tronera grande del llamado Sistema Interamericano. Precisamente para preservar este sistema, Cuba fue expulsada de la OEA en 1962, y luego, en 1964, se le impuso el bloqueo económico y comercial. Hasta la revoluación cubana los Estados Unidos, aplastando rebeliones populares como en México, Nicaragua o Guatemala, habían manejado a su antojo a las repúblicas latinoamericanas.
El sistema interamericano responde a la concepción imperialista yanqui de que América es un inmenso bloque, monolítico, una unidad geográfica cuyos intereses, aspiraciones y sacrificios se definen en Washington. Esta concepción se resume más o menos así: lo que le conviene a los Estados Unidos le conviene a América. De tal forma, los países latinoamericanos han sido la principal zona de influencia del imperialismo yanqui.
La historia de este siglo del Continente americano es la historia de la expoliación y dominación del imperialismo yanqui y de la lucha de los pueblos latinoamericanos por su liberación nacional, su soberanía y su progreso. El sistema interamericano, del que tanto habla el canciller Liévano Aguirre, no es más que el ordenamiento jurídico perfeccionado por los imperialsitas y los gobiernos títeres del Hemisferio en multitud de foros internacionales, por medio del cual los Estados Unidos tienen todos los derechos, incluyendo el de desconocer cuando le venga en gana tal ordenamiento, y nuestros países todos los deberes, sin omitir los de la sumisión y la obediencia. Y en el redil Cuba era la predilecta.
Desde su independencia de España y su creación como Estado, cayó en las garras del imperialismo que lo tenía ahí, al frente, amenazante y pujante, a sólo noventa millas. El amo yanqui insertó en la Constitución de la Nueva República la conocida “Enmienda Platt” con la que colocaba la soberanía de Cuba bajo el tutelaje de la gran potencia. Los embajadores estadinenses decidían en la práctica los asuntos internos cubanos de importancia. Los capitalistas norteamericanos muy pronto llegaron a controlar todos los negocios de la Isla, especialmente el azúcar, y terminaron por convertirla, de preferencia, en el prostíbulo de las Antillas. Y quien protestara era acallado, encarcelado o simplemente desaparecido para siempre.
Pero Cuba se levantó de su postración como un gigante. En 1953, Fidel Castro asaltó el Cuartel Moncada, una de las fortalezas del odiado régimen de Fulgencio Batista, al frente de un puñado de hombres que con esa acción fundaba el Movimiento 26 de julio, e inició toda una odisea revolucionaria que culminaria, después de una guerra popular de tres años, en la toma del Poder, el 1° de enero de 1959. La revolución expulsó de su suelo a los opresores extranjeros, confiscó las grandes pertenencias norteamericanas y declaró a Cuba “Territorio Libre de América”. La revolución cubana es el acontecimiento más transcendental del Continente en este siglo, marca un hito en las luchas de nuestros pueblos por su liberación e inaugura toda una época revolucionaria antiimperialista en América Latina.
De ser la más sumisa, la República de Cuba pasó a transformarse en la más rebelde, la más digna, la más antogónica frente al sistema neocolonial estadinense, a sólo noventa millas del monstruo.
Estados Unidos echó mano de cuanto instrumento de represalia estuvo a su alcance para recuperar a Cuba: organizó operaciones de espionaje y de terrorismo, patrocinó grupos de gusanos y de bandidos contraguerrilleros en el Escambray, saboteó fábricas, incendió cañaverales y preparó, armó y dirigió la invasión de Bahía Cochinos en 1961. Pero Cuba, invencible, pulverizó todos estos atentados y provocaciones, y en Playa Girón, con la derrota infringida a los invasores adiestrados por la CIA, salvaguardó las conquistas de la revolución y vengó a Augusto Cesar Sandino y a los demás guerrilleros antiimperialistas sacrificados de Latinoamérica.
Ante lo irremisible, el imperialismo yanqui lanzó alaridos por todo el continente, bramando que la Isla de Martí y de Fidel era inajustable al sistema interamericano. Y apoyado en la complicidad de las oligarquías antipatrióticas de América Latina, Estados Unidos determinó apartar a Cuba de la Organización de Estados Americanos y aplicarle las sanciones de aislamiento y bloqueo del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca.
La declaración de exclusión de Cuba de la OEA, aprobada por la VIII Reunión de Consulta de Punta del Este, en 1962, dice: “el actual gobierno de Cuba que oficialmente se ha identificado como un gobierno marxista-leninista, es incompatible con los propósitos y principios del sistema interamericano”.
Se necesita una buena dosis de fariseismo para explicar, como lo hace el canciller colombiano, que con la reapertura de relaciones de Colombia y Cuba “se le dará una imagen mucho más aceptable para los pueblos de América Latina a los organismos del Sistema Interamericano”. Estas explicaciones no reflejan más que el alma obsequiosa del gobierno de López Michelsen y su deseo de continuar servilmente a la disposcición de los dictados del Norte. Pero para Cuba la reanudación de las relaciones es una victoria, un golpe certero dirigido exactamente al fundamento mismo del denominado sistema interamericano. Cuba demostró que la OEA y el TIAR son vulgares herramientas de los Estados Unidos para llevar a cabo su política imperialista de saqueo y opresión.
No es cierto que Cuba, perseguida y calumniada, haya intevenido o agredido a las naciones hermanas del Hemisferio. Tampoco es cierto que el imperialismo yanqui haya obrado en defensa de los principios de no intervención y respeto mutuo entre los Estados. Estos trece años largos, trancurridos desde cuando Alberto Lleras anunció el 9 de diciembre de 1961 el rompimiento de las relaciones con el gobierno cubano, prueban lo contrario.
Durante este lapso los Estados Unidos no ha hecho otra cosa en América, que provocar bochinches conspirar contra los países latinoamericanos, intervenir descaradamente en sus asuntos internos, agredirlos militarmente o a través de sus aparatos de inteligencia. Hay están como testimonio vergonzoso la invasión a la República Dominicana, las masacres de gentes panameñas, el derrocamiento y asesinato de Salvador Allende, los incontables golpes de estado de los Ejércitos Mercenarios fraguados por el Pentagono.
El rompimiento del bloqueo impuesto a Cuba, al igual que las relaciones con el gobierno de Fidel Castro, por parte de México, Venezuela, Argentina, Guyana, Panamá, Perú y ahora Colombia, son acontecimientos producidos a espaldas del sistema interamericano y hacen parte de las batallas de Latinoamérica por la soberanía económica y política, como la exigencia de las 200 millas de mar territorial, la defensa de los precios de nuestros artículos de exportación, la solidaridad con la lucha del pueblo panameño por la plena soberanía sobre el Canal de Panamá, y el resto de combates antiimperialistas.
Y la falaz y acomodaticia acusación que hacen algunos sectores de la oligarquía vendepatria frentenacionalista en nuestro país, como la reciente del Directorio Nacional Conservador, de que Cuba es el principal peligro de la subversión, desconoce el hecho de que en Colombia y en América Latina sobran motivos para la insubordinación y la rebeldía. La solidaridad internacionalista dada por la revolución cubana a los combatientes revolucionarios no se puede calificar como agresión externa. Las luchas abnegadas y heróicas como la del Che Guevara en Bolivia han dependido para su triunfo única y exclusivamente del apoyo oportuno y eficaz que les logren brindar las masas populares. Aunque el Che hubiese sido comandante de la revolución cubana, su máxima en Bolivia fue la misma de Sandino en Nicaragua: “Yo me haré matar con los pocos que me acompañan porque es preferible hacernos morir como rebeldes y no vivir como esclavos”.