Jorge Gómez Gallego, Diciembre 28 de 2002
Devolver a la tierra los despojos mortales de María Elena Ortiz Reinosa, un ser que escasamente alcanzó a cubrir un trayecto de un poco más de dos décadas de vida, es labor harto dolorosa. Sobre todo si esos pocos años estuvieron pletóricos de alegría, vivacidad, inteligencia, pero muy especialmente de las mejores virtudes de un auténtico patriota y luchador antiimperialista.
Hoy nos tocó esa desdicha, y a mí la dura encomienda de pronunciar ante su tumba unas palabras a nombre de la dirección de mi partido, el MOIR.
Cuando una persona ha cumplido su ciclo vital y fallece a una edad avanzada, podríamos decir que no existe un gran sobresalto. Doloroso si es un ser querido, lamentable si su sabiduría y experiencia estaban al servicio de nuestra causa, la causa de las gentes laboriosas de Colombia que anhelan soberanía y bienestar, pero al fin y al cabo absolutamente predecible en el inevitable nacer, crecer y morir de los seres humanos.
Pero hoy estamos ante una circunstancia totalmente diferente, porque la que se apagó fue una vida apenas en flor, que aunque ya había aportado muchas mieles a la colmena de la revolución colombiana, auguraba la entrega de poderosos frutos a nuestra causa.
Y es que la muerte absurda e intempestiva de una mujer revolucionaria militante como María Elena, quien le dio alto valor a su vida al cumplir con todos sus deberes, nos llena de rabia y de dolor, y nos colma de una desagradable sensación de impotencia, porque tenía aún un mundo por conquistar, una sabiduría en proceso de formación, un sendero apenas comenzado. Cuando perdemos una persona joven, la perdemos a ella, y al viejo cuadro experimentado y tenaz que está en ciernes. Es decir, la pérdida es por partida doble.
María Elena empezó a mostrar su potencial desde los 16 años cuando ingresó a la Juventud Patriótica (JUPA), organización juvenil del MOIR, y se convirtió en dirigente estudiantil del Colegio Gerardo Arias, en el municipio de Villamaría. Y con la misma energía de los inicios de su militancia durante el bachillerato, continuó su periplo en la Universidad de Caldas, donde se graduó como Licenciada en Ciencias Sociales. Mientras estudió allí fue la representante de sus compañeros en los Consejos Académico y Superior, y ayudó a crear la Organización Colombiana de Estudiantes ( O. C. E. ).
Una vez cumplido su ciclo estudiantil, asumió con solvencia nuevas responsabilidades en la vida partidaria, y fue alma y nervio de las delegaciones de las veredas de Manizales en el Paro Nacional Agropecuario de julio del año pasado, así como participó, por encargo de la Dirección Regional del MOIR en el departamento de Caldas, en las batallas antiimperialistas de los trabajadores de Telecom en el año que está culminando. Al momento de su muerte se encontraba empeñada en el estudio de las lecciones dejadas por el despojo de Panamá a nuestra nación por parte de los Estados Unidos, villanía que ajustará un siglo de perpetrada en el 2003, cuando María Elena completaría 23 años de vida. Pero su universo se seguía ampliando, y estaba considerando seriamente iniciar un nuevo ciclo, esta vez en condición de militante “descalza” del Partido, durante el primer semestre del próximo año.
Difícil encontrar unas ejecutorias tan largas en una jornada vital tan breve, difícil también concebir una vida con una mayor proyección. Los que le sobrevivimos tenemos el deber de mirar su fugaz existencia con un profundo respeto, pero sobre todo, quedamos con la obligación de recoger sus banderas, de transformar nuestra indignación por el absurdo e inevitable suceso de su muerte, en energía transformadora de nuestra realidad.
Hoy, cuando al mando del Estado colombiano se encuentra el servidor de turno del imperio más agresivo y expoliador de que tenga noticia la humanidad: el norteamericano, y cuando se ha colocado el acelerador a fondo en la aplicación de la política de recolonización neoliberal, adobada con el necesario ingrediente de un mayor despotismo que la apuntale, el panorama que se vislumbra es el de una resistencia civil de un más profundo contenido y de una mayor contundencia. Y en esas circunstancias cuánta falta nos va a hacer María Elena. Con su vibrante entusiasmo revolucionario no estará presente, pero su ejemplo sí.
Por esa razón, ese ejemplo, que es voz de mando, nos obligará a ustedes, a mí, a todo el Partido y a su dirección, a desplegar las energías que sean menester para llenar el profundo vacío que deja la compañera que hoy despedimos.
María Elena: para nuestra gran tarea revolucionaria tu preciada existencia fue semilla generosa, tu fugaz paso por la vida dejó profunda huella, tu pequeña humanidad se convirtió en gigantesco faro, tu poderosa voz combatiente
sonará, no ya en tu garganta que no existe, sino en la de todos nosotros.
¡Gloria eterna a la camarada María Elena Ortiz Reinosa!