Apartes del discurso de Aurelio Suárez M. en el acto de proclamación de su candidatura a la Cámara de Representantes por Risaralda. Pereira, Teatro Santiago Londoño, diciembre 2 de 2001.
Tenemos hoy aquí a los agricultores y campesinos que han construido un nuevo credo de lucha; a dirigentes políticos que no han colaborado con las medidas oficiales contra la nación; a sindicalistas que han enfrentado las leyes que pretenden retroceder las relaciones laborales a épocas de esclavitud; a los combativos obreros de Bavaria; a intelectuales patriotas que han comprendido que su labor adquiere un peso mayor si se ponen al servicio del pueblo; a jóvenes que en las batallas por la defensa de la educación pública aprenden que si Colombia sigue siendo una colonia no habrá destino distinto al atraso y la oscuridad; a líderes de barrios y amas de casa que contienden por defender sus comunidades contra las tropelías en los servicios públicos, la salud y la vivienda; a voceros del sector informal, como los vendedores y los balastreros, que pugnan por su derecho al trabajo; a dirigentes gremiales, como decía uno de ellos, «abandonados por los antiguos gremios ahora controlados por intereses ajenos» y en sánduche entre los impuestos y la competencia extranjera; y, en fin, por personas que han compartido la justeza de nuestras causas. Todos empeñados en hacer Resistencia Civil para salvar a Colombia.
Porque los aquí reunidos sabemos que no podemos cruzarnos de brazos esperando la liquidación del país. Nos hemos puesto de pie y con múltiples movilizaciones y paros salimos a defendernos. Esa táctica ha elevado el nivel de conciencia, ha reforzado las organizaciones. Con frecuencia y con razón se dice en la zona cafetera: ¿Qué sería del café sin la Unidad Cafetera? También en el Tolima se oye: ¿Qué sería del arroz sin Salvación Agropecuaria? Y es que podemos decir con orgullo: ¡Qué sería del campo colombiano sin la Resistencia Civil! No faltan algunos que manifiestan estar de acuerdo con nosotros, pero que no les gustan los métodos de lucha. Es que no comprenden que precisamente esa táctica es parte esencial de nuestros postulados; a quienes eso afirman debemos decirles que nuestro programa sin la Resistencia Civil es como un cuchillo sin filo, como teoría sin práctica, es decir, otro engaño más, un tipo de engaño muy de moda y que el pueblo sólo podrá aclarar aplicando el aforismo de «Por sus frutos los conoceréis». Quede claro, entonces, que nuestro mensaje no es apenas de unidad, es de unidad en torno a la Resistencia Civil.
Cuando cuatro empresas, dos de ellas norteamericanas, todas con ramificaciones en el país, controlan 60% del café del mundo y ganan entre ellas cinco veces lo que reciben 20 millones de caficultores de 60 países tropicales; cuando en Colombia las petroleras foráneas explotan 80% del petróleo y fuera de ello las regalías están exentas de impuestos por las utilidades; y cuatro empresas gringas explotan y exportan 90% de nuestro carbón; y tres comercializadoras norteamericanas venden casi 60% del banano y más de la mitad del negocio de las flores también está en manos extranjeras; cuando casi 70% de la generación de energía eléctrica la explotan firmas internacionales y la telefonía celular es un monopolio multinacional, y como si fuera poco le van a entregar a operadores foráneos los principales acueductos del país, y en las EPS y en las Administradoras de Pensiones y Cesantías el capital financiero mundial encuentra nuevos filones y hace lo que le viene en gana; cuando el sistema bancario nacional está totalmente intervenido por los especuladores de la Bolsa de Nueva York; y cuando esta inicua enumeración podríamos continuarla con mil ejemplos más, a quienes queremos nuestra patria que repetir incansablemente: Por la soberanía, el trabajo y la producción: ¡Resistencia Civil!
Debemos resistir la ofensiva neoliberal y defender la soberanía, el trabajo y la producción nacionales porque las industrias que mantienen algún desarrollo en Colombia son hoy propiedad de multinacionales, y los millones de toneladas de alimentos importados son excedentes agrícolas de Estados Unidos. La participación de los colombianos se reduce a aportar la mano de obra barata, a ser consumidores de esas mercaderías extranjeras o a recibir las migajas que les tiran por participar en la entrega de la patria y su economía, papel éste que tristemente juegan los gobernantes encabezados hoy por Andrés Pastrana.
Eran otras las épocas en las que existía respeto por los intereses generales. Con el «Revolcón» todo cambió. Si es negocio traer cebada, que se traiga aunque se quiebren los cultivadores nacionales; si es negocio cobrar en los hospitales, que se cobre aunque la gente se muera en sus puertas; si es negocio vender agua potable, que se venda con grandes utilidades aunque los niños revienten de sed y mueran en la insalubridad. El país se privatizó en diez años; todo lo hacen con ánimo de lucro, y sus más resultados son un millón de hectáreas menos en agricultura, decenas de miles de empresas cerradas, 26 millones de pobres, tres millones de desempleados y 60% de los que trabajan son informales.
Lo más grave es que la crisis tiende a empeorar, pues los apetitos de las multinacionales son insaciables. El gobierno de Bush hijo está comprometido en llevar a cabo la Iniciativa para las Américas, ideada por Bush padre hace doce años para hacer del continente una zona única sin fronteras, aduanas o controles, donde circulen libremente los capitales, las mercancías y las personas, sobre todo quienes se desempeñen en los oficios más duros. El ALCA será entonces más y más apertura para terminar de agobiar nuestra maltrecha economía. Los productos industriales competirán con los bajos costos y éstos solo podrán conseguirse con bajos salarios, y las monedas nativas serán absorbidas poco a poco por el dólar, el cual brillará por su ausencia en los bolsillos de las mayorías. América será así un único reino, con capital en Washington, como lo era Roma en el imperio de los Césares.
La situación de Risaralda está acorde con el desastre nacional. Referirse a la crisis del café podría estar de más por lo ya sabido en este campo por los aquí presentes. Se conoce de la reducción de tres millones de arrobas y de veinte mil empleos en la década, pero las últimas actuaciones del presidente Pastrana obligan a abordar el tema cafetero. Con la solicitud de la renuncia a Jorge Cárdenas, se está aparentando adelantar una campaña que han denominado de «modernización» de la industria. Los primeros pasos de tal campaña han mostrado el sentido de la misma. El sueño dorado de las multinacionales exportadoras, de ir desmontando las instituciones cafeteras y sus actividades, parece cristalizarse en los finales del gobierno actual. Existe evidencia de que nada bueno están pensando con la Federación. La Comisión que la va a reestructurar, en la cual el menos neoliberal es el infaltable presidente de la ANDI, permite suponer que vamos a la desaparición de las instituciones, a «trabajar como en Kenia», vendiendo el producto a como quieran pagarlo. Desde aquí convocamos a los federados a dar una recia batalla por salvaguardar las instituciones de las fauces del neoliberalismo. Sí, nosotros, acusados falsamente de querer destruirlas, vamos a estar en la primera línea de su defensa, sin dejar de insistir en que buena parte del éxito radicará en que sean verdaderamente democráticas. Hay que impedir que Pastrana, para servirles a la General Foods y similares, se salga con la suya. ¿Es siquiera imaginable que un presidente que no vaciló en ordenar tanquetas y gases lacrimógenos, destrucción de enseres y pertenencias, disparos y detenciones arbitrarias contra los cafeteros y sus dirigentes, pueda producir una sola idea para promover su bienestar, cuando ni siquiera ha tenido el valor, el patriotismo ni la dignidad de exigir a los Estados Unidos y a los países consumidores que cesen en su campaña de envilecer el precio del café y fomentar su siembra en países con costos laborales menores?
Hablando de esta nuestra región, no es extraño encontrar tanto rechazo a la clase política como entre nosotros. Claro, la miserable condición de 60% de nuestros coterráneos en algo lo explica; también la campaña de desprestigio que se ha orquestado en general, pero, en lo que a Risaralda toca, la conducta de todos los bandos, grupos, subgrupos y pactos varios en los que se ha dividido, podría ponerse como destacado ejemplo negativo en el orden nacional. No ha faltado representante local en ninguno de los famosos «torcidos» de los últimos años; como en el raponazo del Fondo Interministerial en la mesa directiva de la Cámara, o en la muy bien viaticada e inútil delegación a Rumanía. Siempre que hay un escándalo, ahí está un político risaraldense.
La elección de Robledo al Senado es una necesidad imperiosa de la Resistencia Civil; es apoyo indispensable para que las luchas sectoriales vayan entretejiéndose. Conozco a Jorge desde hace más de 30 años, cuando compartimos apartamento en medio de la pobreza como estudiantes, ya vinculados a las luchas sociales; jamás lo he visto parpadear, no ha pasado un solo día sin que esté pensando en cómo hacer avanzar la gesta emancipadora de Colombia. Robledo ha combatido desde los más decisivos ángulos; pero hay uno que encumbra su aporte, es su extraordinario trabajo teórico, que abarca múltiples campos: el café, el agro, la vivienda, las privatizaciones, el bareque, el neoliberalismo, la historia arquitectónica regional, entre otros, le han permitido erigirse como sabio y tenaz conductor de los agricultores, y como intelectual ha recibido los reconocimientos y méritos académicos que puede otorgar la universidad más importante, la Universidad Nacional de Colombia. ¿Y qué hará Robledo en el Congreso, y con él los 15 candidatos a la Cámara que lo apoyaremos y pugnaremos por llegar en representación de las regiones? No podremos hacer cosa distinta a lo que hemos dedicado la vida: a fundirnos con las necesidades de la gente, a utilizar esas curules de esta seudodemocracia para fraguar más la unidad patriótica de todos los colombianos, a usar la relativa preeminencia que se tenga para poder expandir la corriente de gente de bien que quiera rescatar para Colombia su soberanía y, desde luego, a jugárnosla entera por una causa que llevamos en el alma, la causa del café.
Sólo nos resta convocar a más personas, grupos y partidos que estén de acuerdo con estos principios, en la seguridad de que aquí tendrán plenas garantías y reconocimiento.
Continuemos en esta campaña con la misión de esclarecer las verdades que deben guiar el correcto transcurrir histórico de nuestro pueblo, para que hagamos de Colombia una patria amable y próspera. Impidamos con todas nuestras fuerzas que –por la ignorancia y la manipulación— los colombianos sigan siendo «instrumentos útiles de bajas pasiones e intereses ocultos, o esclavos serviles de los tiranos», tanto de los propios como de los extraños.