Dice Efraín Marín: «LO CLAVE, LA LUCHA DECIDIDA CONTRA EL IMPERIALISMO»

A sus casi 86 años, Efraim Marín sigue tan firme en sus ideas como en la época fecunda del nacimiento del Partido, cuando cumplió un papel de primer orden respaldando a MosquerA sus casi 86 años, Efraim Marín sigue tan firme en sus ideas como en la época fecunda del nacimiento del Partido, cuando cumplió un papel de primer orden respaldando a Mosquera en dos tareas de enormes proyecciones: la de la fundación del MOIR y la del Paro Nacional Patriótico.

Desde 1945 había sido activo militante del Partido Comunista Colombiano, al que dejó en enero de 1969, para ingresar al nuestro. «Claro, Pacho sabía que yo era del Partido Comunista. Los dos fuimos haciéndonos amigos en los congresos de Fenaltracar,1 de la que yo era dirigente. Algunas veces nos sentábamos a charlar, y él se ponía a hablarme de una idea que le rondaba en la cabeza: la de formar un movimiento sindical independiente de las centrales UTC y CTC. Yo, como es lógico, tenía mis reservas, y, cuando él me insistía, no vacilaba en replicarle: ‘Vea, Pacho. Si eso que usted está impulsando es una vaina para dividir más, yo no le jalo’. Me respondía irónico: ‘A nosotros, Marín, nos han colgado el sambenito de que somos divisionistas… y es cierto. ¡Cómo no lo vamos a ser, si el movimiento obrero colombiano, salvo unas raras excepciones, no ha sido en este siglo más que un apéndice de la reacción!´ Y volvía a decirme, dando unos golpecitos en la mesa con los nudillos de los dedos: `Esa urgente batalla por independizar los sindicatos la vamos a librar a como dé lugar’.»

En la entonces pujante Fenaltracar se libraba una sorda pugna entre las fuerzas cetecistas2 y un sector de la izquierda que lideraban Rafael Torres y Efraim Marín. El fiel de la balanza terminó por volcarse hacia estos últimos en el encarnizado Congreso de Bucaramanga. «Derrotamos por fin a la derecha, y, al salir del recinto, Pacho me preguntó que adónde iba. Yo venía para mi casa, aquí en Barbosa, y él me pidió que lo invitara. Bueno: se tomó la palabra desde que nos subimos a la flota hasta que nos bajamos en el pueblo. Exactamente cuatro horas. Me habló de cada una de sus luchas, del conflicto en el MOEC3 y de por qué se vio obligado a dividirlo, el 1º de octubre de 1965. Y como estaba en boga la guerrilla, recién creados el Eln, el Epl y las Farc, me aclaró sin ambages su posición frente al foquismo, y, muy en especial, su teoría sobre la guerra popular. La charla la seguimos en un restaurante, frente a un sabroso plato de tinajo.4 Digo charla, aunque yo poco había hablado. Mosquera continuó en sus análisis, hasta que al fin, ya concluyendo la comida, me destapó las cartas: ‘Efraim, yo a usted lo necesito. Acompáñeme en esto. Véngase conmigo’. Hombre, le contesté que sí. Yo recibí la militancia directamente de Francisco Mosquera».

El de 1969 fue un año intenso para la nueva fuerza. La actividad era febril por todas partes. En Barbosa, Ibagué, Villavicencio y Cali se cumplieron sendos eventos regionales que, en septiembre del mismo año, desembocaron en el Encuentro Nacional de Medellín. Allí nació el Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario, MOIR, pero no inicialmente como partido, sino como organismo coordinador de diversas corrientes sindicales y políticas.

«La primera piedra para la fundación del MOIR la pusimos nosotros, los trabajadores de carreteras. Fue aquí mismo en Barbosa, y con la presidencia de Mosquera, donde arrancaron los encuentros; claro que el nuestro fue más bien regional. Recuerdo todavía que en plena reunión me hizo Mosquera esta pregunta: ‘¿Qué crees tú, Efraim, que es lo que más necesitamos?’ Le respondí sin vacilar: ‘Pacho, un periódico’. Por todo comentario, sonrió muy satisfecho: ‘¡Bien, Efraim, de acuerdo!’ A las pocas semanas empezó a circular Frente de Liberación, antecesor de Tribuna Roja».

La mesa directiva del Encuentro de Medellín fue presidida por Rafael Torres, máximo dirigente de Fenaltracar. A su lado se hallaban, entre otros, Luis Carlos Ramírez, Efraim Marín, Diego Montaña Cuéllar, Fabio Cadavid y Virgilio Piedrahita, dirigentes estos dos últimos del sindicato único de Coltejer, y el primero, de Sintraemcali. «Pacho fue el alma y nervio del Encuentro. Para la clase obrera fue vital el estímulo de su acerada mente y sus ideas. Y fue él también quien puso los cimientos para la consolidación de nuestro Partido».

El movimiento creado en Medellín adolecía aún de algunas fallas, inherentes a su primera infancia: la del abstencionismo no era la menos grave. «Durante una sesión del comando nacional del MOIR, me atreví a plantear, ante Montaña y muchos otros compañeros, que esa actitud abstencionista nos aislaba de las masas. ¡Quién dijo miedo! Casi todos hicieron fila para oponerse a mi propuesta».

Meses después –al cambiar el carácter del MOIR, ya definido en su programa como «un partido de la clase obrera»—, Mosquera, reivindicando a Lenin, rectificó la posición y, en enero de 1972, trazó la directriz de ir a la lucha electoral.

Paro Nacional Patriótico

La segunda crucial tarea en la que el veterano dirigente respaldó a Francisco Mosquera fue la del Paro Nacional Patriótico. La combativa acción había sido aprobada en enero de 1970 por un masivo encuentro de trabajadores estatales realizado en Bogotá. Apuntaba al principio a echar atrás la nefasta Reforma Administrativa que sancionara por decreto el presidente Lleras. Pero al irse poniendo al rojo vivo la ya pugnaz campaña en la que se enfrentaban el candidato oficialista, Misael Pastrana Borrero, y el de la oposición, Rojas Pinilla, Mosquera vio que había que imprimirle a la consigna un carácter más decididamente político. Se hacía ya evidente que el Frente Nacional se estaba deslizando a toda marcha hacia una grave encrucijada. Con perspicaz clarividencia, Mosquera previó el fraude y anticipó que Lleras, bajo cuerda, se hallaba cocinando el golpe de Estado. El 3 de abril de 1970, y ante el complot siniestro que ya se urdía contra Rojas, Mosquera señaló sin ambages, en Frente de Liberación, la valiente conducta que debía asumir la clase obrera: «No hay duda de que el gobierno tiene, por la quiebra rotunda de su política, dificultades serias para imponer a Pastrana, y no se requiere ser adivino para predecir que recurrirá al fraude, a la represión y otros medios para defender su cabeza. La nación entera rechazará el chantaje, la maniobra y la violencia oficiales, y el proletariado colombiano, gravemente amenazado, se debe preparar para enfrentar con éxito las pruebas más duras de su historia».

Y concluía: «Las condiciones son favorables para la lucha del pueblo».

Hasta último momento, con acucia apremiante, el jefe del MOIR insistió en entablar contactos con la Anapo. Y por mandato suyo, un puñado de sindicatos, sobre todo en Antioquia, se fueron a la huelga el viernes 24, buscando jalonar la resistencia de las masas. Hubo cientos de detenidos entre las huestes moiristas y entre los dirigentes de Anapo.

«Aquí en Barbosa, en los días siguientes al fraude electoral, estuvimos haciendo reuniones conspirativas y repartiendo propaganda. Pero el miércoles 22 me capturó el ejército y me llevó a Chiquinquirá. Semana y media estuve preso, sindicado por un juez militar de estar comprándole armas a la guerrilla comunista. De milagro no me mataron…

«Si Rojas esa vez no capitula frente a Lleras, se incendia este país. El pueblo estaba en pie, dispuesto a lo que fuera».

Trayectoria de lucha

Hijo de Trinidad Marín y Margarita Mosquera, cultivadores de caña panelera y ambos muy liberales, el dirigente obrero vio la primera luz en Puente Nacional, Santander, en el año 1915. «Mi padre era bastante apasionado y a cada rato se hacía meter al calabozo. Es el recuerdo más intenso que guardo de la infancia: la tremenda zozobra en que vivíamos». Ya en la mediana edad, contrajo nupcias con Marina Velásquez, sangileña, con quien tuvo ocho hijos. Hoy cuenta el matrimonio con diez nietos y tres biznietos.

«Ingresé al mundo del trabajo como ayudante de maquinista en el Ferrocarril del Norte, que llegaba hasta el río Suárez. Después, en Bogotá, me vinculé a Camacho Roldán, la fábrica de muebles. De allí pasé a Puerto Berrío, donde entré como carpintero en Edificios Nacionales, dependencia oficial hoy desaparecida. Pero tuve que retirarme a raíz del Nueve de Abril».

El PC de Gilberto Vieira, al que Marín pertenecía, se había declarado archienemigo de Gaitán, prefiriendo adherir a la candidatura oficialista, que encarnaba Gabriel Turbay. Pero no todos en la base se mostraban conformes.

«Yo, siendo comunista, fui abrileño. La dirección estaba en contra de Gaitán, pero, así y todo, yo era muy gaitanista. Gaitán me entusiasmaba. Me tocaba en la célula salir a defenderlo: esto de habernos ido contra él, les machacaba a los demás, era una crasa equivocación.

«Ese 9, como a la una de la tarde, estando en el taller, un conductor entró gritando como loco: ‘¡Mataron a Gaitán!’ Se hizo un corrillo alrededor: ‘Cómo, cómo, qué pasa’, preguntaba la gente, en medio del revuelo y la confusión. Y el hombre dijo: ‘Pues que estamos en guerra. Así como lo oyen. Estamos en guerra’. Había reunidos unos cincuenta obreros, y, en cosa de segundos, resolvimos armarnos con nuestras propias herramientas, sobre todo formones y machetes, y nos lanzamos a la calle. El parque principal hervía ya de gente que empuñaba revólveres, machetes y escopetas. Por todas partes retumbaban consignas que clamaban venganza, con abajos y mueras al presidente Ospina. Todos los rostros se veían desencajados y había muchos hombres que lloraban.

«Hasta la policía, de coroneles para abajo, había entrado en la revuelta. Los más enfurecidos proclamaban a gritos que se harían matar si el presidente Ospina no renunciaba de inmediato. El clima era de insurrección.

«¿Qué táctica seguir? En los cafés y en la alcaldía se escuchaban noticias día y noche. Pero nadie trazaba orientación, y, el 10 de abril, cayó sobre la radio la censura más drástica. Desde entonces todo fue un mar de confusiones. Un día, dos días, tres días, cuatro días, y el pueblo ahí apiñado, totalmente a la defensiva. No tardó en conocerse por la radio que había acuerdo entre el Partido Liberal y Ospina Pérez. Imagínense el desconcierto. Al cuarto día nos llegaron rumores alarmantes: alguien vino a informar que por el río Magdalena subía un cañonero y que, por vía férrea, venían en camino dos nutridos destacamentos.

«Otra vez nos hicimos la pregunta: ¿qué táctica seguir? Enfrentémonos al ejército, proponían algunos: ¡pero con quién y con qué armas! Ya la moral no era la misma. La multitud, partida en grupos, se mostraba indecisa. Y preciso: cuando al fin irrumpió la tropa, en formación cerrada de combate y haciendo al aire unas descargas, lo que se vio fue que la gente no tuvo más remedio que volverse a sus casas. Hubo ese día más de mil detenidos, a quienes se condujo a Medellín.

«A mí la tropa me buscaba, pues esa primer tarde, en medio del tumulto, le había arrebatado el revólver a un celador. Logré escapar, junto con otro camarada, porque salí de noche, río abajo, hacia una tierra que él tenía. Allí nos escondimos varios meses, esperando noticias. De tanto pernoctar a la intemperie, me entraron unas fiebres que casi me liquidan. Parecía una lagartija, de lo puro acabado.

«A los meses llegó otro camarada a proponerme que nos fuéramos al nordeste de Antioquia, a las montañas de Segovia, y que ahí sí nos embarcábamos, ¿sí me entienden? No me sonó de a mucho la propuesta. Le dije entonces: ‘No. Crucemos el río. Vámonos más bien para Santander’. Nos vinimos para Barbosa y aquí nos refugiamos, siempre a la expectativa».

En carreteras nacionales

El Distrito 5 de Carreteras Nacionales comprendía toda la zona sur de Santander. Por ese entonces –hacia 1959—, era el Estado el que asumía en buena parte la construcción y mantenimiento de las vías, por lo que el Ministerio de Obras Públicas contaba con un crecido número de obreros. Y una de las federaciones sindicales de mayor peso en el país era precisamente Fenaltracar.

«Como al año de estar en carreteras fui elegido a la junta sindical. Pero tuve que ser muy cauteloso, porque Fenaltracar estaba en manos de una siniestra camarilla, más anticomunista aún que los mismos agentes del gobierno».

Los dirigentes amarillos, de México a Argentina, recibían a manos llenas los denarios de la Alianza para el Progreso. Puntal del gran soborno fue el Instituto Americano de la ORIT,5 el cual estaba a cargo del agregado laboral en cada una de las embajadas. La UTC y la CTC, conservadora la primera, liberal la segunda, se alimentaban de sus dólares.

«Fenaltracar era una cueva de bandidos. Jamás hicieron una huelga, y ni siquiera la más simple protesta. Alguna vez, estando yo presente en la negociación de un pliego, le exhorté al secretario que le enviáramos cartas al movimiento obrero para que nos brindara su respaldo. El hombre rehusó: ‘No, Marín, no se puede, el ministro se pone bravo’. Hacía referencia a Misael Pastrana Borrero, ministro de Obras Públicas. Esto les da una idea de lo que era esa chusma con la que nos tocaba lidiar. Era Fenaltracar la que oficiosamente se encargaba de elaborar las listas negras con los nombres y direcciones de los obreros comunistas.

«Lleras, alguna vez, les dio audiencia a los camarilleros en el viejo palacio de San Carlos. Acababa la Iglesia de expulsar a los curas rebeldes de Golconda, unos muchachos izquierdistas, y estaba el tema en los periódicos, todo un escándalo. Y eran tan regalados estos tipos, que al presidente de la Federación, buscando congraciarse, lo primero que se le vino a la cabeza fue ponerse a rajar de los curitas. No los bajaba de agentes subversivos. Pero el ‘Chiquito’, apenas oyó eso, le cortó la palabra, como asqueado él mismo de tanto servilismo: ‘Mire, señor, un momentico. Algunas de las cosas que dicen en las plazas los sacerdotes de Golconda, a mí me gustan’. Tenían que haber visto la cara que puso ese bandido. No volvió a abrir la boca en la reunión.

«Con el propio Mercado tuve continuos tropezones, uno muy fuerte, que recuerde. Habían despedido a un directivo comunista sin respetarle el fuero, y yo me fui a donde Mercado a exigirle mediar con el gobierno. El hombre se negó. Fue tan duro el encontronazo, que llegué a amenazarlo con que le retiraba el sindicato. Él me tiró la puerta en las narices: ‘Yo no voy a hacer nada, señor Marín. ¡Póngala como quiera!’ Regresé a Santander, cité asamblea general y saqué de la CTC al Distrito 5.

«Ya en el Congreso de Cartagena teníamos la fuerza para cambiar la dirección, pero la policía nos alojó en la cárcel y nos aguó la fiesta. Por fin, en el Congreso de Bucaramanga, logramos desbancarlos. De presidente quedó Rafael Torres. Yo fui nombrado vicepresidente. Aprobamos por absoluta mayoría romper con el gobierno y con la CTC.

«Rafael,6 liberal, nunca dio el paso que lo llevara a militar con el Partido, pero tuvo un gran mérito: el de abrirle las puertas a Mosquera. Él, a Pacho, sin mezquindades ni reservas, le dio la vía libre para que le metiera política al asunto. Pacho, claro, también puso su parte. Sin salir todavía Rafael de Bucaramanga, ya lo había metido en la tarea de fundar el MOIR. No sólo eso; lo situó de primero, a la cabeza».

El marxismo resurgirá

Marín Mosquera sigue siendo a sus años un hombre lúcido y activo. Se mantiene al corriente de las publicaciones partidarias, que lee muy despacio, en el antejardín de su casa. Con ánimo entusiasta, propio más de un neófito, asistió como delegado, en marzo de 2000, al Primer Congreso de Unidad Panelera celebrado en Moniquirá. Cumple con disciplina los Estatutos del Partido, y, aprovechando la visita de dirigentes nacionales, como Gustavo Triana, eleva en público una especie de queja: que el responsable del MOIR en Barbosa le convoque la célula con mayor regularidad, «para poder él plantear sus cosas».

Se formula a sí mismo la pregunta que hoy inquieta al país: ¿intervendrán directamente las tropas del Southcom? «A mí no se me haría nada raro. Andrés Pastrana es el más vendepatria de los últimos presidentes colombianos».

Hace luego alusión a la polémica de Mao con el revisionismo, ya definida por la historia. Desde 1956, Mao venía repicando que el viraje capitalista en la patria de Lenin y de Stalin tendría efectos devastadores. «Lo que queda ya claro es que ganó China. Pero retrocedimos todos, porque la camarilla de la URSS le hizo un tremendo daño a la Revolución Mundial.

«Con mis antiguos camaradas del PC me tocó debatir muy fuerte cuando estábamos en alianza con ellos en la UNO. Como si no existiera un Pinochet ni nada hubiera sucedido, seguían defendiendo ciegamente la vía pacífica de Allende. Yo les decía: los comunistas, allá en Chile, vieron encima al enemigo y no se prepararon. La historia, finalmente, dictó su fallo también en este punto. Lo que deja al desnudo la catástrofe de Unidad Popular es que esa gente hacía rato había renegado del marxismo.

«¿Para dónde va China? Mi opinión es que en todas partes la reacción está envalentonada… Pero el marxismo, estoy seguro, resurgirá de las cenizas».

La voz, aunque gastada, expresa convicción: «Bajaría feliz a la tumba si consiguiera ver el triunfo de los trabajadores y del pueblo. Tal como se presentan las cosas, puede que no esté próximo, pero tampoco muy lejano.

«Lo clave ahora es el combate decidido contra el imperialismo, el enemigo principal. En esto hay que aprender de Mosquera, y seguir empeñados en la lucha. Lo estamos, y me siento muy satisfecho con la labor del Partido»w

Notas

1 Federación Nacional de Trabajadores de Carreteras Nacionales, hoy extinta, que reunía a 25 mil afiliados.

2 Confederación de Trabajadores de Colombia, CTC, de orientación pro gringa, encabezada a la sazón por Raquel Mercado.

3 Movimiento Obrero Estudiantil Campesino, fundado por Antonio Larrota el 7 de enero de 1959.

4 Guagua, borugo, guartinaja.

5 Organización Regional Interamericana de Trabajadores.

6 Rafael Torres, el primer presidente del MOIR, falleció en Villavicencio hace unos años.