En febrero de 1976 fue secuestrado José Raquel Mercado, uno de los más conocidos dirigentes sindicales de la época. Al conocerse la noticia que daba cuenta del inusual hecho, el camarada Francisco Mosquera, secretario general del MOIR, escribió un comunicado para fijar la posición de nuestro Partido al respecto. A los 25 años, creemos oportuno publicar apartes de dicho pronunciamiento, que ya desde ese entonces dejaba muy en claro nuestro modo de pensar y actuar sobre tales métodos. José Raquel Mercado apareció muerto meses después, en las afueras de Bogotá, y el M-19 reivindicó la acción.
«Jamás nuestro Partido ha recurrido a las acciones individuales separadas de la lucha de masas, al secuestro o al atentado personal».
La desaparición de José Raquel Mercado, presidente de la Confederación de Trabajadores de Colombia, CTC, y la espectacularidad con que los principales medios informativos han reproducido comunicados y fotografías alusivas al hecho, atribuido a una organización conocida como M-19, sirven de pantalla para montar un bien preparado plan represivo y terrorista contra los partidos y las publicaciones contrarias al régimen. El ambiente creado facilita en las condiciones actuales los inconfesables propósitos de quienes en los últimos meses, con sorprendente libertad, han venido recurriendo a las bombas, a los atentados personales y al terror para acallar por la vía más rápida las voces chocantes a los oídos de los intereses prevalecientes. (…)
El secuestro de Mercado no se compagina en ningún momento con las formas de lucha que la clase obrera colombiana adelanta para desenmascarar, aislar y expulsar de las filas del movimiento sindical a los esquiroles y vendeobreros. El sindicalismo independiente contabiliza significativos triunfos en la gran batalla por debilitar a las camarillas directivas de UTC y CTC y desbrozar el camino de la unidad obrera. Desde la entrega del paro de enero de 1969, cientos y cientos de organizaciones sindicales han abandonado las centrales patronales. Cada vez resulta más claro para los trabajadores colombianos que tales camarillas son agentes de las clases dominantes proimperialistas y que su principal función consiste en prestar a los baluartes de la reacción ayuda oportuna, siempre que éstos se hallan en serias dificultades, lo mismo en la lucha económica que en la lucha política.
Pero no se crea que las luchas de la clase obrera contra la costra sindical oportunista han sido una reyerta pasajera. Representan años de combatir constante y duro, unas veces clandestinamente para eludir la carta de despido de los guardianes del orden, otras a través de las huelgas y paros para conquistar las justas peticiones y defender sus organizaciones. Siempre contra las oficinas del trabajo que ilegalizan asambleas desfavorables a los empresarios y a los esquiroles, congelan los fondos de los sindicatos combativos, persiguen en mil formas a los cuadros más activos y avanzados. Por su noble causa han muerto o purgado cárcel muchísimos obreros. La fiereza de la contienda radica en que el imperialismo y sus lacayos le temen como a la peste a un movimiento obrero independiente. Para tratar de impedir su desarrollo se encuentran decididos a emplear todos los medios a su alcance, preferencialmente los instrumentos represivos de la maquinaria burocrática y militar del gobierno de turno. En las sinuosidades de la lucha los obreros han aprendido que para derrotar a sus despiadados enemigos no sirven las acciones aisladas. Sólo las formas de combate que facilitan o resultan de la movilización y participación masiva de la aplastante mayoría de los trabajadores pueden garantizar el triunfo.(…)
Para nadie es un secreto que el MOIR impulsa desde su nacimiento la lucha frontal contra las camarillas vendeobreras y por la unidad del movimiento sindical, con el propósito de lograr a la postre la creación de una única central dirigida y controlada por los trabajadores colombianos. Jamás nuestro Partido ha recurrido a las acciones individuales separadas de la lucha de masas, ni al secuestro ni al atentado personal. Consideramos de principio que sólo el pueblo, mediante su lucha masiva y las formas de organización adecuadas podrá coronar la victoria y juzgar a sus enemigos y verdugos. (…)
La declaración (se refiere a la declaración conjunta que con motivo del secuestro de Mercado emitieron la CTC y la CSTC, y cuyo texto completo fue publicado por El Espectador el 28 de febrero de 1976: Nota del editor) silencia la naturaleza de dictadura abierta antipopular y represiva del régimen de López Michelsen, cuya política proimperialista es contraria a los intereses nacionales y responsable de la inseguridad social actual del país.(…)
En el fondo la declaración conjunta de la CTC y CSTC es una quejumbre por la situación, y las perspectivas de unidad sindical que se consignan se reducen a determinadas reivindicaciones económicas o a llamamientos liberales como éstos: «Conformemos un movimiento unitario capaz de garantizar la vida y derechos de los ciudadanos»; «luchar por la unificación del movimiento sindical para erradicar de nuestra patria la injusticia y la inmoralidad reinantes». Todo lo cual en abstracto, velando la realidad más palpitante de Colombia, que somos una neocolonia de los Estados Unidos y que únicamente la liberación nacional del yugo imperialista garantizará la solución a todos los males de la nación. La unidad del movimiento obrero debe girar alrededor de esta tesis correcta y revolucionaria, sin cambiarla por el economismo ciego y vulgar que aún campea en las filas sindicales.
* Editorial de Tribuna Roja, No. 20, primera quincena de marzo de 1976, escrito por Francisco Mosquera.
Los partidos políticos que como el MOIR plantean un cambio revolucionario, sobre la base de la unidad de todas las fuerzas y personas que nada tengan que ver con los turbios negocios del Estado ni con la entrega del país al imperialismo norteamericano y que estén dispuestas a sacrificarse por una Colombia verdaderamente soberana, democrática y próspera, no pueden menos de recibir el respaldo amplio, entusiasta y decidido de quienes nunca contaron con voz ni voto en la conducción de los destinos nacionales.
En esta política fundamenta nuestro Partido el éxito de su acción presente y futura. Dependemos, por tanto, de nuestros propios esfuerzos y de los esfuerzos de las masas. Cuestión incomprensible para la minoría dominante que deriva su poder y su riqueza del soporte y del contubernio con los neocolonialistas norteamericanos. Si el pueblo colombiano no apoya con sus inagotables recursos a la revolución, no habrá quien la sostenga ni financie, dentro o fuera de nuestras fronteras. Como tampoco habrá quien la contenga si se decide a hacerlo. A la liberación nacional y a las transformaciones democráticas por las que luchamos está supeditada la suerte de Colombia.
«A la revolución sólo la sostiene el pueblo», Tribuna Roja, Nº 21, segunda quincena de marzo de 1976.