Ponencia presentada por Ángel María Caballero, presidente de la Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria, en el Foro ALCA y TLC, el espejismo del libre comercio.
Ángel María Caballero
Comencemos por definir seguridad alimentaria como el derecho que tienen las naciones a producir sus alimentos para no verse condenadas a una hambruna o a tener que importarlos al precio que exijan las multinacionales de la comercialización. Colombia perdió esta seguridad en soya, maíz, sorgo, cebada y algodón en la década pasada, y la del trigo en los sesentas.
Para los neoliberales, por el contrario, seguridad alimentaria es el derecho del que gozan los consumidores a obtener alimentos «baratos» donde sea. Pero lo de barato es relativo, porque, por ejemplo, la soya y el trigo que dejamos de producir nos toca importarlos cada vez más caros, y hoy tienen un precio 40% y 12% más alto que el año pasado; lo mismo ocurre con el algodón. Amén de las divisas que hay que invertir para comprarlos, generando empleo pero para los agricultores de los países que los producen. Y, por otro lado, los precios bajos con los que la leche fue importada masivamente en el año 2001, nunca les fueron trasladados a los consumidores, que debieron seguirla pagando cara a pesar de ser un alimento de primerísima necesidad.
En las negociaciones del ALCA es muy común oír el término sector sensible. Hace referencia a los productos del campo que forman el componente más importante de la dieta básica y, por ello, son responsables de la seguridad alimentaria de Colombia. Estos productos se verían afectados con el ALCA, a tal punto que podrían ser llevados hasta la extinción.
Lo cierto es que en el agro colombiano no hay producto que no sea sensible: lácteos, cereales, oleaginosas, papa, panela, azúcar, plátano, frutas, hortalizas, fríjol, carnes. Hasta el algodón industrial lo es. Pero esa sensibilidad de nada les sirvió a los gobiernos neoliberales. En el decenio pasado entregaron nuestro mercado con la apertura de los noventas, bajando aranceles. Simultáneamente desaparecieron el Idema y con él los precios de sustentación, se debilitó casi hasta la extinción al ICA, con Corpoica se marchitó la investigación en las ciencias agropecuarias, y los créditos de fomento se acabaron al eliminar la Caja Agraria. Es decir, se hizo todo lo que no se debía hacer. Mientras tanto, Estados Unidos desarrolló la ingeniería genética y exige que les abramos nuestras fronteras a sus productos y capitales, a la vez que incrementa los subsidios a sus agricultores. Para los próximos siete años, estos pasan de 100.000 millones a 180.000 millones de dólares. Y al ver que la apertura era tan buen negocio, y después de acabar con nuestro trigo y nuestro maíz, les dio por profundizarla, creando el Área de Libre Comercio de las Américas, ALCA, para inundarnos de lo que ellos producen en abundancia con tecnología de punta y altos subsidios. Lo que nuestros gobernantes olvidan, o esconden, es que estos productos representan para Colombia más de 4 millones de empleos agrícolas y la subsistencia de 11.5 millones de compatriotas que viven en los 1.050 municipios de nuestra geografía.
Uribe y sus asesores se han empeñado en alegar que los agricultores colombianos somos latifundistas, como lo alega Hommes, actual asesor del presidente Uribe. No les tiembla la voz para mentir, porque ellos muy bien saben que el trigo y el maíz y el fríjol han sido sembrados fundamentalmente por pequeños productores. Y también conocen, tienen que conocerlo, que en la producción arrocera somos 28 mil cultivadores, de los cuales 85% tienen explotaciones por debajo de 20 hectáreas. Para Hommes y sus amigos, estos son latifundistas. Pero no lo son los arroceros gringos, con grandes empresas de miles de hectáreas y que reciben todo el apoyo del gobierno más rico de la tierra. Es el mundo al revés. Para los gobernantes de Colombia, que venden la nación, su labor mercenaria es digna de alabanza, mientras califican de zánganos y pechugones a los productores nacionales que viven los riesgos de empresas amenazadas por la competencia extranjera, el abandono oficial y la violencia sanguinaria. Es el absurdo entronizado.
Arguyen sin ningún empacho, recordémoslo, que el pan en Colombia es el segundo más caro de América y que por ello –¡oh, lógica sublime!– deben ser arrasados los pocos cultivos de trigo que sobreviven en Nariño o en Boyacá. Pero ocultan que 95% del trigo que se consume en nuestro país es importado, precisamente porque acabaron con la producción triguera nacional en los años sesentas utilizando el mismo argumento de ahora: que sale más barato importarlo que producirlo y que lo que ellos anhelan es proteger al consumidor. Mentira. Nos vuelven a mentir. Y repiten sin ninguna vergüenza que los habitantes de la ciudad tienen derecho a alimentos más baratos, así sean importados, que no se debe subsidiar nuestra producción y que nuestras tierras deben dedicarse a cultivar especies tropicales, que no se dan en los países que nos proponen el Tratado del ALCA. Y el gobierno, ahí sí, ofrece préstamos para cultivar pitayas, uchuvas, feijoas y otras frutas exóticas.
Son argumentos deleznables, porque «lo más caro para un país es lo que no es capaz de producir», como agitamos en la bandera de la Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria. Al ATPA, o Atpdea, que entre otras cosas compensaba en su origen la eliminación de los cultivos ilícitos, la ponen ahora los gringos como señuelo para que el gobierno apruebe el ALCA, lo cual, desde luego, tiene tufo de chantaje. Y, además, no presenta ninguna relación favorable costo-beneficio para el país, porque en los últimos ocho años el incremento en las exportaciones del ATPA no pasó de 1.2 billones de pesos y de 45 mil nuevos empleos. Pero lo que está en juego es todo el mercado interno de Colombia, que pasa de 20 billones de pesos y que genera 4 millones de empleos seguros. Lo que ofrecen los gringos con el ATPA es incierto y nos toca competirlo con países más pobres que el nuestro; es parcial, pues solo se aplica a unos cuantos productos, y es temporal pues termina en el año 2006 cuando empiece a aplicarse el ALCA, mientras que lo que nos van a imponer con el Área de Libre Comercio de las Américas será permanente, cada vez más fuerte y aplicado sin excepción a todas las mercancías y servicios.
Los mismos cultivos tropicales nos han dejado experiencias negativas. El café y el banano son cultivos tropicales y, aunque se producen bien entre nosotros, nos toca pelearnos el mercado con los demás países productores. Las trasnacionales que controlan el comercio fomentan las siembras para que haya superproducción y así poder pagarles a los arruinados cultivadores lo que ellas tengan a bien. Para los productos tropicales hay nichos de mercado relativamente pequeños y que se saturan rápidamente, pues la humanidad no se alimenta propiamente de ellos, sino de los once productos de la dieta básica, esos sí producidos y subsidiados por las grandes potencias mundiales.
Debe quedar en claro que no nos oponemos a la siembra de especies tropicales. Pero lo que no aceptamos es que al país se lo restrinja a los cultivos tropicales, de rentabilidad y mercado inciertos, mientras se entrega la producción nacional de alimentos básicos y se permite el aumento desbordado del desempleo rural. Desde este punto de vista, nos oponemos a la convertibilidad, o sea, al cambio masivo de cultivos tradicionales y transitorios por especies tropicales y exóticas. Un ejemplo claro es el café orgánico, que tiene un pequeño nicho de mercado que se debe desarrollar, pero no sobre la base de sustituir las 600 mil hectáreas de café convencional, las cuales debemos tecnificar exigiendo para ello el apoyo del Estado y el de la Federación de Cafeteros.
Retomando el tema inicial de los cultivos sensibles, tomemos el caso del arroz. Su precio promedio en el mercado nacional puesto FOB es de 400 dólares y en el mercado internacional de 180 dólares; es un cultivo muy sensible que desaparecerá con el ALCA. El arroz colombiano es poco competitivo, pero no por culpa de los agricultores; los insumos valen en Colombia hasta tres veces más que en los países competidores del ALCA, y el gobierno la única explicación que da es la de «riesgo país», sin mencionar el tema de los subsidios, que en Colombia se reducen al incentivo al almacenamiento en época de sobreproducción, y pare de contar. De Ecuador hay importaciones cada año de 150 mil toneladas por Pacto Andino, y entra arroz triangulado por Venezuela. Sin embargo, el sector subsiste, pero porque no ha empezado el ALCA. Con el ALCA, será otra la situación.
Más sensible aún que el arroz es la leche. A la lechería le tocó recoger la tierra de cafeteros, trigueros, maiceros, algodoneros y todos los quebrados y, además, tiene excedentes exportables que deberían ser subsidiados por el Estado.
¿Qué hacer? La solución no está en la convertibilidad ni en la desgravación gradual a 10 años, pues la competitividad es con dinero y ese no es propiamente el caso de Colombia. Tampoco creemos que, por sensible que sea el producto, el gobierno vaya a tener consideración. La lucha no puede ser por sectores. Debemos estar unidos. Todos. La SAC y las demás organizaciones, porque por bien que le vaya a un renglón en las negociaciones, lo más que logra es demorar el momento de la quiebra. Unos tendrán 5 años de vida, otros 10 si les va mejor, pero seguramente la ruina total llegará antes que el arancel baje a cero.
Estados Unidos ha manifestado repetidamente que no negocia los subsidios en el ALCA. Pero no podemos ceder. Nuestra posición es que si ellos no eliminan los subsidios, no habrá negociación. Sin olvidar que incluso eliminando ellos los subsidios, quedaremos en desventaja, pues nos ganan en adelantos tecnológicos, en costos de los insumos, en seguridad y en todos los estímulos a la producción. El Estado colombiano, al contrario, cada vez recorta más su apoyo al campo, como está ocurriendo por ejemplo con el ICR, el incentivo a la capitalización rural.
La única solución es la unión de todos los sensibles contra los insensatos, y rechazar y combatir la orquesta que todos los días disuena, y cada vez más fuerte, contra la producción nacional. No hay otra consigna posible: ¡Defendamos la producción y el trabajo nacionales! ¡Repudiemos el ALCA!