(Por Víctor M. Quintana S., profesor de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, México, y vocero oficial del movimiento gremial El Campo No Aguanta Más)
Desde mitad de los años 30 hasta finales de los 60, el campo mexicano fue un campo próspero; produjo alimentos baratos para la ciudad y materias primas para la industria en continua expansión. A pesar de que los precios rurales se sacrificaban en favor del territorio industrial, la agricultura mexicana conoció tasas de crecimiento anuales que ya quisiera el presidente Fox para engalanar sus mejores promesas; eso fue hasta finales de los 60.
En 1982 se inició lo que hemos llamado la guerra contra el campo mexicano. La primera etapa comenzó en 1982 con la imposición, por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Departamento del Tesoro estadounidense y el Consenso de Washington, del primer paquete de ajuste estructural, uno de los primeros que se da en el mundo. Y vino la primera generación de medidas de ajuste en el campo mexicano. Se liberaron los precios de los insumos agrícolas, de los energéticos, fertilizantes y maquinaria, se controlaron los precios internos de garantía de los productos agrícolas, se empezó a reducir la inversión y el gasto del Estado en apoyos, inversión e investigación agrícolas.
En la segunda, iniciada con el gobierno de Salinas en 1988–89, la ofensiva se desató con furia. Se abrió con una declaración de uno de los representantes de Salinas, quien dijo: en el campo mexicano hay 25 millones de personas, el 25% de la población mexicana, y sin embargo, produce únicamente el 7% del Producto Interno Bruto. Luego sobran 18 millones de personas en el campo mexicano. Necesitamos desplazar del campo mexicano a 18 millones de personas.
Y comenzó una operación que, si estuviéramos en Yugoslavia, la llamaríamos de purificación étnica. Fue una operación, digamos, de limpieza: barrer el campo mexicano de campesinos. Según los tecnócratas de Salinas, de Cedillo e incluso de Fox, sobran varios millones de personas que hay que mandar rápido a la ciudad o a Estados Unidos. Y Salinas empleó para tal fin dos instrumentos privilegiados: primero, la contrarreforma agraria de 1992, que privatizó las tierras agrícolas en manos de los ejidatarios y las comunidades indígenas. Y segundo, se empezó a negociar con Estados Unidos el Tratado de Libre Comercio, que entró en vigor el primer día de 1994.
La desproporción entre México y Estados Unidos es palmaria. Les voy a dar unos datos, sin incluir a Canadá. En Estados Unidos hay 59 hectáreas de tierra por trabajador agrícola; en México 3. En Estados Unidos hay 7 hectáreas irrigadas por trabajador agrícola; en México diez veces menos, o sea 0,7 hectáreas. En Estados Unidos disponen de 79 hectáreas de pastizal por trabajador agrícola; en México de 9. En Estados Unidos cuentan con 58 hectáreas de bosque por trabajador agrícola; en México con 2,8 hectáreas. En Estados Unidos hay 1,6 tractores por trabajador agrícola; en México 2 por cada 100. En Estados Unidos se producen 8 toneladas 400 kilos de maíz por hectárea; en México 2 toneladas 400 kilos. En fríjol, una tonelada 800 kilos en Estados Unidos; en México 600 kilos. En arroz, 6 toneladas 800 kilos en Estados Unidos.; en México, ahí no estamos tan desequilibrados, 400.
Las diferencias de productividad se deben, claro está, a la enorme diferencia de dotación de recursos naturales: tres cuartas partes del territorio mexicano son tierras áridas o semiáridas; salvo en algunas cuantas regiones del norte, tenemos a veces nieve en invierno. En Estados Unidos, casi en todo el país tiene nieve en invierno y hay lluvias abundantes en verano. Tienen el valle del Mississippi que es una de las llanuras de aluvión más importantes del mundo. Nosotros no tenemos esas condiciones agroclimáticas tan privilegiadas.
Sin embargo, lo más importante es el desequilibrio entre las políticas de fomento. En Estados Unidos, los apoyos que reciben los agricultores representaron en 2001 el 47% de la producción agropecuaria, mientras que los recibidos por los agricultores mexicanos representaron solo el 24%.
México tenía 9 años de plazo para prepararse para la desgravación casi total de 2003. Bueno, ¿qué hizo el gobierno mexicano en esos 9 años?
En 1994, al iniciarse el Tratado, el presupuesto agrícola del gobierno mexicano, como proporción del gasto programable, era de 8,8%. En 2002 descendió a 3,5%. Como proporción del presupuesto para el campo en el Producto Interno Bruto, en 1994 fue de 1,5% y en 2002 de 0,6%. ¿Qué quiere esto decir? Que el gobierno mexicano, en lugar de preparar al sector agropecuario para que se pusiera en condiciones menos asimétricas de competencia, disminuyó drásticamente por mitad las inversiones. Pero no únicamente eso; teniendo México derecho a proteger sus sectores maicero y frijolero con aranceles y con cuotas, el gobierno mexicano dejó de cobrar durante esos 8 años US$ 2.800 millones en aranceles para importaciones de maíz y US$ 77 millones para importaciones de fríjol. Y permitió la entrada de 14 millones de toneladas de granos básicos por encima de la cuota establecida sin cobrar un centavo de arancel.
Así nos preparó el gobierno para el Tratado de Libre Comercio. ¿Y cómo se preparó Estados Unidos? ¿Qué hizo el gobierno norteamericano? Todo, menos libre comercio. Al contrario de lo que había acordado en la OMC, incrementó los subsidios a la agricultura y nos inundó con exportaciones de alimentos a precios de dumping; es el caso de los cárnicos y de los lácteos, por ejemplo.
Hace dos años, en el Frente Democrático Campesino realizamos una experiencia pedagógica: nos fuimos y tomamos el puente internacional Ciudad Juárez-El Paso, no por donde pasan los peatones o los automovilistas, sino por donde se pasan los contenedores. Lo que hicimos fue detener todos los contenedores que venían de Estados Unidos con productos agropecuarios. Y a que no se imaginan ustedes qué encontramos. El primer contenedor que detuvimos traía un polvo amarillo con manchas negras, hecho plasta. Era maíz. Y nuestros productores se dieron cuenta de inmediato, sin necesidad de irse hasta Harvard, lo que significaba el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Decían: tenemos millones de toneladas de maíz blanco de alto contenido proteico sin poder vender en nuestras bodegas y estamos importando maíz que ni los puercos son capaces de comer.
Unos contenedores después lo que detuvimos fue un trailer completo de 30-40 toneladas de pollo congelado, creo que desde el Jurásico. El siguiente trailer, hasta da vergüenza decirlo, venía completamente lleno de colitas de pavo. Lo que desperdician los norteamericanos, lo más grasoso, lo más tóxico, nos lo envían a nosotros.
En vez de rebajar los subsidios, EU los elevó. De 1994 a 2000 pasaron de US$ 5 mil millones anuales a US$ 32 mil millones anuales.
Pero todavía más. Con la nueva ley agrícola de mayo de 2002, Estados Unidos incrementó hasta US$ 180 mil millones los subsidios a su agricultura por un periodo de 10 años. Así, el apoyo por hectárea en Estados Unidos será en estos años de 125 dólares. El subsidio promedio por agricultor del gobierno norteamericano es de 21 mil dólares; en México de solo 700. Estados Unidos tiene un presupuesto para su agricultura 30 veces mayor que el vigente en México, y la agricultura norteamericana es 6 veces mayor que la mexicana.
Bueno, ¿cómo nos fue con esta excelente preparación del gobierno mexicano para competir con la agricultura de Estados Unidos? Para el sector agropecuario mexicano el TLCAN significó sobre todo importaciones. En los primero 8 años del Tratado las importaciones de la agricultura y la ganadería mexicanas casi duplicaron su valor: pasaron de US$ 2.900 millones a US$ 4.200 millones. De 1994 a 2001, México elevó sus compras de productos agropecuarios y agroalimentarios extranjeros en 44% e incrementó sus exportaciones sólo 8%.
Otra comparación. En 1995, durante la bonanza del sector agroalimentario, México importaba de Estados Unidos US$ 3.254 millones, pero alcanzaba a exportar US$ 3.800 millones; es decir, tenía 600 millones de superávit en la balanza agroalimentaria. Seis años más tarde, México había más que duplicado las importaciones agroalimentarias, que subieron a US$ 7.415 millones. Pero las exportaciones solo aumentaron a US$ 5.267 millones. La balanza agroalimentaria se hizo deficitaria en US$ 2.400 millones.
En 1990, el promedio de importación de los 10 cultivos básicos de México procedentes de Estados Unidos ascendía a 8,7 millones de toneladas. Diez años después era de 18 y medio millones de toneladas, un incremento de 112%. Nosotros presumimos de que el maíz es parte de la identidad mexicana. Antes del Tratado lo que más llegamos a importar fueron 2 millones y medio de toneladas anuales. Ahora ya andamos importando 6 millones de toneladas anuales. Y los defensores a ultranza del Tratado nos preguntan: ¿pero para qué cultivamos maíz si nos sale más barato comprarlo en Estados Unidos? Les respondemos: sí, pero el maíz es el principal alimento de los mexicanos. Un asunto de vida o muerte, una cuestión de seguridad nacional.
La otrora orgullosa agricultura mexicana se ha derrumbado. Es triste decirlo, pero ya no produce alimentos para la nación. Importamos el 95% de las oleaginosas, el 40% de la carne, el 30% del maíz, el 50% del arroz.
¿Cómo ha repercutido esto? El Tratado ha sido para México de importación; ha sido de pérdida de la soberanía, de pérdida de la seguridad alimentaria. Se derrumbó la rentabilidad en la agricultura nacional.
(Apartes de la ponencia El campo no aguanta más).