DOS ARTÍCULOS DEL SENADOR ROBLEDO SOBRE EL ALCA Y EL TRATADO BILATERAL

Jorge Enrique Robledo

EL LISTADO DE LOS QUE VAN A QUEBRAR

Aumentan las preocupaciones entre los empresarios del campo y las ciudades frente a la decisión del gobierno de Álvaro Uribe Vélez de meter a Colombia en el Alca o en un acuerdo bilateral con Estados Unidos. Y no es para menos, según se conoce lo que le espera al país. Con la frase «Escojamos quién muere y quién sobrevive», tituló Portafolio el 5 de septiembre de 2003 las opiniones de Juan Manuel Santos sobre cómo prepararse para suscribir un tratado de comercio con Estados Unidos.

Según el mismo periódico, «las advertencias del ex ministro fueron más allá y recomendó, incluso, tener en cuenta las regiones del país que se verán beneficiadas con el TLC y las que resultarán afectadas por el acuerdo. Esto traerá, sin lugar a dudas, descontento social en aquellas zonas del país en las cuales los efectos nocivos del tratado sean más trascendentales».

Por otro lado, el texto Efectos de un acuerdo bilateral de libre comercio con Estados Unidos, publicado por el Departamento Nacional de Planeación, señala que con este convenio se reducirá la producción colombiana en ocho de los diez sectores en los que la dividieron para el análisis, siendo los perdedores: cereales, otros productos agrícolas, minas y energía, cueros y maderas, alimentos, carne bovina y otras carnes, otras manufacturas y servicios y finca raíz, en tanto considera que los ganadores serán textiles y aceites y otros cultivos, leche y azúcar.

En el mismo documento se abunda en los renglones amenazados en los siguientes términos: «Los sectores sobre los cuales Estados Unidos presenta ventajas competitivas y que muy seguramente con la eliminación de la protección arancelaria afectarían la producción doméstica están los relacionados con la fabricación de maquinaria y equipo; madera; algunos alimentos; hilados y fibras textiles; algunos productos químicos; derivados del petróleo y el carbón; cauchos y plásticos; como también los dedicados a la fabricación de productos metálicos».

Como si fuera poco, con respecto a algunos de los supuestos ganadores –aceites, leche y azúcar–, hay que poner en seria duda esa posibilidad, si se tiene en cuenta que estos productos se benefician con aranceles relativamente altos, los cuales desaparecerían, y que las agremiaciones que los representan han advertido que la pérdida de esa protección les generaría una competencia capaz de eliminarlos.

Quedaría, entonces, como único ganador el renglón de «textiles» –que debe entenderse principalmente como maquilas dedicadas a las confecciones–, aunque sobre este hay que advertir que tendría que derrotar en la competencia por entrar al mercado norteamericano a los productores del resto de América e, incluso, a los de Asia, empezando por China, que se poseen poderosas factorías y mano de obra de un costo minúsculo. Pero aún si fuere cierto que ganarán los pocos sectores mencionados, ¿con qué argumentos defienden que se sacrifiquen casi todos?

Para completar el panorama de lo que viene, Planeación también concluye que «cuando se consideran los efectos de mayor inversión extranjera producto de la liberalización del sector servicios, las ganancias tanto del acuerdo bilateral como del Alca son evidentes», lo que significa reconocer que las pérdidas de la industria y el agro nacionales «son evidentes», para usar sus palabras, y que el capital extranjero se quedará con los servicios (salud, educación, telecomunicaciones, electricidad, vías, finanzas, etc.), siempre y cuando, decimos aquí, el gobierno le garantice impuestos menores o inexistentes, tribunales privados y en el exterior para resolver los conflictos con el Estado y salarios bien bajos. ¿Qué futuro puede tener un país en el que las fuentes de acumulación de riqueza desaparecen o acumulan por fuera de sus fronteras?

A estas alturas del debate, y en la medida en que se confirman las razones de quienes nos oponemos a este tipo de acuerdos, saltan otras preguntas: ¿cómo explicar que quienes hablan en nombre de los productores nacionales no cesen de insistir en las «bondades» de lo que llaman el «libre comercio»? ¿Y por qué los empresarios que serán arruinados guardan silencio al respecto?

(Manizales, 12 de septiembre de 2003).

DE MAL EN PEOR

Según Eugenio Marulanda, presidente de Confecámaras, la reunión del gobierno de Colombia con Robert Zoellick, representante comercial de Estados Unidos, para impulsar el «libre comercio» entre los dos países, se resume así: «Quien tiene el oro pone las condiciones… Eso fue lo que hizo Zoellick. Decir: listo, se hace el acuerdo, pero nosotros ponemos las condiciones. Lo toman o lo dejan» (El Espectador, agosto 10 de 2003). Entonces, cada día aumentan las razones de quienes podemos demostrar que el país no tiene nada que ganar y sí mucho que perder con la decisión de profundizar la apertura económica iniciada por César Gaviria, bien sea que esta asuma la forma del ALCA o de un acuerdo bilateral con el imperio del norte.

En la práctica, la opinión de Marulanda coincide con el folleto que el gobierno de Uribe Vélez acaba de entregar en favor del «libre comercio», en el cual se evidencia, para empezar, una gran irresponsabilidad. Aunque parezca mentira, sólo después de nueve años del día en que los neoliberales, sin consultarle a nadie, tomaron la decisión de incluir a Colombia en el Alca, apareció el primer «estudio» de Planeación Nacional sobre los efectos de ese pacto. ¡Y qué «estudio»! Allí, el gobierno afirma –sin probarlo– que con el acuerdo bilateral el bienestar de la población subirá el insignificante 0.79 por ciento y que con el Alca la mejoría será del 0.23 por ciento, con el agravante de que estas cifras las sacaron sin hacer análisis sectoriales, como se los restregó hasta el presidente de Analdex.

Y a la propaganda oficial le tocó reconocer unas verdades que han aparecido en esta columna. Según Planeación, las importaciones aumentarán bastante más que las exportaciones. Con el acuerdo bilateral, 11.92 contra 6.44 por ciento; y con el Alca, 10.07 contra 6.30 por ciento, confirmando la frase de Hommes que de lo que se trata es de aumentar lo importado y no lo exportado, lo que tendrá que generar, así no lo digan, más ventas a menos precio del patrimonio nacional al capital extranjero, para conseguir los dólares que compensen el deterioro de la balanza comercial.

También acepta Planeación Nacional que los ingresos del Estado colombiano por aranceles caerán 590.6 ó 806.5 millones de dólares anuales, según uno u otro acuerdo, lo que implicará, aunque tampoco lo advierten, nuevas reformas tributarias para compensar lo perdido. Luego la tan cacareada disminución del precio de los alimentos y de otras mercancías por la vía de importarlos más baratos, será reemplazada por mayores impuestos al pueblo. Y la experiencia mexicana muestra que las importaciones a menores precios quiebran a los productores pero les llegan caras a los consumidores, en razón de que con la diferencia se quedan los monopolios intermediarios.

De otro lado, el propio ministro de Agricultura reconoció que el acuerdo bilateral, al igual que el ALCA, implica la eliminación gradual de la protección por aranceles que hoy tienen el arroz, el maíz, la leche, el azúcar, etc., y que él aspira, como si fuera gran cosa, a que esos productos no se arruinen el día en que se firme el convenio sino en un proceso de unos cuantos años, siguiendo la experiencia de Chile, como ya lo definió Zoellick. Y caen en la ingenuidad o en la astucia de insinuar que Estados Unidos, con el acuerdo bilateral, le dará un trato de preferencia a Colombia en relación con los demás países del continente, como si no fuera obvio que ese acuerdo es, para los gringos, otra vía para llegar al pacto multilateral que significa el ALCA, lo que permite asegurar que de cualquier manera los intereses del país se supeditarán, también, a los cambalaches estadounidenses con las naciones más poderosas de América e incluso del mundo. ¿O a alguien se le puede ocurrir que Estados Unidos va a preferir a Colombia que a Brasil en el caso del azúcar o que a China en confecciones?

Y ya se sabe que estos acuerdos con Estados Unidos le significarán a Colombia perder el mercado de la Comunidad Andina, que es nada menos que su primer comprador de bienes manufacturados, a lo que hay que añadirle que los principales rubros de exportación del país a los estadounidenses son bienes primarios que exportan, con muy poco valor agregado, las transnacionales. De ahí que sean cada vez más los industriales que protestan porque a las reuniones donde se decide la posición de Colombia frente a estos convenios asistan, como también ocurrió en la venida de Zoellick, los representantes de las empresas extranjeras que operan en el país.

(Manizales, 15 de agosto de 2003).