Por Francisco Valderrama Mutis
La recolonización
Determinado a mantener fuera de Irak a las potencias que no se plegaron a su voluntad, Estados Unidos asumió su papel de amo colonial con todas las consecuencias. Nombró un virrey, Paul Bremen, e instaló un Consejo de Gobierno en el cual se codean literalmente todos los colaboracionistas, desde Chalabi, el banquero acusado de fraude en Jordania, los chiítas y los jefes kurdos, hasta Hamid Mousa, dirigente del Partido Comunista iraquí. Adjudicó a las multinacionales norteamericanas, cuyo puesto en el escalafón se mide por la calidad de los aportes hechos a la campaña presidencial de Bush y por la participación que en ellas posean los miembros más cercanos de su gobierno, las obras de reconstrucción de la infraestructura básica, destruida sistemáticamente a la medida de los contratos, exceptuando cuidadosamente toda la industria petrolera, la que aspira a poner en óptimo funcionamiento lo más pronto posible, para cumplir con uno de los objetivos no declarados de su guerra de agresión. Entre las compañías beneficiadas por el reparto del botín se destaca la compañía Enron, famosa porque sus ejecutivos inflaron los balances y estafaron a sus empleados y accionistas.
Después de la toma de Bagdad, y ante el desplome de la organización de la sociedad iraquí, los marines norteamericanos tuvieron que asumir el papel de policía colonial. Tres meses después su moral está por el suelo. Se sienten blancos móviles en la mira de una resistencia que expresa la ira del pueblo contra la ocupación de su territorio y la angustia por su futuro con una administración incapaz de restaurar los servicios básicos. El desempleo es casi absoluto y lo único que florece, como en Afganistán, es el tráfico de drogas y el contrabando. Como en todos los países del Tercer Mundo, progreso para la administración Bush significa grandes ingresos para las multinacionales y los colaboracionistas, y pobreza e indigencia para la inmensa mayoría de la población.
Para completar el cuadro, en las afueras del aeropuerto de Bagdad, las fuerzas coloniales instalaron un precario campo de concentración donde hacinan a todos los iraquíes que caen en su poder. El tratamiento a los prisioneros rivaliza ventajosamente con el dado por los nazis a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, y se equipara con el dispensado a los talibanes afganos en el famoso Campo X de la Base gringa de Guantánamo. Los gobiernos norteamericanos que se autonombraron adalides de la defensa de los derechos humanos, con el fin de poder intervenir y coaccionar a naciones y gobiernos no respetan, en «el nombre de Dios» y la «humanidad», el más mínimo derecho democrático de quienes obstaculizan su dominación. Las torturas, las vejaciones, las humillaciones, los golpes y los asesinatos son los instrumentos de sus campos de concentración.
El escándalo de las causas de la guerra
Bush decidió velar los verdaderos fines de la guerra, considerando que era más fácil conseguir el apoyo del pueblo norteamericano y de las naciones del mundo con unas cuantas mentiras que con la confesión de sus objetivos estratégicos. Ocultó entonces que se trataba de derrocar el gobierno de Sadam Hussein, mediante una verdadera masacre que ha causado 10 mil bajas civiles y 20 mil soldados iraquíes, con el fin de dar una lección a los países árabes y convencerlos de que estaba dispuesto a asumir el costo de las bajas norteamericanas con tal de disuadirlos de seguir prestándole apoyo a grupos como Al Qaeda y otros fundamentalistas islámicos; que las multinacionales norteamericanas del petróleo no podían seguir por fuera de un negocio que puede en muy poco tiempo redituar ganancias por 60 mil millones de dólares al año (el costo de la reconstrucción se calcula apenas en 100 mil millones, pero por una sola vez, y lo utilizan como otro negocio) y garantizar el suministro estratégico de la principal fuente de energía; que necesitaba demoler toda la infraestructura económica de Irak, con el fin de que las empresas norteamericanas pudieran construir un modelo de país árabe con una economía totalmente privatizada desde sus cimientos; que necesitaba garantizar, pasando por encima de las instituciones internacionales, que la posición hegemónica de EU permaneciera indiscutida; en fin, que era necesario adelantar sus bases militares con el fin de cercar a los potenciales enemigos del futuro, restándole espacio a la competencia de otras potencias económicas.
El escándalo que se venía gestando por el persistente fracaso en descubrir las armas de destrucción masiva, ADM, y probar los supuestos vínculos con Bin Laden, estalló cuando se comprobó la falsedad de la acusación a Sadam Husein de negociar la compra de óxido de uranio en África, incluida en el discurso de Bush sobre el Estado de la Unión, el pasado 18 enero. La irresponsabilidad de mentirle al Congreso y a la nación en pleno, desembocó en un cruce de acusaciones entre Bush, la CIA y la asesora de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice. Ante un público atónito quedó demostrado que Bush es un mentiroso, que la CIA es incapaz, que la asesora es una irresponsable que no leyó convenientemente los memorandos que la CIA le envió y que el conciliábulo neoconservador que rodea a Bush acomodó a su antojo los datos de inteligencia para justificar la guerra. Finalmente Bush tuvo que reconocer su responsabilidad y, de paso, desmintió a Blair, cuya situación se agravó con el suicidio (?) del científico que le aportó a la BBC las pruebas del engaño.
Dificultades de Bush y avances de la resistencia
Estados Unidos logró hacer aprobar en el Consejo de Seguridad, con la ausencia de Siria, la resolución 1483 de mayo 22 de 2003, mediante la cual consiguió levantar las sanciones que pesaban sobre Irak, legalizar la venta de petróleo y manejar todos los recursos provenientes de su comercio, protegiéndolos de cualquier reclamación, así como la aprobación retroactiva de sus actos de agresión y la exclusión de los inspectores de armas de la ONU de cualquier pesquisa en Irak. Las demás potencias reconocen que el imperialismo norteamericano triunfó en su guerra de agresión, demostrando que no podía ser detenido por la comunidad internacional. Pero se niegan a colaborar con tropas y financiamiento y exigen una nueva resolución que les permita compartir el gobierno del enclave colonial. Hubert Védrine, ex canciller francés, dijo: «Necesitamos asumir una actitud positiva…Pero al mismo tiempo, no podemos simplemente mandar nuestros hombres a Irak a apoyar una política, que en mi opinión no vemos. Sumar tropas a las norteamericanas ¿para hacer qué?» Y Chirac dijo en un discurso en Malasia: «No podemos aceptar más la simple ley del más fuerte» (The New York Times, 29 de julio de 2003).
En la difícil situación, Estados Unidos necesita camuflarse detrás de una administración de la ONU que concluya su «legalización». Hasta ahora solamente ha conseguido el apoyo de las potencias que lo acompañaron en la aventura bélica y el de algunas «repúblicas bananeras» como El Salvador, Honduras, Azerbaiyán, Estonia, Filipinas o Lituania, entre otras. Pero, a la vez, no suelta la presa que tiene entre las fauces.
La situación económica de Estados Unidos se deteriora, a pesar del leve repunte obtenido artificialmente por medio de los gigantescos gastos militares del Estado. El déficit anual saltó de 300 mil a 500 mil millones de dólares, el desempleo aumenta, las ventas de automóviles caen y los gastos multimillonarios para sostener una fuerza permanente en Irak y Afganistán, que llegan ya a US$5.800 millones de dólares mensuales, pronto se tornarán insostenibles para un presidente acuciado por la necesidad de presentar resultados con vista a la carrera por la reelección el próximo año, enturbiada desde ya por lo que se empieza a llamar el «irakgate», parodiando el escándalo que tumbó a Nixon de la Presidencia.
En el frente iraquí, no obstante que Bush declaró terminada la guerra de agresión contra Irak el 1º de mayo pasado, es notorio el empantanamiento de las fuerzas norteamericanas. El desarrollo de una guerra de guerrillas cada vez más sofisticada y agresiva, impensable para el mando norteamericano, que causa 10 soldados muertos por semana en promedio (la creciente y abultada cifra de heridos nunca se menciona), obligó a reconocer su existencia y la ausencia de planes para enfrentarla. El leve respiro obtenido con la muerte de los dos hijos de Sadam no se tradujo en una disminución de los ataques a las fuerzas norteamericanas. Hasta los policías nativos reclutados exigen para desarrollar su trabajo que los marines se retiren de sus cuarteles.
La inclusión de una mayoría chiíta en el Consejo de Gobierno títere y las negociaciones con Irán, apuntan a impedir que a la resistencia guerrillera se le sume una intifada del sur iraquí. Forzado y a regañadientes, Bush le tuvo que bajar el tono a las amenazas contra Siria, Irán y Corea del Norte, esperando que sus fuerzas salgan del compromiso en que se encuentran maniatadas, con el fin de hacer el próximo envite en su objetivo de mantener la hegemonía mundial.
Hegemonía que será combatida por la lucha de los pueblos y naciones agredidos, por la oposición de las potencias afectadas y por los trabajadores y los pueblos del mundo que repudiamos todo intervencionismo y nos solidarizamos con las fuerzas de resistencia y su lucha por la liberación nacional.