Por Francisco Valderrama Mutis
El ataque que el ejército norteamericano con ayuda de tropas británicas desató contra Irak concluyó con la ocupación del país y el derrocamiento de Sadam Husein. Se trató de una criminal invasión perpetrada a mansalva y sobre seguro, pues luego del bloqueo económico de más de doce años, los permanentes bombardeos durante este mismo período y la prohibición, bajo la rigurosa supervisión de los inspectores de la ONU, de fabricar armas o adquirirlas, la nación iraquí se hallaba en condiciones de gran debilidad económica y militar. Fue un desigual enfrentamiento entre un país reducido a la postración y el mayor poder imperialista de la historia. Sin embargo, el pueblo iraquí, en la medida de sus posibilidades, presentó resistencia y solamente sucumbió a la bárbara arremetida cuando las fuerzas de ocupación, en medio del indiscriminado bombardeo, sitiaron por hambre ciudades y pueblos, destruyeron las fuentes de agua potable, suprimieron las de energía y asolaron sus viviendas y construcciones civiles.
Las declaraciones previas de los funcionarios de Washington señalando que las tropas norteamericanas iban a ser saludadas como liberadoras, sufrieron el más rotundo mentís cuando la población las rechazó como invasoras. Hoy en Irak las masas populares exigen públicamente y en diversas formas el retiro de la fuerza militar de ocupación. En Kerbala las consignas que agitaron los centenares de miles de chiítas en gigantesca manifestación fueron: «No al colonialismo, no a la ocupación, no al imperialismo» y “Contra la ocupación y el colonialismo”. En otras ciudades ni siquiera la masacre de los manifestantes por parte de los marines ha aplacado el repudio generalizado a su presencia.
El montaje de la guerra
La guerra de Irak, como la de Afganistán, forma parte de la ofensiva norteamericana para asegurar la supremacía mundial. Hacia el logro de este objetivo y en el marco de la lucha contra el terrorismo que proclamó después del atentado a las Torres Gemelas, Bush formuló desde la Academia Militar de West Point la nueva doctrina de seguridad nacional, la cual, como lo denunciara el senador demócrata Robert Byrd, corresponde a “aquella idea de que Estados Unidos u otra nación puede atacar legítimamente a otra que no la amenaza de manera inminente pero que podría amenazarla en el futuro”, agregando que “marca un giro radical en la idea tradicional de la autodefensa y contraviene la leyes internacionales y la Carta de las Naciones Unidas”. Es obvio que las guerras preventivas anunciadas por Bush serán utilizadas por EU para tener bajo su control distintas regiones del mundo. Los argumentos que sirven de sustento a su accionar se aplicarán arbitrariamente a los países que no se sometan a sus designios, en tanto quienes los acaten serán premiados con la omisión del cumplimiento de toda exigencia en materia de armas, de respeto a los derechos humanos o de implantación de gobiernos democráticos, destacados pilares formales de estas guerras.
Con la aplicación de esta doctrina, EU ha avanzado en el apuntalamiento de sus posiciones estratégicas en dos regiones claves del “tablero mundial”: Asia Central y el Golfo Pérsico. Ambas se caracterizan por su riqueza en petróleo y otros recursos naturales. Sólo Irak posee las segundas reservas probadas del mundo, con 120 mil millones de barriles, mientras que la región del Mar Caspio, en el Asia Central, tiene reservas probadas de 60 mil millones de barriles y las mayores reservas de gas natural del mundo. Un somero examen a los antecedentes de la disputa sobre ellas revela cómo se ha llegado a la actual situación.
Desde el derrumbe de la Unión Soviética en 1989, Washington lanzó una campaña de acercamiento con las naciones del Asia Central, mediante programas de ayuda y multimillonarias inversiones en petróleo y oleoductos, buscando socavar las viejas relaciones y la dependencia del oleoducto ruso para la exportación de sus productos. Su injerencia en Azerbaiján, Georgia y los demás países de la región, se acrecentó a lo largo de la década de los noventas, al mismo tiempo que continuaba con su apoyo soterrado a la sangrienta insurrección de Chechenia, subproducto del respaldo norteamericano a las fuerzas islámicas de Afganistán contra la dominación de la Unión Soviética.
En la nueva situación las contradicciones con los talibanes, sus viejos aliados, se profundizaron y culminaron con su negativa a aceptar la exigencia norteamericana de entregar a Bin Laden y su organización Al Qaeda, señalados como los autores de la masacre de las Torres Gemelas. Declarada la guerra, EU hizo acuerdos con la Alianza del Norte, que venía de estar coligada con los soviéticos, y asoló a Afganistán, derrocó al gobierno teocrático y lo sometió a su ocupación. Aprovechó además la contienda para establecer bases militares en Uzbekistán y Kazajstán, estrechando sus posiciones alrededor de Rusia y China.
En el Golfo Pérsico, la historia es más escandalosa. Derrocado el Sha de Irán en 1979, EU pierde su gendarme en la región. Entonces, con el apoyo de todos los países petroleros de la zona, alienta a Sadam Husein para que le declare la guerra a Irán gobernado ahora por los Ayatolas. Esta sangrienta guerra de ocho años (1980-1988) deja a Irak en la quiebra y pone en evidencia el doble juego de la Casa Blanca. Mientras daba su apoyo al gobierno de Bagdad y le suministraba fotografías satelitales y apoyo de radar para identificar blancos militares, también colaboraba con el régimen iraní suministrándole armas por medio de la operación encubierta “Irán-Contras”. Kissinger fue quien mejor expresó el verdadero carácter de la política norteamericana en esta guerra, cuando declaró que ojalá todos se mataran entre sí.
Veinte días después de firmado el cese al fuego entre Irán e Irak el 20 de agosto de 1988, Estados Unidos acusa al régimen de Sadam de haber utilizado gas venenoso para reprimir a su propia población, acusación que las mismas organizaciones de inteligencia norteamericanas han desmentido radicalmente. El Senado estadounidense aprobó entonces con rapidez inusitada sanciones económicas y políticas contra Irak con miras a debilitar su fortaleza militar y económica. Este proceso culminó con la guerra del Golfo de 1991 y cumplió su propósito de destruir la infraestructura económica y civil del país, abatir una parte importante del ejército y socavar su capacidad militar.
Pero el régimen de Husein sobrevivió a la embestida. Ni los reveses militares, ni los levantamientos de los kurdos en el norte y de los chiítas en el sur, instigados por Washington, habían podido derrotarlo. Entonces, Estados Unidos, cuidándose de contar, al igual que en la guerra, con el apoyo del Consejo de Seguridad de la ONU, decretó un criminal bloqueo económico contra Irak, sólo comparable con el que sufre Cuba desde hace 40 años. La próspera nación iraquí de los años setentas fue demolida por las guerras y por el cerco económico. El ingreso per cápita, que en 1980 era de 4.083 dólares, cayó a 485 en 1993 y continuó deteriorándose a lo largo de toda la década. Una faceta de esta dramática situación es la muerte de millón y medio de niños por desnutrición, cuando no por enfermedades causadas por los misiles y bombas de uranio empobrecido.
A finales de 2002, Bush y su camarilla de fascistas ligados a los negocios del petróleo lanzaron su ofensiva política final sobre Irak y exigieron la reanudación de las inspecciones para asegurar la destrucción de las armas químicas, biológicas y atómicas, denominadas armas de destrucción masiva (ADM), que supuestamente todavía poseía. Lograron la aprobación de la Resolución 1441 en el Consejo de Seguridad de la ONU, que restableció dichas inspecciones y en la cual se advertía que Irak “de seguir infringiendo sus obligaciones, se expondrá a graves consecuencias”. EU elaboró una interpretación particular de la misma para exigir ya no solamente la rendición incondicional de Husein, sino su exilio, so pena de ser derrocado por las armas de una coalición de “países voluntarios” encabezada por Norteamérica.
Las exhaustivas indagaciones de los inspectores de la ONU daban resultados negativos y EU empezó a exasperarse. Con un grupo de inteligencia y desinformación creado por Rumsfeld en la Secretaría de Defensa, y constituido por 8 ó 9 neoconservadores fundamentalistas, al cual tienen que rendir informes las demás agencias de inteligencia, el gobierno norteamericano amañó las pruebas y presentó su caso nuevamente al Consejo de Seguridad para obtener una nueva resolución que legalizara su decisión unilateral de invadir a Irak. Colin Powell hizo la presentación recurriendo a aseveraciones mentirosas, algunas ya reconocidas cínicamente en Washington como tales, basado en diagramas manufacturados, fotografías retocadas e informaciones espurias.
Ante el mundo volvió a aparecer la inescapable verdad: las agencias de inteligencia gringas son expertas en fabricar pruebas falsas. En particular fueron recordados dos episodios de la historia reciente. En 1964, urgido por los descalabros militares de su guerra en Indochina, Washington denunció que cañoneras de Vietnam del Norte habían atacado al destructor Maddox en el Golfo de Tomkin, y con esa excusa dio inicio a los bombardeos contra ese país. Años después EU tuvo que reconocer que ese incidente había sido montado por su gobierno y que nunca había tenido lugar.
En 1991, necesitado de un pretexto para atacar a Irak, el gobierno de Bush padre preparó fotografías satelitales que demostraban que Irak tenía en la frontera con Arabia Saudita un ejército de 250 mil hombres dispuesto a invadirla. Pocos días después de iniciada la llamada Tormenta del Desierto, fotos de satélites rusos y franceses demostraron que las norteamericanas habían sido retocadas para simular la presencia de tropas iraquíes. En ambos casos los medios de comunicación difundieron la gran mentira, la opinión internacional fue engañada y el gobierno norteamericano procedió con sus designios.
Desenmascaradas las intenciones imperialistas de EU, las contradicciones salieron a flote. Francia, Alemania, Rusia y China encabezaron un bloque mayoritario que se opuso decididamente a la intervención militar. Los pueblos del mundo acrecentaron su presencia en las calles repudiando la guerra. Y aun dentro de EU, movimientos y fuerzas provenientes de diversas vertientes la rechazaron en multitudinarios actos que no se veían desde la oposición a la guerra contra Vietnam.
A pesar de todo, las fuerzas norteamericanas y británicas invadieron a Irak, apoyadas débilmente por una minoría de países, algunos de los cuales tienen gobiernos que, entre ilusos y serviles, esperan a cambio “favores” comerciales, políticos o militares de EU. Tal fue el caso del de Uribe Vélez en Colombia (Ver Recuadro).
Nuevamente un Bush desde la Casa Blanca sometió a Irak a una tragedia inconmensurable. A la desmembración y muertes de millares de civiles y soldados iraquíes, siguió la destrucción de las principales instituciones culturales. Contando con la monstruosa complacencia del secretario de Defensa Rumsfeld, los altos mandos de los marines se dedicaron a preservar los campos petroleros y a hacerse a la valiosa información del Ministerio de Petróleos, mientras asistían impasibles al saqueo del Museo de Bagdad, que atesoraba una de las mayores riquezas arqueológicas del mundo, y a la destrucción de las bibliotecas del país, de la misma manera que los mongoles en el siglo XIII destruyeron sistemáticamente la riqueza cultural acumulada por la dinastía de los abasidas. Las hordas bárbaras de antaño y los ejecutivos de las multinacionales petroleras de hoy se identifican en su ciega avaricia por las riquezas de Irak.
La guerra no finaliza
En la plataforma del portaviones USS Lincoln, el pasado 1º de mayo, Bush declaró: “Las principales operaciones de combate han terminado en Irak”. Soslayaba así la declaración de finalización de la guerra, que le implicaría a EU someterse a las leyes internacionales; por ejemplo, en cuanto al tratamiento a los prisioneros de guerra. Contra toda evidencia insistió en las falaces argumentaciones con las que justificó la atroz decisión de destruir a Irak, violentar su soberanía nacional y el derecho a la libre autodeterminación de su pueblo. Machacó que esa guerra estaba inscrita en el contexto de su cruzada contra el terrorismo emprendida después del 11 de septiembre. Afirmó tajantemente que ésta continuaba, y que si bien terminaría algún día no se podía precisar cuándo. Insistió, además, en que el pueblo iraquí había recibido con alegría a los soldados invasores, a contrapelo de lo que se percata todo el mundo no obstante los manipulados medios de comunicación.
Analistas independientes plantean que el contenido de este discurso tiene que ver con la necesidad acuciante de presentarse a las elecciones del próximo año como un presidente para la guerra y la seguridad interna, tratando de evitar que el debate electoral se centre en la situación de la economía norteamericana, cada vez más deteriorada. Si bien es indudable que este aspecto pesa en lo que, disfrazado de piloto, expresó desde ese escenario bélico, hay otros aún más importantes relacionados con la situación internacional.
En primer lugar, la necesidad de mantener una presión constante sobre los países del Golfo Pérsico para “solucionar” los temas pendientes en la región y asegurar la sumisión de los gobiernos. Para ello ha intensificado sus demandas a Siria y ha presentado un plan de paz para resolver el problema palestino, además de ofrecer la firma de un tratado de libre comercio para la región: de nuevo el garrote y la zanahoria, aunque ésta, el tratado, sea en últimas otro garrote.
Después de acusar a Siria de refugiar a funcionarios iraquíes y de poseer ADM, pasándole la cuenta de cobro por haber mantenido una valiente posición de apoyo a Irak durante la guerra, le exigieron por intermedio del mismo Powell que tenía que finalizar su respaldo al Hezbollah, la fuerza guerrillera libanesa que lucha contra Israel, retirar sus tropas del Líbano (desplegadas a petición de EU cuando este salió con el rabo entre las piernas de ese país) y someterse a las especificaciones del plan de paz palestino-israelí.
Mientras tanto, en Palestina y en detrimento de Arafat, forzaron la elección de un nuevo primer ministro y piden el sometimiento total de su pueblo, al tiempo que silencian las atroces masacres que Sharon comete en las poblaciones de Gaza y Cisjordania, convertidas en verdaderos ghetos del siglo XXI. El pueblo palestino enfrenta una negociación desigual, en la que los que tienen en su poder las armas de destrucción masiva, AMD, empezando por Israel, van a imponer todas las condiciones, con lo cual lo que se espera es una lucha de resistencia permanente contra las fuerzas agresoras.
En segundo lugar, la conclusión sacada por la mayoría de los países del mundo a partir del resultado de la guerra contra Irak ha sido contraria a la esperada por Bush y su pandilla de derechistas iluminados. En vez de amilanarse, Corea del Norte declaró que lo que corroboraba esa experiencia era la inutilidad de desarmarse y plegarse a las exigencias inadmisibles de EU; Francia y Alemania plantean ahora la necesidad de fortalecer su aparato militar y declaran que es la única manera de hacerse oír en el concierto internacional y aunque su concreción en un aumento considerable del presupuesto militar no está clara, la manipulación de EU sobre los países de Europa Oriental, quienes necesitan la integración económica con Europa pero requieren la ayuda norteamericana, plantea un reto que la alianza franco-alemana tiene que resolver; y Rusia y China continúan firmes en su oposición a la agresión norteamericana, que sin duda pone en peligro sus intereses geoestratégicos.
Por otra parte, el mensaje de Bush trata de resolver la incómoda situación en que quedó, pues no ha podido demostrar ninguna de las razones esgrimidas como justificación para la guerra. Sin que aparezca ninguna prueba al respecto, sigue proclamando que existen vínculos terroristas entre Husein y Al Qaeda. Los científicos iraquíes, interrogados con su país ya ocupado, han coincidido en señalar que Irak no tenía programa alguno de desarrollo de armas químicas y biológicas, y menos uno de armas atómicas, pues lo había abandonado desde hacía mucho tiempo por las restricciones internacionales.
Desesperado por este fracaso Bush tiene que señalar que con seguridad los depósitos de estas armas van a ser encontrados, pero magnifica las dificultades de su inútil búsqueda describiendo la extensión y complejidad del territorio. Francia, Alemania, Rusia y China han señalado que cualquier descubrimiento en este sentido tendría que ser avalado por los inspectores de la ONU, que han sido desconocidos por EU, y se han negado a permitir el levantamiento de las sanciones hasta tanto no exista la certificación oficial de estos inspectores de que dicho país está libre de AMD.
Quedan las verdaderas causas de la guerra: controlar el petróleo de Irak y los contratos de exploración y explotación, regular su suministro a las demás potencias económicas, impedir que le compitan en este terreno, meter una cuña en la Organización de Países Exportadores de Petróleo, OPEP, asegurar el dominio sobre los países del Golfo y sentar una cabeza de playa para la contienda por la supremacía global.
Estas acciones entrañan antagonismos llamados a desarrollarse incesantemente durante los próximos años. Habrá períodos de intensificación de la lucha y períodos de aparente calma, pero lo cierto es que la tendencia principal es a la agudización de las contradicciones tanto en el escenario del Medio Oriente como a escala mundial.
La política de recolonización global emprendida por EU enfrentará inexorablemente la resistencia de las naciones y pueblos del mundo que se opondrán a ser sometidos al vasallaje. En cada país que invada surgirá en mayor medida la resistencia, como sucede ya en Afganistán e Irak. Las multitudinarias manifestaciones que brotaron por todo el planeta rechazando la guerra son apenas el anuncio de la gigantesca confluencia de fuerzas que se dará. La política imperialista ha venido creando entre los pueblos un lenguaje común en contra de la globalización colonialista y la pérdida en sus naciones de la indispensable soberanía económica, política y cultural. Hoy se aprecia que ese lenguaje vendrá acompañado de un combate común.