ALCA…IDO, CAERLE

Debate de Jorge Enrique Robledo en la Comisión V del Senado

Abril 29, 2003

El debate sobre el ALCA es, a mi juicio, el más importante hoy en Colombia. Si tales acuerdos se firman en diciembre de 2004, para empezar a ser aplicados en enero de 2006, sin duda quedará sellada la sentencia a muerte de sectores vitales para el agro, la industria, la educación y los servicios.

Las transformaciones que pretende el ALCA, y las implicaciones para nuestros países, son apenas comparables con la irrupción de los españoles en América. Este debate, además, hace parte del que abrimos en los años 90 sobre la apertura económica de César Gaviria. Algunos dijimos que iban a destruir el país, y otros, en cambio, los antecesores del ministro Botero, ofrecían alborozados su “Bienvenidos al futuro”. Trece años después los resultados desastrosos son palpables, por lo que es increíble que no tengan empacho en defender el ALCA, una política que apunta a profundizar las mismas dañinas decisiones que se tomaron en 1990.

El ALCA creará un solo mercado desde Alaska hasta la Tierra del Fuego. Y nos lo han vendido como de maravilla, porque, según arguyen los neoliberales, tendremos 750 millones de compradores, cuando lo que voy a demostrar es que será al revés. Habrá 750 millones de vendedores y, entre ellos, la primera potencia económica del mundo, vendiéndonos sus mercancías y excedentes. Todo, sobre la destrucción de la economía nacional y particularmente del sector agropecuario. En el caso del agro, el cambio fundamental propuesto consiste en llevar los aranceles a cero antes del año 2015.

Recordemos que un arancel es un impuesto a la importación. Si para un producto es de 50%, quiere decir que a cada 100 dólares importados se les tendrá que sumar 50 del impuesto. Luego esa importación no vale ya 100, sino 150. En otros términos, tendrá un nivel de protección de 50%. De los aranceles depende en últimas que un país se inunde o no de productos importados, según el nivel en que se fijen y de los costos internos. Y repito: la principal decisión del ALCA en lo que guarda relación con el sector agropecua­rio es imponernos el arancel cero de aquí al año 2015, en un proceso de desgravación que va a empezar en 2006. En términos efectivos, dentro de tres años comenzarán a verse perjudicados unos u otros productos, dependiendo de las negociaciones. Los perdedores irán quedando en la lona a partir de 2006; los “ganadores”, desde luego muy pocos, quizá aguanten unos años más.

El país se verá obligado a abrirse a las importaciones agropecuarias desde Estados Unidos, o de Canadá, un productor grande, o de México, o de Brasil, otro competidor formidable y, en general, las de todo el continente. Podríamos terminar inundados por ejemplo de café brasileño, amén de otro tipo de productos, como los cárnicos, porque Brasil es el segundo exportador de carne del mundo. Es de asuntos de extrema gravedad de lo que estamos hablando.

Nosotros hemos definido el ALCA como la profundización de la apertura económica que arrancó Gaviria y continuaron Samper, Pastrana y ahora Uribe. Es la misma apertura, pero elevada a la n potencia, hasta las últimas consecuencias. Si los colombianos desean saber lo que les va a pasar con el ALCA, que miren cómo les ha ido en estos últimos trece años, cuántos empleos y riqueza perdieron, e imaginen esa misma situación centupli­cada en los próximos años. Así tendrán una idea más precisa de lo que le sucederá a la economía nacional. Por eso un campesino amigo mío, con esa inteligencia propia de las gentes de nuestro campo, definía el ALCA con una frase que a mi juicio es perfecta:“Alca-ído, caerle”. Nos tumban con la apertura de Gaviria, nos llevan a la quiebra con lo que siguió después, y ahora nos cogen en el piso y nos acaban de atropellar. Analicemos algunos hechos que lo comprueban.

Miremos qué ha ocurrido en México para saber qué podría pasarnos a nosotros. Sobre el caso mejicano se ha dado mucha manipulación. Por ejemplo, alguien informó mal al director de El Espectador, y lo pusieron a decir que al agro mejicano le iba de maravilla en el proceso del TLC (Tratado de Libre Comercio entre estados Unidos, México y Canadá). Eso no es cierto. Tengo cifras de la propia Secretaría de Agricultura de Estados Unidos: en el sector agropecuario mejicano, antes del TLC, había una balanza comercial positiva. Era más lo que se exportaba que lo que se importaba, con un superávit de 581 millones de dólares. Y al año 2001 esa balanza se tornó negativa en 2.148 millones de dólares. Ya es más lo que importa México que lo que exporta a Estados Unidos. En los últimos años han importado comida por cerca de 78 mil millones de dólares, un guarismo igual al de la deuda externa de ese país. Y casi se han doblado los pobres en el campo. Ahora son millones los campesinos obligados por la pobreza a desplazarse a Estados Unidos, a buscar mejores condiciones de existencia ante la miseria a la que han sido sometidos en el sector agropecuario. Los mejicanos están importando 38% de la carne de res, y se espera que suba hasta 60% en los próximos años, porque, hagamos esta advertencia, la quiebra del agro mejicano se da cuando los aranceles no habían caído a cero, como ocurre a partir de diciembre de 2002. Lo que se viene es más grave. Y para completar el desastre, lo poco que está vendiendo México son productos secundarios como berenjenas, tamarindos, nopal, que están siendo monopolizados por las trasnacionales norteamericanas que operan allí y mercadeados por ellas mismas hacia el mercado norteamericano. A México le fue bastante mal con el TLC, su proceso de apertura neoliberal.

¿Cómo le ha ido a Colombia? La apertura significó, de un lado, la disminución de los pocos respaldos que el Estado les daba a nuestros agricultores y ganaderos. Por ejemplo, las tasas de interés de antes de la apertura eran subsidiadas para el sector agropecuario. Esto lo acabaron. Y bajaron los aranceles a los productos importados, lo que en últimas significó que con una mano la burocracia estatal hacía más caro y más difícil producir agricultura y ganadería en Colombia, y con la otra abarataba los productos importados, con las nocivas consecuencias de todos conocidas. Las importaciones pasaron de 700 mil toneladas de comida a 7 millones de toneladas; o sea, de 374 millones a 1.794 millones, porque hay que sumar los alimentos procesados que se importan, pues por procesados que sean, no dejan de ser producción agropecuaria. Hay que advertir que las importaciones totales agropecua­rias aumentaron 479%, pero las de procesados subieron aún más, 524%. ¿Y por qué llamo la atención sobre este punto? Porque buena parte de las mayores importaciones de productos agropecuarios baratos abastece al capital trasnacional en Colombia, concentrando la producción de alimentos procesados. El gran debate está en si estas medidas se toman en beneficio del interés nacional o del interés extranjero. La contienda es entre lo nacional y lo extranjero.

La apertura acabó con 800 mil hectáreas de cultivos transitorios en Colombia. Pero, en cierto aspecto, el gobierno tuvo que recular y establecer las franjas de precios, un sistema de aranceles para proteger el agro nacional. Al algodón no se lo aplicaron, y prácticamente desapareció. Solo sobrevivieron -claro que en condiciones de deterioro de calidad, de rentabilidad, de pobreza, como el caso de la leche- los que tuvieron aranceles altos. Y quiero hacer especial hincapié en esta afirmación: hoy lo que queda del agro nacional está altamente protegido, de lo contrario ya se hubiera acabado. Voy a dar algunos aranceles, con cifras del año en que estuvieron más arriba: cerdo 76, pollo 184, leche entera 70, trigo 48, cebada 38, maíz amarillo 65, arroz 82, soya 56, sorgo 70, aceite de palma 105, aceite de soya 97, azúcar crudo 106, azúcar blanco 98%. Se puede afirmar sin vacilación que están vivos por esos niveles arancelarios. Cuando el ALCA los lleve a cero, estarán condenados a desaparecer.

¿Por qué Colombia no pudo competir? Porque nunca fue posible competir. Al país lo engañaron con que se tomaría por asalto los mercados foráneos. Y no puede competir, no porque los agricultores norteamericanos sean más trabajadores o más inteligentes que los nuestros, sino porque ellos producen más barato, porque tienen un Estado que los lleva de la mano, un Estado que los respalda con generosidad. Les voy a dar cifras impresionantes: mientras en Estados Unidos el presupuesto de la Secretaría de Agricultura asciende a US$100.000 millones al año, el del Ministerio de Agricultura de Colombia para 2003 solo llega a US$61 millones. Es decir, 1.639 veces menos, por lo que competir con ellos equivale a que alguien de talla normal desafíe a un gigante de 410 pisos de alto.

Y cuando nuestro agricultor, al que someten a semejante competencia, les pide crédito barato a los ministros, a esta burocracia encallecida y dura del neoliberalismo, le responden: ¡No, de eso no hay! ¿Pero al menos el crédito será abundante? ¡No, tampoco! ¿Las vías van a ser buenas? ¡No ni pensarlo, no hay con qué! ¿Y asistencia técnica? ¡Hombre, usted en qué país vive, si eso se acabó hace años! ¿Precios de sustentación? ¡Menos! ¿Pero van a controlar los precios de los insumos? ¡Imposible, no somos paterna­listas ni intervencionistas!¿Van a hacer distritos de riego?¡Ni lo sueñe! En fin, cuando los burócratas deciden lanzar a nuestros empresarios y campesinos a luchar con ese contrincante gigantesco y le piden al Estado algún tipo de garantías, siquiera un ferrocarril por donde exportar más barato que por carretera, entonces el burócrata les contesta: ¡Ustedes verán cómo se salvan! Esto me recuerda a ese nadador que tiran a la piscina y le suben la temperatura del agua a 100 grados. Y cuando el nadador se sancocha, ese Hommes que está parado al borde de la piscina le dice con la mayor frescura, como si nada hubiera pasado: “Oiga, no respira bien. Claro, no vino a los entrenamientos”. Esa es la cruda realidad. Están sancochando el agro nacional con una macroeconomía y un ambiente dañinos, definidos por la burocracia estatal. Y no sirve, señor ministro, el argumento de que el problema ha sido la revaluación del peso, porque lo que ha fallado es todo el conjunto de la política neoliberal, una política que tiene como uno de sus pilares esa revaluación, porque si el país se va a abrir para que el capital extranjero lo inunde, que fue lo que hicieron en 1990, el peso tiene que revaluarse. Si dejó de hacerlo fue porque la economía nacional se hundió. En pocas palabras, ¡lo que no funcionó fue el modelo económico!

Se trata de una realidad indiscutible, una verdad sabida, aceptada por todo el mundo. Lo nuevo es la argumentación para vendernos el ALCA. En 1990 nos dijeron: vamos a ser competitivos y a tomarnos el mundo con malicia indígena, y cursos de autoestima. Eso va a salvar a nuestros productores. Así nos impusieron la apertura. Pero cuando la vida demostró que era imposible competir, por los descomunales subsidios en los países desarrollados, que llevan cerca de cien años, entonces cambiaron sus argumentos; lo he repetido varias veces, pasaron “de la demagogia al cinismo”. Están ahora intentando demostrar, con estudios pagados por el Banco Mundial, que defender el agro nacional es una desgracia, que es malo cultivar arroz y producir leche, o como lo dice el doctor Hommes, principal asesor económico del presidente Uribe Vélez, y que tiene como encanto su descaro, nos resulta mejor importar todo aquello que sea más barato en el exterior. Bajar a cero los aranceles, objetivo del ALCA, significa justamente eso.

Los apologistas del ALCA dan argumentos falaces para sostener que importar comida barata les sirve a los pobres en las grandes ciudades y que respaldar el agro redunda sólo en provecho del latifundismo, ocultando que 69% de los propietarios rurales, los que se van a quebrar con el ALCA, tienen menos de cinco hectáreas de tierra. Tampoco es cierto que los pobre vayan a ganar con las importaciones, porque hoy el país está lleno de artículos baratos de importación pero los colombianos tienen la nariz chata de pegarla contra las vitrinas y no poder comprar tanta cosa barata que hay dentro. Los empobreció la quiebra de la industria y del agro, la caída del empleo, la disminución de los salarios, secuelas de las políticas neoliberales. Los propagan­distas del ALCA también ocultan que importar toda la comida significa que el país pierde su seguridad alimentaria. Con este término hago referencia a la capacidad que ha de tener un país para producir su propia comida dentro del territorio nacional; porque se nos quiere hacer creer que no importa dónde se produzca mientras tengamos con que comprarla en el exterior. Pero resulta que ese criterio desconoce el riesgo al que se ve sometida una nación que se vea forzada a importar toda la alimentación de su pueblo. Es un asunto de soberanía.

Como esto a uno no se lo creen, voy a leer una cita de George Bush: “Es importante para nuestra nación cultivar alimentos, alimentar a nuestra población. ¿Pueden ustedes imaginar un país que no fuera capaz de cultivar alimentos suficientes para alimentar a su población? Sería una nación expuesta a presiones internacionales, una nación vulnerable, y por eso cuando hablamos de agricultura norteamericana en realidad hablamos de una cuestión de seguridad nacional”.

Seguridad nacional en materia de soberanía alimentaria. Este es un concepto que al doctor Hommes y a los neoliberales los tiene sin cuidado. A ellos les interesa es la seguridad nacional de Estados Unidos. Como la gran alternativa, los hommes y los junguitos nos llaman a especializarnos en cultivos tropicales; que Colombia produzca lo que los gringos no puedan producir por razones del clima; que les dejemos a los gringos que produzcan la dieta básica y nosotros nos dediquemos a alimentos secundarios como la pitaya, el cardamomo y la uchuva.

Doctor Botero: leí con sumo cuidado la respuesta de su Ministerio al cuestionario que pasé para este debate, y debo decirle con franqueza que es lamentable. Ustedes afirman que los bienes exportables a los que debemos dedicarnos son, en su orden: café, no hay a quien venderle un grano más y los cafeteros estamos quebrados; banano y plátanos, no hay forma de vender uno más; flores, el mercado está saturado, y ustedes lo saben; papa, ¿a quién le vendemos?; algodón, los anteriores gobiernos acabaron con él; hortalizas, pues les cuento que la Secretaría de Agricultura de Estados Unidos ha hecho explícito que, con el ALCA, nos van a vender hortalizas; palma africana, ya los palmeros dijeron que no quieren entrar al ALCA porque se arruinan con la importaciones de sustitutos y de aceites de uno u otro tipo; caña de azúcar para producir alcohol, tendría que ser sobre la base de la protección, porque de otra forma no somos competitivos; carne bovina, sumo lo que usted dice, señor ministro, y lo que dice Hommes, y si no estamos inundados de carne bovina es porque no hay redes de frío. Pero que no resulte, como lo advertí hace dos años, que las redes de frío que están construyendo con las cuotas parafiscales pagadas por los ganaderos, dizque para exportar, sean en realidad para las importaciones que nos llegarán con el ALCA. Estados Unidos es el primer exportador mundial de carne, Brasil el segundo y Argentina el tercero.

El doctor Cano viajó a Estados Unidos a implorarle a la secretaria de Agricultura, Ann Veneman, que nos ayude. Es decir, que nos salven los mismos que nos emboscan. Y se fue a pedirle garantías para las pitayas y las uchuvas. Colombia sería el único país que logra desarrollarse vendiendo pitayas, ¡un laxante! ¡Esa es la gran estrategia de este gobierno! El doctor Cano está en una tarea increíble. Pedí estudios al respecto, doctor Botero, y no los hay. El ministro me dice que Planea­ción está haciendo uno, uno solo a estas alturas, cuando ya estamos hundidos hasta el cuello. Me cita otro, pagado por el Banco Mundial: muy malo, señor ministro. Creo que el Banco Mundial debe devolverles lo pagado, porque me parece el colmo traer unos expertos para que su gran genialidad sea que se debe acabar con la producción agropecuaria. Respeto a los académicos de este país, pero es que hay unos que demuestran lo que sea mientras se les pague. Comprueban con cuadros y estadísticas hasta que la tierra es plana. Cuestiono esto con toda seriedad, señor ministro, y para sostenerlo. Ese estudio es absolutamente inaceptable. Pero hay algo más grave: no existe estudio alguno que revele con cifras detalladas qué vamos a perder si se acaba el agro. Cuánto se pierde en producción, en empleos rurales y urbanos, en mecánicos, en tierras cultivadas. Los gringos nos van a llevar de la ternilla hasta dejarnos en aranceles cero, con los que el país se arriesga a perder dos millones de hectáreas de producción agrícola, 6.5 millones de toneladas de leche al año, 560 mil toneladas de cerdo, 47 millones de toneladas de huevos, 92 millones de libras de pollo y 480 mil empleos. He hecho también cálculos para arroz, maíz, papa, caña de azúcar, palma y fríjol.

El ALCA es el gran debate de este país. El que no entienda esto, no entiende nada. En Colombia debemos hablar permanentemente de este tema, porque no puede suceder lo mismo que con la apertura en 1990, que prácticamente se hizo a las escondidas. Nos intentan tranquilizar diciéndonos que la clave es saber negociar, que no nos preocupemos, que los linces que mandamos como negociadores nos resuelven el problema, que confiemos en ellos. Sin embargo, los negociadores de la apertura del noventa, que jugaron el papel clave como ministros o jefes importantes, fueron, entre otros, Luis Alberto Moreno, hoy embajador en Washington, conocido de autos, como se dice, ministro de Desarrollo en su momento, y ahora hombre de confianza de Uribe. Aparece también Marta Lucía Ramírez, hoy ministra de Defensa, quien fuera abogada del mayor importador de tabaco que hay en Colombia, básicamente por la vía del contrabando, la Phillis Morris. Era la representante de esa empresa antes de entrar al alto gobierno. Entonces, permítanme dudar de los negociadores colombianos. Pero lo más grave es que ya están tomadas las decisiones cruciales. El ministro me dice que mientras no se termine de negociar, no hay negociado nada. Pero yo le he respondido: ministro, ya están tomadas unas decisiones absolutamente inaceptables y ustedes están casados con ellas. Son decisiones tan dañinas para el sector agrope­cuario que ningún país medianamente soberano y mínimamente digno podría aceptarlas en ninguna negociación. ¿Cuáles son? Primero, el acuerdo tiene que estar negociado, sí o sí, para el año 2004. Y me pregunto: ¿si no hay acuerdo quién decide, Colombia o Estados Unidos? Y segundo, habrá, sí o sí, aranceles cero en el año 2015, lo que quiere decir que, en la mejor negociación del mundo y con los linces tan feroces que tenemos, por el estilo de Luis Alberto Moreno, lo máximo que se lograría es que nos arruináramos apenas en el 2015. En buena medida, la negociación consiste, doctor Rafael Mejía, en ordenar la quiebra: quiénes se quiebran en 2006, quiénes en 2008, quiénes en 2011. Y los “ganadores” se quebrarán en el año 2015. Así está planteada la situación, señor presidente de la SAC. Esa es la triste realidad.

Además, la negociación está amarrada a los acuerdos internacionales. Tengo en mi poder el documento del Fondo Monetario Internacional, el que suscribió Colombia, donde consta que el ALCA es un compromiso explícito. También en el Plan Colombia se dice que el ALCA es un compromiso de nuestro país. Y en su respuesta, señor ministro, usted me reconoce que una de las condiciones del APTA, o Apdea, como se llama ahora, es que seamos juiciosos y mansos en el ALCA, porque si no es así nos quitan las preferencias del Apdea. Esto es un claro chantaje, señor ministro. ¿Cómo acepta esto el gobierno? Parece que hubiera unos intereses especiales involucrados en el Apdea, tanto que el gobierno está dispuesto a sacrificar el resto de los intereses nacionales en aras de ese acuerdo de preferencias. Es que hay un par de negocios que favorecen a algún tipo de sectores. Queda claro que estamos negociando el ALCA sometidos al Fondo Monetario Internacional y a los acuerdos previos impuestos por el gobierno de Estados Unidos. Con el ALCA nos pasa lo que con la junta directiva del Banco de la República: se jactan de ser independientes hasta del presidente de la República. Es una autonomía constitucional que los pone por encima de todo, pero por debajo del FMI. Lo demuestra lo ocurrido con las tasas de interés: todos en Colombia dijeron que no se podían aumentar, pero cuando el FMI dijo que se subieran el Banco de la República corrió a hacerlo.

Lo mismo ocurre con la negociación del ALCA. Es un proceso lleno de condiciones. Aquí copié una cita del doctor Luis Carlos Villegas, el presidente de la ANDI, otro de nuestros linces, en la que él se opone a las peticiones sobre el ALCA que hizo Cano en su momento. ¿Se acuerdan del caso tristemente famoso sobre el tope de los aranceles de la Comunidad Andina de Naciones, y el reversazo al que fue obligado el gobierno nacional para vergüenza de Colombia? Pues Luis Carlos Villegas salió alarmado días antes a pedirle al gobierno que se echara atrás, pues una posición como la planteada por Cano “podría poner en peligro el roll over para el crédito externo de nuestro país, y no podría interpretarse como un gesto de amistosa reciprocidad hacia los Estados Unidos que el país responda a la reciente aprobación del ATPA, con un incremento en los aranceles para las materias primas exportadas en su inmensa mayoría por ese país”. Para contrastar posiciones, unas arrodilladas, otras dignas, aquí tengo documentos de Asinfar, la agremiación de la producción farmacéutica nacional, en la que le piden al gobierno impedir la presencia de los abogados de las trasnacionales en las reuniones donde Colombia fija su posición frente el ALCA. Es que a las reuniones confidenciales en las que nuestro país decide cómo debe negociar el ALCA asisten los abogados de las trasnacionales formando parte de la delegación colombiana. Ya esto raya con lo increíble. Si esto no es cierto, señor ministro, yo le pido que lo refute en público, porque son acusaciones supremamente graves. Usted, en su respuesta, en vez de dejar sentado que el gobierno les prohibirá a las trasnacio­nales de aquí en adelante asistir a dichas reuniones, se limita simplemente a alegar que pueden asistir “todos los particulares”.

Hay otros testimonios fehacientes sobre la existencia de presiones indebidas. La Sociedad de Agricultores de Colombia, SAC, en carta al ministro Botero, afirma: “No sobra recordar cómo el señor ministro de Hacienda indicó que de querer garantizar recursos de financiamiento externo por parte de las entidades internacionales como el FMI, el Banco Mundial y BID, se requería desmontar la protección al sector agropecuario, ante la fuerte presión de estos organismos al respecto”.

El siguiente comentario se lo dirijo principalmente a los dirigentes gremiales y a las gentes del campo y, por supuesto, a la SAC y a Salvación Agropecuaria. Abrigo un temor muy grande en que quienes estamos del lado del sector agrope­cuario caigamos en posiciones de ingenuidad. Está claro que la política del gobierno nacional consiste en entregar la producción rural. Tal dirección se ve muy bien en el Plan de Desarrollo; con todas las letras. No existe un solo punto que proteja de verdad al agro. Pero veo al gobierno nacional dedicado a masajear a los gremios, a crearles falsas expectativas y a ilusionarlos con que las cosas se les van a arreglar. No se hagan ilusiones, señores de los gremios. Los gringos ya lo han dicho, ahí están los documentos. El gobierno de Bush no va a bajar los subsidios a su producción agropecuaria. Nosotros suprimimos ya los subsidios y vamos a bajar a cero los aranceles, pero ellos no eliminarán los subsidios. Y la explicación es fácil de entender, y la ha hecho pública la señora Ann Veneman, secretaria de Agricultura de Estados Unidos. Ella dice que no pueden bajar los subsidios porque, si lo hacen, los europeos los inundan de comida. Es que en medio de este lío también está metido el viejo continente. ¿En qué radica la contradicción? Entre Canadá y Estados Unidos, que es la misma cosa, exportan 100 mil millones de dólares al año en comida. Pero los ocho primeros países europeos exportan 178 mil millones de dólares, muy por encima. Entonces, si los gringos bajan los subsidios, Europa los inunda mediante un sistema de triangulación. En una palabra, no pueden bajar sus subsidios; lo han dicho en todos los tonos. Claro, es posible que hagan demagogia y traten de despistar incautos, pero no hay que perder de vista lo que se está moviendo.

También con toda franqueza andan los gringos diciendo lo que piensan del ALCA. Según Zoellick, el representante de la oficina comercial de Estados Unidos, “El ALCA abrirá los mercados de América Latina y el Caribe a las empresas y agricultores de Estados Unidos, al eliminar las barreras al comercio, a las inversiones y los servicios y reducirá los aranceles impuestos a las exportaciones de Estados Unidos, que en esos mercados son mucho más elevados que los que aplica Estados Unidos”. Colin Powell, el prepotente secretario de Estado, a quien, después de lo de Irak algunos llaman el ministro de Colonias de Estados Unidos, ha declarado: “Nuestro objetivo con el ALCA es garantizar a las empresas norteamericanas el control de un territorio que va desde el Polo Ártico hasta la Antártica, libre acceso, sin ningún obstáculo ni dificultad para nuestros productos, servicios, tecnología y capital en todo el hemisferio”. Más claro no canta un gallo. Insisto, no podemos caer en la ingenuidad de no creerles a los gringos que lo que ellos persiguen es la dominación total del continente.

Hay un debate más de fondo que no quiero dejar de mencionar. El gran argumento del neoliberalismo y de la globa­lización neoliberal es que los países se desarrollan exportando. Eso no es así, y voy a explicar por qué. Cuando la tecnocracia afirma que un país pobre se desarrolla es exportando, lo que está sugiriendo implícitamente es que lo hace sacrificando el mercado interno. Es como si afirmaran: olvidémonos de la capacidad de compra de los colombianos, de lo que los colombianos puedan comprar, pues vamos a dedicarnos es a invadir el mercado mundial con nuestros productos. O sea, vámonos al Japón a ofrecer pitayas y dejemos que sean los gringos quienes vendan el maíz de las arepas y el arroz de la bandeja que consumen a diario los colombianos. Esa es la lógica de la globalización.

Aclaremos entonces con cifras en donde está el problema. Como aspecto predominante, exportar para avanzar más rápido por el camino del progreso no resulta tan cierto en el caso de EU y Japón, porque, proporcionalmente hablando, ellos exportan sólo la mitad de lo que nosotros exportamos. Con relación al PIB, Estados Unidos y Japón exportan la mitad de lo que exporta Colombia.

Vean el contraste. Entre todos los países del planeta, ¿cuáles son los mejores exportadores? Los africanos, que son a la vez los más pobres. Colombia exporta 16% de su PIB, Estados Unidos sólo 7.29%, Japón sólo 9.7%. Pero ustedes encuentran en África países como Gambia con 59%, Angola con 93%, Guinea Ecuatorial con 97%. Luego es falso que con sólo exportar uno se desarrolle. También hay países exportadores, más que EU: Alemania con 30% y Francia con 24%. Entonces se tiene que llegar a una conclusión: exportar sí tiene importancia, no lo voy a negar; pero no es la panacea que nos quieren mostrar los neoliberales. Lo que realmente distingue a los países desarrollados de los atrasados, es que los primeros –todos, sin excepción, llámense Estados Unidos, Alemania, Francia o Japón— han logrado crear un vigorosísimo mercado interno estimulando la capacidad de compra de sus nacionales. Pero a pesar de que los ciudadanos norteamericanos consumen mucho, los monopolios producen en tanta cantidad que ya su gente no es capaz de comprarles todo lo que producen. Lo que exportan entonces son sus excedentes. En nuestro país sucede lo contrario: se nos dice que exportemos en vez de fortalecer la capacidad de compra de los nacionales, y esto es supremamente grave.

Los contradictores replican que aquí no existe tal mercado interno. Y yo les digo: logremos que cada uno de esos 30 millones de colombianos que hoy se están muriendo de hambre se tome un vaso de leche al día, y así resolveremos el problema de la leche; consigamos que los pobres de Colombia en vez de heredar las camisas de sus padres se compren cada uno una camisa al año, y con eso disparamos la producción de algodón, la textil y la de las confecciones. Y lo mismo pasa con el resto de los renglones productivos. El mercado está ahí. Hay 40 millones de colombianos, lo que ya es un mercado potencial bastante importante. Pero tenemos 30 millones de colombianos que no están consumiendo, y ese es nuestro gran reto. Un reto democrático que une al capital con el trabajo, un reto que privilegia el interés nacional frente al extranjero, un reto que es amable con su pueblo, con las grandes mayorías de la población. Por el contrario, la estrategia exportadora consiste, en últimas, en crear una franja minúscula de colombianos ensamblados con el mercado internacional, que pertenezcan a la modernidad y que más o menos coman, se vistan y se recreen, mientras el resto queda como un país de parias. Es la faceta retardataria, antidemo­crática y empobrecedora de dicha estrategia.

¿Cuál es el problema político implícito en el mandato imperial del arancel cero, la apertura y el ALCA? Usted da la clave en su respuesta, señor ministro, citando a Álvaro Balcázar, y me cae de perlas. Dice textualmente: “Ese mismo documento, el de Agro-visión 2025, pone de relieve un elemento básico de cualquier política económica: ella no es neutra, ninguna política económica es neutra, siempre hay ganadores, es decir, los beneficiarios de la política, y perdedores, los que quedan marginados de ella”. ¡Exacto, señor ministro, totalmente de acuerdo! Hay ganadores y perdedores. Esta es la almendra del asunto. Lo que ustedes defienden no es una política de gana-gana, sino de suma cero. Lo que unos ganan, otros lo pierden Aquí el debate crucial es entonces quién pierde de entrada: aquí el que pierde es el interés nacional, que, entre otras cosas, verá desaparecer el sector agropecuario y lo poco que de él quede. Es, en síntesis, una contradicción entre el interés nacional y el interés extranjero.

Es lo que explica la teoría de la inevitabilidad del ALCA. En Colombia se volvió común oír decir a los neoliberales que el ALCA es inevitable. Es la gran carta de la tecnocracia que impulsa el Tratado. ¿De dónde salió la teoría? Obvio que es la posición oficial del gobierno de Estados Unidos. ¡Y cómo no va a serlo, si los que salen ganando son ellos!

Mi pregunta es: ¿por qué se volvió teoría oficial también en Colombia? Lo que voy a decir quizá moleste a muchos, pero alguien tiene que atreverse: en Colombia hay 400 trasnacionales poderosísimas cuyos ejecutivos sostienen que el ALCA es inevitable y cuyos empleados –les pagan para eso– repiten como loros que el ALCA es inevitable. Los importa­dores de comida remachan como papagayos que el ALCA es inevitable. Los banqueros que inter­median deuda externa cacarean que el ALCA es inevitable. La tecnocracia neoliberal, los hommes y junguitos, así lo recitan–porque, además, si no lo hacen no los llevan después a los altos cargos en el FMI y el Banco Mundial, la burocracia internacional de alto nivel. Las agencias de publicidad y las que pautan en los grandes medios de comunicación son todas trasnacionales, y vociferan como loritos que el ALCA es inevitable.

En suma, la posición de la inevitabilidad, que es la del gobierno de Bush, se transmite aquí merced al inmenso poder que Estados Unidos ha adquirido en Colombia. Los exporta­do­res también hablan medrosos de inevitabilidad, porque temen que los gringos les corten las exportaciones. Uno oye a los empresarios de las flores afirmando que, así se quiebren muchos y se arruine el país, lo único que importa es que a ellos los gringos les compren las flores.

Entonces hago aquí una pregunta que nadie me ha contestado: ¿se trata de un chantaje? ¿Si no entramos al ALCA, los gringos no nos compran el café, no nos compran las flores? ¿No es eso una extorsión? Si queremos vender café en Estados Unidos, que los gringos no pueden producir, ¿estamos obligados a importar de Estados Unidos el arroz que sí podemos producir en nuestro territorio? ¿Para vender las flores en Miami el día de San Valentín, tenemos que acabar con la leche en la Sabana de Bogotá y en el valle del Magdalena? Ellos nos exigen que importemos arroz, maíz, trigo, a costa de destruir el agro nacional, y a cambio nos permiten que les exportemos lo que los enriquece a ellos, puesto que el gran negocio del café en el mundo, por ejemplo, es para los intermediarios, no para los productores. En la industria de café gana más el gobierno de Estados Unidos por los impuestos que cobra que los países productores, los países pobres de la tierra. Ellos, por los impuestos, reciben 27% del precio final; nosotros, por nuestra producción, recibimos menos de 10% de ese precio.

Finalmente, la teoría de la inevitabilidad también la repiten los desinfor­mados y los temerosos, que saben que lo dicho aquí es cierto pero piensan que desafiar a Estados Unidos es empresa demasiado difícil.

Colombianos que me escuchan: tenemos que decirle valerosamente ¡No al ALCA! Primero, para saber qué van a decir los gringos y cuál es la amenaza. Yo no dudo que sean capaces de amenazarnos, pero que el país sepa que nos llevan es a la brava; que si quieren echarnos al foso de los leones, no iremos cantando sino resistiendo. Vamos a dar esta batalla, una batalla que no pueden librarla sino aquellos patriotas colombianos que hayan atado su suerte personal a la suerte de los pobres, a la suerte de las capas medias y a la suerte de la nación. El doctor Fabio Echeverri Correa, ahora asesor de Uribe, tenía una frase que se hizo famosa cuando fue presidente de la ANDI. Decía: “A la economía le va bien, pero al país le va mal”. ¿Cómo se traduce eso? A unos les iba bien y a los demás les iba mal.

¿A quiénes les iba bien? A quienes habían separado su suerte personal de la suerte de la nación. Ese es el mismo lío que tenemos ahora. Seguimos gobernados por quienes han logrado separar su suerte personal de la suerte de la nación. A ellos les va bien, aun cuando al país le vaya mal. Peor aún. Les va mejor cuanto peor le vaya al país.

Pero en Colombia hay otros que decidimos un día atar nuestra suerte personal a la suerte de los pobres y de las capas media y del progreso de Colombia. Y no nos va a ir bien mientras a la nación colombiana le vaya mal. Es el gran pleito que tenemos que resolver, porque si no, Colombia seguirá siendo un país de pacotilla. Por lo demás, es una batalla que podemos ganar. Somos 44 millones de colombianos, en un millón de kilómetros cuadrados, y tenemos cómo dar la batalla. ¡Librémosla! Que si hay negociaciones de comercio internacional, se hagan en posición de fuerza y no de sumisión. Que la nación colombiana esté bien representada. Que si nos van a extorsionar, le digamos no a la extorsión.

Vuelvo a hacer otra pregunta y se la formulo directamente al presidente de la República: ¿cómo así que es mala la extorsión que todos condenamos entre los individuos, y no es mala la extorsión entre los países? Son posiciones de principio. Porque si los países no actúan guiados por principios, no tendrán ningún futuro ni posibilidad alguna de desarrollarse.

A mis amigos y a las gentes del sector agropecuario les recuerdo: el ALCA debe ser aprobada por el Congreso de la República en el año 2005. Lo reconoce el mismo ministro en su documento. ¡Y que no nos salgan mañana los neoliberales con que un Tratado de tales dimensiones no lo debe aprobar el Congreso! El llamado que estoy haciendo a todas las gentes del campo y a todos los colombianos es a montar una verdadera presión sobre los congresistas de Colombia para que voten como deben, en contra, porque creo que el ALCA va a ser tan mala como yo aquí lo estoy diciendo, y tal vez peor. Además, hago una propuesta expresa y oficial al gobierno nacional, porque vamos en camino de perder la Comunidad Andina de Naciones. Usted lo dice, señor ministro. La CAN es el único sitio donde medio vendemos manufacturas, pues lo que exportamos a EU es muy poco. Pero la CAN se acabará con el ALCA. Hasta eso lo vamos a perder. Quizá, si mucho, dure cinco años más.

¿Cuál es entonces la propuesta que le hago al gobierno? Que este tema del ALCA se someta a consulta popular. No que el Congreso lo apruebe, sino que los colombianos salgamos a votar sí o no al ALCA. Sería un plebiscito, para que hagamos un inmenso debate, y que sea la democracia la que decida. A mí me parece el colmo que un tema de tanta gravedad, que va a cambiar la historia del continente por los próximos cien años, o quinientos o mil, lo definamos 260 congresistas sin haberles consultado a los colombianos.

Prevengo por último a las gentes del campo: ¡Vienen por lo de ustedes, compatriotas, y vienen por ustedes, campesinos, empresarios, indígenas, jornaleros! Vienen por la lana, por el telar y por la que teje, vienen por todo. Y solo será posible impedirlo si conformamos un gran movimiento de resistencia civil, y enfatizo, de Resistencia Civil. Tenemos que movilizarnos. Para ello, los invito desde ya a todos ustedes, colegas del Senado, y al pueblo de Colombia, a una inmensa movilización el 12 de agosto. Llenaremos la Plaza de Bolívar de Bogotá como nadie nunca la haya llenado, de campesinos, de indígenas, de jornaleros, de empresarios, incluidos los más encopetados, todos. Se trata de unir a la nación entera. La batalla será entre quienes vamos a defender la producción nacional, el agro, la patria, la nación, y quienes han decido seguir pegando este carro al de los monopolios norteamericanos y al imperialismo. Lo que se está decidiendo es nada menos que la suerte de la nación colombiana.