Enrique Daza
Desde sus primeras actuaciones en política, Francisco Mosquera enmarcó la situación colombiana en su contexto internacional, siguió cuidadosamente la evolución de los acontecimientos mundiales y trabajo incansablemente por establecer vínculos de solidaridad entre la revolución colombiana, las naciones oprimidas y las fuerzas democráticas y progresistas del planeta.
El MOIR nació en un momento en el cual se daba una gran polémica tendiente a caracterizar la naturaleza de la dominación norteamericana sobre Colombia. A esto dedicó Mosquera buena parte de sus primeros escritos, señalando cómo a comienzos de los setentas el imperialismo norteamericano había llegado a una etapa de eclipse y arreciaba el movimiento de liberación nacional, hasta lograr resonantes éxitos en Vietnam, Laos y Camboya. Estimulados por el triunfo de la revolución cubana en 1959, durante la década de los sesentas se acrecentaron las rebeliones en América Latina. La China dirigida por Mao Tsetung lideraba la lucha internacional de la clase obrera, y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, –dirigida por una camarilla revisionista– renegaba de los postulados del marxismo, restaurando el capitalismo. En medio de esta situación, Mosquera, al lado de la posición adoptada por Mao, criticó a quienes embelesados por la experiencia chilena planteaban el camino de las reformas como ejemplo a seguir, y propuso sumarse al torrente antimperialista que había puesto a Estados Unidos en, tal vez, el peor momento de su historia.
Unos pocos años más tarde, la situación favorable para los pueblos cambió; hubo una enorme transformación en la situación mundial, la cual Mosquera avizoró tempranamente. La URSS, que posaba de socialista, se convirtió en potencia imperialista y quienes la secundaban devinieron en palafreneros suyos. Naciones que habían derrotado al imperialismo se convirtieron en satélites de la nueva potencia y ésta, valiéndose de las dificultades norteamericanas, continuó su escalada por el control del mundo. En este proceso de involución de la URSS, su invasión a Afganistán, en diciembre de 1979, constituyó un hito. Mosquera aclaró que se había producido un viraje, convirtiéndose esta potencia en el «más tenebroso baluarte de la reacción mundial» con una ofensiva estratégica que venía desde 1975. En consecuencia, Mosquera propuso conformar un frente único contra ella, reivindicando los criterios maoístas. En estas nuevas circunstancias, estudió y resumió la experiencia de la Segunda Guerra Mundial, comparando la posición del gobierno de Carter frente a la URSS con la de quienes quisieron contener a Hitler apaciguándolo.
En la década de los ochentas, y en contravía de lo que pensaba buena parte de la llamada izquierda, analizó cotidianamente la evolución de la situación mundial, reivindicó una y otra vez que «el marxismo auténtico es anticolonialista» y examinó cómo la potencia agresora estaba extendiendo sus tentáculos por todo el globo, desde Centroamérica hasta el Cuerno de África, pasando por el Sudeste Asiático y todos los confines de la Tierra. La invasión a Granada, las vicisitudes de los centroamericanos y el nefasto papel de Cuba en este periodo fueron examinados a profundidad. Sin lugar a dudas, fue el único colombiano que supo relacionar la ofensiva soviética con la política de «paz» aplicada por Belisario Betancur a comienzos de esa década.
Francisco Mosquera fue un infatigable defensor de la soberanía nacional, del derecho de los pueblos a la autodeterminación y del establecimiento de vínculos de respeto y beneficio mutuo entre los países. Estos principios fueron refrendados por el MOIR en el programa de la Unión Nacional de Oposición, UNO, en los setentas, en el Frente por la Unidad del Pueblo, FUP, en los ochentas, y en la lucha por la Salvación Nacional en los noventas. Nunca permitió que nuestro Partido gravitara en torno a un eje diferente a los principios revolucionarios y la realidad nacional y fue celoso en propugnar que la revolución y los partidos revolucionarios deben apoyarse en sus propios esfuerzos.
A finales de los ochentas el imperio soviético se desplomó como producto de la decadencia del aparato productivo, la costosa expansión mundial y la degeneración de la clase dirigente. Resurgió entonces la hegemonía norteamericana, la cual fue examinada por Mosquera, quien –en lugar de aceptar los anuncios de que vendría una época de armonía y prosperidad– vaticinó una creciente inestabilidad, la agudización de las contradicciones mundiales, la mayor agresividad norteamericana y la inminente recolonización de América Latina.
En medio de esa situación cambiante, en la cual se pasó de una crisis norteamericana al ascenso y caída del imperio soviético y al nuevo predominio de la potencia del Norte, Mosquera supo establecer los lazos entre la táctica de la revolución colombiana y la correlación global de fuerzas. Pero su labor no fue la de un frío analista de los acontecimientos. Por el contrario, sus escritos oportunos y su labor práctica lo llevaron a saludar los triunfos de las revoluciones en Indochina, las hazañas de los combatientes afganos contra el socialimperialismo, así como a elogiar la osadía de los polacos al enfrentarse a los rusos y a presagiar importantes luchas de los pueblos en contra de la globalización y las políticas neoliberales.
En todas las etapas descritas se preocupó por extraer de cada acontecimiento enseñanzas para el pueblo colombiano, derivadas de su profundo conocimiento de la historia del país y del mundo.
Los escritos de Mosquera eran cuidadosos y detallados; detrás de cada afirmación suya había una extensa investigación y un debate minucioso. Aunque insistía en las caracterizaciones básicas para dotar al Partido de un lenguaje común, en sus análisis no había simplismo ni dogmatismo. Analizaba la realidad en su movimiento y siempre aclaraba cuáles eran las tendencias posibles en el desarrollo de los fenómenos, y sus implicaciones en la práctica de los revolucionarios. Su precisión y consecuencia, acompañadas de las diferenciaciones, matices y énfasis apropiados en cada momento, lo hicieron un verdadero internacionalista en el doble sentido de comprender cómo evolucionaba el mundo y cuál debía ser la táctica del Partido para sacar ventaja de las dificultades y oportunidades.
El pensamiento de Mosquera escaló nuevas cumbres en la doctrina marxista y es un ejemplo de aplicación de la teoría a la realidad concreta. Nuestro fundador y guía hizo un significativo aporte al acervo revolucionario de los pueblos del mundo.