En marzo de 1871 el proletariado de París, empuñando el fusil, derrocó a la burguesía, destruyó la maquinaria burocrático – militar e implantó su dictadura: la Comuna de París. Su formidable lucha por establecer y defender el primer poder obrero en la historia constituyó un gran salto adelante de la revolución proletaria mundial. Allí se forjaron principios que «se manifestarán una y otra vez hasta que la clase obrera consiga la liberación» y que, heredados y desarrollados por Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao Tsetung, son la segura guía para la acción del proletariado y los pueblos en su combate contra el imperialismo norteamericano y todo sus lacayos, y para la construcción del socialismo y el paso al comunismo.
Los revolucionarios proletarios celebran el primer centenario de la Comuna de París en momentos en que los pueblos le tienden un cerco mortal al imperialismo yanqui, dando lugar a una situación mundial sin precedentes debido al predominio incontenible de la corriente revolucionaria. Para llegar a esta excelente situación han necesitado librar, junto a la lucha política, una amplia y profunda lucha ideológica a fin de que prevalezcan los principios revolucionarios y avance y se lleve hasta el final la revolución proletaria. De allí que la conmemoración de la Comuna se dé dentro del marco de una nueva, aguda e intensa lucha de clases en los terrenos de la ideología: la lucha entre el marxismo-leninismo-pensamiento Mao Tsetung, ideología del proletariado, y las diversas ideas que, con una naturaleza de clase burguesa o pequeñoburguesa, se oponen u obstaculizan el combate contra el imperialismo y la reacción.
Dos experiencias legadas por la Comuna de París, una positiva y otra negativa, adquieren una importancia tan fundamental para la revolución en Colombia y América Latina que sin tenerlas en cuenta es imposible para el proletariado, a la cabeza del pueblo, conquistar el Poder. Hoy como ayer la posición que se tome respecto a estas experiencias permite delimitar campos entre los marxista-leninistas y los oportunistas de derecha y de «izquierda», entre los revolucionarios y los seudorrevolucionarios.
La gran experiencia positiva es la utilización de la violencia revolucionaria para implantar la dictadura del proletariado.
La gran experiencia negativa, que explica por qué la Comuna no pudo conservar el poder conquistado, es que si se carece de un partido político proletario, «distinto y opuesto» a los partidos de las clases explotadoras, es imposible que el proletariado pueda establecer y consolidar su dictadura y avanzar por el anchuroso camino del socialismo.
El socialimperialismo que promueven y alientan los dirigentes revisionistas soviéticos se ha venido entrelazando cada día más con el imperialismo yanqui, estimulando una base social y política sobre la cual se hacen, particularmente en algunos países de América Latina, ensayos reformistas destinados a engañar a las masas y a amortiguar los golpes que los pueblos asestan a su enemigo principal, el imperialismo norteamericano, y a las clases proimperialistas. Este fenómeno, esencialmente contrarevolucionario, determina como tarea indispensable de los revolucionarios proletarios educar a las masas en las dos grandes experiencias mencionadas, haciendo que asimilen los principios revolucionarios y se atengan firmemente a ellos en su lucha antiimperialista.
La necesidad de derrotar la contracorriente reformista y oportunista que hoy trata de contener y desviar la lucha popular, exige que dediquemos nuestros principales esfuerzos a hacer que las dos grandes experiencias de la Comuna irradien la practica revolucionaria del pueblo.
Por lo tanto, también hoy y aquí de lo que se trata no es de interpretar el mundo en que se dio la Comuna de París, sino de utilizar sus enseñanzas para transformar el mundo, de lo que se trata es de continuar la transformación del mundo que tan valerosamente impulsaron los comuneros franceses en 1871.
La experiencia de la Comuna respecto a la necesidad de un partido político proletario cobra actualmente en nuestro país particular importancia ya que la construcción de un partido de la clase obrera, un partido auténticamente comunista guiado por el marxismo-leninismo-pensamiento Mao Tsetung, es una tarea fundamental de los revolucionarios proletarios colombianos. No obstante, algunos hechos de la lucha de clases a nivel nacional y continental, así como razones de espacio, hacen que este artículo trate solo la relación entre la experiencia positiva de la Comuna de París que se ha mencionado y algunos aspectos de nuestra situación política concreta, principalmente lo referente a la política del reformismo y el oportunismo de derecha en América Latina.
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Las «nuevas» tesis revisionistas y reformistas que desde hace casi dos décadas tratan de desvirtuar el principio de la utilización de la violencia revolucionaria para la toma del poder por parte de las masas explotadas y oprimidas, fueron tesis incubadas en Moscú por dirigentes oportunistas de derecha que renegaron del socialismo. En la difusión de sus fórmulas traidoras cuentan con las camarillas revisionistas de los distintos países como agencias de propaganda. Al oponerse a la violencia revolucionaria, unos y otros niegan la Comuna de París y se oponen a la revolución. Lenin dijo: «La necesidad de educar sistemáticamente a las masas en ésta, precisamente en esta idea sobre la revolución violenta, es algo básico en toda la doctrina de Marx y Engels». Esta es una verdad que el proletariado y los pueblos conocen cada vez mejor por experiencia propia, ya que el imperialismo y las clases gobernantes antipopulares se valen invariablemente de la violencia reaccionaria para mantener su dominio, para explotar y reprimir. De ahí que las masas populares tengan que recurrir ineludiblemente a la violencia revolucionaria a fin de liberarse.
Pero, recientemente, y a raíz de los resultados electorales que llevaron a Salvador Allende a la presidencia de Chile, los revisionistas, sin caber en sí de gozo ante lo que consideran una confirmación de su siniestra política, se han apresurado a «estrenar» esas viejas tesis derechistas en otro vano intento de disfrazarse de comunistas y revolucionarios. Como resultado, y cual viento pestilente, nos llegan desde Moscú diversos planteamientos seudorrevolucionarios que, encontrando eco en los dirigentes del Partido Comunista revisionista de Colombia y otros derechistas vergonzantes, tienen por objetivo hacer que las masas no respondan a la violencia reaccionaria con la violencia revolucionaria. Además, la política de Allende como presidente chileno está siendo utilizada para fundamentar las falacias y sofismas con que se quiere encubrir la política neocolonial del imperialismo yanqui en América Latina y la dominación de las clases proimperialistas.
Todos estos hechos plantean a los revolucionarios la necesidad de adoptar una posición crítica que desentrañe el contenido real de la política allendista, elevar la vigilancia para rechazar las «copias» que bajo el lema de falsas «unidad de acción», «frente de oposición popular», etc., se intenta hacer de la llamada «vía chilena», y desenmascarar y denunciar el oportunismo de derecha en todas sus formas. Solo así se podrá ver qué se esconde tras la afirmación, repetida insistentemente por revisionistas e imperialistas, seudorrevolucionarios y reaccionarios, de que el pueblo chileno llegó al poder encabezado por un marxista que llevará el país austral al socialismo. A la luz de los hechos y de las enseñanzas que desde la Comuna de París han venido arrojando las revoluciones, podemos analizar las posiciones políticas de Allende y ver si corresponden o no a los intereses del pueblo chileno, y si están a favor o en contra de la lucha revolucionaria de los pueblos latinoamericanos.
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A lo largo de su historia, el pueblo chileno ha sido cruelmente explotado por el imperialismo y por las clases dominantes, y cuando ha osado levantarse se le ha reprimido inplacablemente; nunca ha cesado la persecución contra los obreros, campesinos, estudiantes e intelectuales progresistas, y nunca ha habido paz para los explotados y oprimidos que con su sudor y sangre han regado la tierra chilena. Estos son los hechos, ésta es la verdad histórica para el pueblo chileno. Pero para Allende lo que ha existido es una «paz cívica» que se da como resultado de que «rechazamos, nosotros los chilenos, en lo más profundo de nuestras conciencias, las luchas fratricidas». Tal afirmación equivale a decir que el pueblo chileno ha rechazado la lucha contra sus opresores, ha aceptado una «paz cívica» con sus sojuzgadores y se ha sentido hermano de sus explotadores, terminando por convertir en un estado de conciencia su pasividad. No cabe insulto mayor a un pueblo. Indudablemente el «nosotros los chilenos» de Allende no sólo no incluye al pueblo chileno, sino que sólo puede referirse a sus enemigos. Esto explica porque menciona Allende con alegre orgullo la «noble tradición» de un pretendido pacifismo que borra las diferencias de clase, colocando en un mismo plano a los explotadores y los explotados: «El respeto a los demás, la tolerancia hacia el otro, es uno de los bienes culturales más significativos con que contamos». Es precisamente este respeto y tolerancia ante la opresión y explotación lo que las clases reaccionarias quieren convertir en único patrimonio «cultural» del pueblo. Y es este respeto y tolerancia lo primero que destruye toda revolución.
Allende teme, rechaza y tergiversa la justa lucha de los oprimidos, al tiempo que aboga por la «paz» esclavizadora de las clases reaccionarias.
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A cada forma de explotación en la sociedad de clases corresponden unas instituciones, un orden y una legalidad apropiadas a la mejor y mayor expoliación de los trabajadores por la minoría dominante. La nación chilena no es ninguna excepción a este respecto. Pero Allende, en lugar de rechazar el «orden» que ha pesado sobre el pueblo, se dedica se dedica a alabar la llamada «estabilidad institucional» como «una de las más altas de Europa y América» y se pronuncia por su mantenimiento, calificándola de «tradición republicana y democrática que ha llegado a formar parte de nuestra personalidad». Así, Allende se revela como un abogado de la «tradición republicana y democrática», forma que ha adoptado la dominación ejercida por terratenientes y burgueses proimperialistas sobre las masas y que, como tal, hace parte de la «personalidad» de los explotadores.
De manera diametralmente opuesta la Comuna de París rompió con las instituciones burguesas y el orden legal que habían implantado las clases reaccionarias y procedió a establecer nuevas formas, revolucionarias, de organización social. Esta característica de la Comuna es algo común a toda verdadera revolución. De allí que Allende no rebase el reformismo burgués, cuando habla de modificar el sistema «sin una fractura violenta de la legalidad», de que «se respetará el Estado de Derecho» burgués y que «legalidad habrá». No queda duda de que mientras el pueblo chileno quiere romper con todas las coyundas, esas sí tradicionales, e implantar su nuevo orden revolucionario, Allende quiere conservarlas.
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Sólo el hecho de que los intereses del pueblo de Chile van por un lado y los del nuevo presidente por otro, permite comprender el tono lamentoso con que éste se refiere a la lucha de clases, calificándola como algo perjudicial. Asustadizo se afana por enfatizar que para llegar a la presidencia no fue necesario recurrir a métodos revolucionarios y que su ascenso se dio «sin haber sufrido la trágica experiencia de una lucha fratricida». De suerte que para el «marxista» Allende, quien parece creer que su investidura como presidente corona un proceso revolucionario, es trágica la experiencia vivida por los pueblos que han conquistado el poder en una lucha a muerte contra sus opresores. Esas que Allende considera tragedias son las gloriosas experiencias revolucionarias de los pueblos.
Son dos las vías: O se rompe el orden institucional de los burgueses y terratenientes proimperialistas, que es la vía de la comuna de París, de la revolución bolchevique rusa, la revolución china y otras revoluciones; o se «observan las normas de la democracia burguesa», que es la vía por la que abogan Allende y los partidos que en coalición gobiernan en Chile, principalmente el revisionista Partido Comunista de Chile, así como los oportunistas de derecha en todo el mundo. Esta vía reformista al servicio del imperialismo y las clases proimperialistas no será transitada por los pueblos latinoamericanos y terminara demolida por la lucha revolucionaria.
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Enseña la Comuna de París, y lo confirman todas las revoluciones, que para tomar el poder el pueblo debe destruir el aparato militar sobre el cual descansa la dominación de las clases reaccionarias. Es por esto que la acción revolucionaria debe dirigirse principalmente contra el soporte fundamental del Estado: el ejército y la policía, ya que el poder reside en el fusil y no en los escaños parlamentarios. Una cosa es que, dadas ciertas condiciones, los revolucionarios utilizan el parlamento para denunciar a la reacción y educar a las masas, acumulando, así, fuerzas revolucionarias, y otra es sustituir la lucha revolucionaria de masas por la lucha parlamentaria. Una cosa es que los revolucionarios dominen todas las formas de lucha, combinándolas y sustituyéndolas según las condiciones cambiantes, y otra es traicionar la revolución rehusando la lucha armada y toda lucha ilegal, dedicándose sólo a la lucha y actividad legales, y reduciendo la acción de las masas a lo permitido por las clases proimperialistas, que es lo que hacen todos los oportunistas de derecha, especialmente los oportunistas.
Las clases reaccionarias robustecen sus fuerzas armadas a sabiendas de que ellas constituyen la reserva principal para su enfrentamiento con las clases revolucionarias. Dispuestos a defender encarnizadamente su poder, los explotadores siempre están afilando su cuchillo carnicero: el ejército reaccionario. Cuando su opresión sobre las masas no puede realizarse en forma «normal» o cuando existe peligro para sus intereses, recurren a ese ejército, ya sea esgrimiéndolo como una amenaza potencial y haciendo de su presencia un factor de coacción, ya sea haciéndolo perpetrar bárbaros crímenes y genocidios contra el pueblo. Esto es algo que la vida misma les ha enseñado a las masas. En consecuencia, al plantearse el problema del Poder, problema central de toda revolución, las masas encaminan su acción política hacia la destrucción de las fuerzas armadas reaccionarias.
En Chile, la minoría dominante ha contado con las Fuerzas Armadas y el Cuerpo de Carabineros para sojuzgar al pueblo y defender sus intereses, no siendo extraño que, antes de consentir en darle a Allende votos en el parlamento, haya pedido a éste un compromiso público de no tocar el aparato militar reaccionario. Fue así como las clases proimperialistas, expresándose a través del Partido Demócrata Cristiano, solicitaron «que se respeten las estructuras orgánicas y jerárquicas de las Fuerzas Armadas y el Cuerpo de Carabineros, los sistemas de selección, requisitos y normas disciplinarias vigentes, se le asegure un equipamiento adecuado a su misión de velar por la seguridad nacional… no se comprometan sus presupuestos». Ante este pedido expreso, Allende ensayó varias posturas a fin de no revelar su naturaleza seudorrevolucionaria. Incómodo, empezó por responder con falsa altivez. «… soy intransigente defensor de las prerrogativas del Jefe del Estado …» y luego agregó que la intervención en la designación de los altos mandos militares «es una atribución privativa del Presidente de la República, y seré celoso cautelador de mis atribuciones constitucionales». Volviendo a salir a escena, las clases dominantes corearon que la respuesta del «senador don Salvador Allende» no les satisfacía. Para el último acto de la comedia, Allende varió su tono de gran señor y rajadiablos por el de «demócrata y republicano» complaciente y, desplegando todo su histrionismo, habló de «respetar la independencia y la condición de profesionales y apolíticas de las fuerzas armadas». Con tales subterfugios y escenificaciones, envoltura de compromisos con el imperialismo y la reacción, allanó Allende el camino a fin de ser ungido presidente.
A partir de esa entrega pública, Allende pasó a ser un pregonero de las «virtudes» de los militares. No bastándole elogiar como «demócratas y patriotas» a las fuerzas armadas, elogio que en realidad es un permanente reconocimiento en pago de que se le deje conservar a su cargo, hace extensiva su exaltación a toda la historia de los cuerpos represivos chilenos, con la intención de hacer aparecer a los enemigos del pueblo como héroes nacionales. En este triste papel, ha llegado a contestar a quienes denuncian el carácter reaccionario del ejército que ¡»olvidan la conciencia patriótica de nuestras fuerzas armadas y de carabineros»! Para hacer esta cínica afirmación, Allende calla y «olvida» las matanzas perpetradas por esas fuerzas militares a fines del siglo pasado y a principios del presente, en la década del 20 y a comienzos de la del 30, para no mencionar las persecuciones y campañas antipopulares desatadas en 1948, ni los recientes actos represivos contra campesinos y estudiantes. Definitivamente aquí se manifiesta una mentalidad militarista, y antipopular a fin de justificar la capitulación y la práctica del reformismo.
Las «fuerzas armadas patrióticas» que enaltece el seudorrevolucionario Salvador Allende están compuestas por 46.000 hombres del ejército en sus tres armas y 24.000 carabineros que integran el cuerpo policial militarizado, 70.000 hombres en total que constituyen el aparato armado más grande de América Latina en relación con la población, un aparato que cuenta con una ayuda militar norteamericana sólo superada por Brasil en el continente y que solo esta por debajo de Brasil y Perú, en cuanto al número de miembros entrenados por la maquinaria militar yanqui. Y son estas fuerzas armadas al mando de cuadros preparados y mimados por el imperialismo norteamericano, las que Allende pretende presentar como patrióticas y neutrales en el proceso político chileno! El hecho de que las fuerzas armadas «no intervengan» en los momentos en que todo va bien para los opresores, como ha ocurrido en algunos períodos de la vida política chilena, sólo indica la eficacia del control por parte de la minoría gobernante proimperialista: en la sociedad de clases, el respaldo y la defensa del orden y de las instituciones equivale a respaldar y defender los intereses de las clases que para imponer su dominio instauran ese orden y esas instituciones. En ninguna parte del mundo existen fuerzas armadas neutrales. El respaldo brindado por el ejército chileno a los gobiernos de turno no ha sido otra cosa que una clara intervención a favor de la minoría dominante y en contra del pueblo. Allende habla de » no intervención» con el propósito de encubrir la participación reaccionaria, cruenta e incruenta, de las fuerzas armadas en la política chilena. Actualmente, la no intervención de las fuerzas armadas contra el gobierno de Allende armoniza maravillosamente con la no intervención del gobierno de Allende en los intereses antipopulares y proimperialistas de las clases dominantes.
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Para probar la bondad de la llamada «vía chilena» hacia el socialismo en lo económico, se han venido utilizando como punta de lanza propagandística las medidas tomadas por Allende para nacionalizar algunas empresas. A este respecto es necesario empezar por aclarar que la nacionalización no es sinónimo de medida socialista, ya que lo que define el carácter de la nacionalización es la naturaleza del Estado que la realiza. Bajo el Estado capitalista, la nacionalización es una medida burguesa que da lugar a un capitalismo de Estado y que está al servicio de los intereses de los monopolios, no siendo diferente, en esencia, del capitalismo privado. Lenin enseña: «En un Estado capitalista el capitalismo de Estado significa que es reconocido y controlado por el Estado en beneficio de la burguesía y contra el proletariado. En el Estado proletario se hace eso mismo en beneficio de la clase obrera …». Lo que es necesario resaltar en los países neocoloniales es el hecho de que ese capitalismo de Estado es un capitalismo monopolista estatal dependiente del imperialismo yanqui y ligado al feudalismo en lo interno. De allí que toda nacionalización que se realice dentro de dicho marco económico no sólo no se sale de la órbita neocolonial imperialista, sino que fortalece a las clases proimperialistas. Tal es el caso de las nacionalizaciones emprendidas por la administración de Allende en Chile.
La compra de bancos por parte del Estado chileno, aunque es una medida que se quiere hacer pasar como de «gran contenido revolucionario», no es más que el fortalecimiento del poder financiero del Estado, lo cual, junto con el establecimiento de otros monopolios estatales y las empresas nacionalizadas, configura un caso típico de capitalismo de Estado al servicio del Poder burgués-terrateniente proimperialista y dentro del cascarón neocolonial, que perjudica la vida material del pueblo chileno. Pero para Allende, en un esfuerzo más por desconocer los hechos y como si quitándole su verdadero nombre alejara de su gobierno los espíritus imperialistas, esto «no significa crear un capitalismo de Estado, sino el verdadero comienzo de una estructura socialista». A esta impostura ya se había referido Lenin: «Pues el error más generalizado está en la afirmación reformista burguesa de que el capitalismo monopolista y monopolista de Estado no es ya capitalismo, sino que puede llamarse ya «socialismo de Estado», y otras cosas por el estilo».
Las medidas tomadas por Allende no están destinadas a romper el dominio que el imperialismo norteamericano tiene sobre las arterias económicas vitales para el pueblo chileno y, por tanto, no responden a las tareas democráticas y nacionales que reclaman los intereses de las masas revolucionarias.
Son reformas dentro de la «estructura» económica creada por los burgueses y terratenientes proimperialistas, reformas cuyo resultado máximo sólo puede ser contribuir a que se den condiciones materiales suficientes para que el proletariado y el pueblo chilenos emprendan la revolución democrática antiimperialista que, como dice el camarada Mao Tsetung, «además de abolir los privilegios del imperialismo» tiene la tarea de «eliminar en el país la explotación y opresión ejercidas por la clase terrateniente y la clase capitalista burocrática (la gran burguesía), liquidar las relaciones de producción compradoras y feudales y liberar las fuerzas productivas encadenadas».
Es explicable, entonces, que Allende no clarifique su política económica como dirigida a quebrar la dependencia neocolonial impuesta por el imperialismo yanqui, ni se pronuncie categóricamente por la liberación económica de todos los explotados. Se contenta con hablar de países poderosos y países débiles a fin de no mencionar el imperialismo; se contenta con charlar sobre «nuestra misión es establecer un proyecto social para el hombre» a fin de que se confunda al hombre explotador y opresor con el hombre explotado y oprimido. Además, y como para no dejar dudas sobre la concepción ideológica y política que lo mueve, Allende al recorrer el viejo camino reformista, dice que sólo tiene como «brújula nuestra fidelidad al humanismo de todas las épocas, particularmente al humanismo marxista». Primero, ha existido «humanismo» feudal y «humanismo» capitalista, que son diversas formas «humanistas» utilizadas por clases explotadoras contra las masas trabajadoras; no existe humanismo que esté por encima de las clases. Segundo, tampoco existe algo que se llame «humanismo marxista», lo que existe es una concepción marxista del mundo, la concepción proletaria, según la cual la clase obrera debe luchar contra el imperialismo y todos los reaccionarios hasta eliminar de la faz de la tierra la explotación del hombre por el hombre. Todo esto es algo que comprenden bien el proletariado y los pueblos revolucionarios, y no quienes no pasan de ser almas burguesas que se disfrazan de «humanistas» para ocultar sus servicios a las minorías dominantes.
Con lo anterior se comprende perfectamente que Allende se apresure a calificar su nacionalización del cobre no como una medida que vaya en contra de los saqueadores imperialistas de las riquezas chilenas, sino como un acto que no indica «odiosidad hacia grupo, gobierno o nación alguna», reflejando así su infinita condescendencia con el imperialismo yanqui. Igualmente, en lo referente al hierro, no considera su nacionalización como un rechazo de la expoliación imperialista que lleve a expulsar al pulpo capitalista extranjero, sino que aprovecha la ocasión para recalcar que «el acuerdo con la industria americana ha mostrado una vez más que el gobierno ofrece un trato equitativo al capital foráneo», dejando al descubierto su verdadero papel de traficante. En las condiciones actuales de América Latina, sujeta a la dominación neocolonial, no cabe sino un trato al capital monopolista yanqui que ha venido saqueando nuestras riquezas y trabajo: el trato revolucionario de extirpar definitiva y totalmente ese capital imperialista. Darle un «trato equitativo», como pregona Allende, es recompensarle su expoliación, respetarle su robo continuado y traicionar la causa antiimperialista del pueblo chileno!.
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A pesar de la evidencia seudorrevolucionaria de Allende y su régimen, los oportunistas de derecha, especialmente los revisionistas, no cejan en su empeño de convertir la llamada «vía chilena» en un instrumento de agitación contrarrevolucionaria. Aún más, no bastan los límites de la tierra chilena, ni bastan los confines continentales para el gran sueño reformista: su ilusión quiere cubrir el mundo. Tanta ambición, no puede menos que dirigirse contra el alma misma del marxismo y de la revolución proletaria, agitando falsas banderas «marxistas».
Ya vimos cómo Allende niega en múltiples casos la lucha de clases y el principio de la revolución violenta para resolver las contradicciones que esa lucha plantea. Pero si, según Lenin, «Marxista sólo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado», Salvador Allende es un antimarxista que hace extensivo el desconocimiento de la lucha de clases al desconocimiento de la dictadura del proletariado. Resulta claro que la negación allendista de la lucha de clases es la premisa necesaria para negar el poder proletario y oponerse a la revolución proletaria. Esto significa que el proletariado y los pueblos, en especial los de América Latina, están frente a un siniestro intento oportunista de frenar y desviar la revolución de su correcta orientación contra el imperialismo norteamericano y las clases proimperialistas. Consecuentemente, los revolucionarios proletarios deben librar a fondo la batalla contra este oportunismo revisionista, considerándola como tarea fundamental en el presente. Lenin enseña: «La lucha contra el imperialismo es una frase hueca y falsa si no está ligada estrechamente a la lucha contra el oportunismo».
Allende empieza atribuyéndoles a las revoluciones rusa y china características «diferentes» a las que rigen para Chile, en una tentativa de determinar el caso chileno como una «excepción». Dice que en esas revoluciones se dio «una de las formas de construcción de la sociedad socialista que es la dictadura del proletariado». Absolutamente falso. Lo que se estableció en Rusia y China fueron diversas formas de dictadura del proletariado, a fin de construir una sociedad socialista, y no la dictadura del proletariado como una entre otras formas de llegar al socialismo. La Comuna de París constituyó la primera forma de dictadura del proletariado; el poder soviético, creado bajo la dirección de Lenin, es la segunda forma de dictadura proletaria, y la dictadura democrática popular establecida en China bajo la guía de Mao Tsetung es otra forma más de dictadura del proletariado. Se dan, pues, para la construcción del socialismo, como dice Lenin, «una enorme abundancia y diversidad de formas políticas, pero la esencia de todas ellas será, necesariamente, una: La dictadura del proletariado». Pero para Allende ahora existe otra forma de llegar al socialismo: mediante su vía, la vía pluralista, la vía chilena, «anticipada por los clásicos del marxismo, pero jamás concretada». Aquí Allende vuelve a mentir en su afán de hacer pasar lo falso por verdadero. Contrariamente a estas falacias, Marx dijo: «La lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado» y agregó que el socialismo se construirá en un período político «cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado». ¿Acaso son estas palabras de Marx un anticipo de la vía seudorrevolucionaria que ha emprendido Allende en Chile a nombre del revisionismo contemporáneo y como un servicio a la política imperialista yanqui?
Apoyado en las falsas políticas anteriores, Allende no tiene ninguna vergüenza en declarar que «Chile es hoy la primera nación de la tierra llamada a conformar el segundo modelo de transición a la sociedad socialista». Como tras esta afirmación está toda la política oportunista de derecha que alientan los falsos comunistas de la Unión Soviética y sus epígonos en todo el mundo, es preciso desentrañar su contenido.
Primero.- Este «segundo modelo», al contrario de la dictadura del proletariado, no necesita que el proletariado y el pueblo conquisten el poder. De allí que Allende diga que «hemos conquistado … con el voto el derecho a ser gobierno y mañana el derecho a conquistar el poder», creyendo engañar con esta frase propia de un charlatán a las masas respecto a la naturaleza de su gobierno. Lenin, previendo tal clase de charlatanería, dijo: «Sólo los bribones o los tontos pueden creer que el proletariado debe primero conquistar la mayoría en las votaciones realizadas bajo el yugo de la burguesía, bajo el yugo de la esclavitud asalariada, y que sólo después debe conquistar el poder. Esto es el colmo de la estulticia o de la hipocresía, esto es sustituir la lucha de clases y la revolución por votaciones bajo el viejo régimen, bajo el viejo poder».
Segundo.- Este «segundo modelo», al contrario de la dictadura democrática popular dirigida por la clase obrera, dictadura del proletariado, que establece «democracia para la mayoría gigantesca del pueblo y represión por la fuerza, es decir, exclusión de la democracia, para los opresores del pueblo», se implanta en base al lema mayor de la burguesía. Dice Allende: «Nuestra vía, nuestro camino, es el de la libertad». «Nuestro camino, nuestra vía chilena, será también el de la igualdad», y «… que cada hombre del mundo sienta en nosotros un hermano». Es decir, la vía «socialista» de Allende se fundamenta en la «libertad, igualdad y fraternidad» burguesa. Con tal principio lo único que se puede establecer es dictadura burguesa para reformas burguesas!
Tercero.- Este «segundo modelo», al contrario de la dictadura del proletariado, presupone un Estado cuya confección sólo cabe en la cabeza de Allende, quien, para no quedarse a la zaga de predecesores tales como Kautsky, Trotsky y Jruschov, ha ideado una «novísima» concepción del Estado que se resume así: «… dentro del Estado… estamos todos». Este Estado de Allende no tiene nada en común con la teoría marxista que considera al Estado como un concepto de clase, como un instrumento de la lucha de clases, y por lo tanto, a todo Estado como la dictadura de una clase determinada. La dictadura del proletariado es el Estado que utiliza la clase obrera para construir la sociedad socialista. La afirmación de Allende no puede tener explicación distinta a la de que, creyendo estúpidas a las masas, recurre a toda suerte de malabarismos y tergiversaciones para llevar adelante su política reformista. En realidad, se precisa de un alto grado de cretinismo para decirle estas sucias mentiras al pueblo chileno y ninguna vergüenza para decirlo en forma que lo escuchen otros pueblos!
En pocas palabras, el «segundo modelo» que Allende «inaugura» en Chile y en la tierra no es sino el mismo primer modelo, ya gastado, que el reformismo burgués opone a la revolución, y a la dictadura del proletariado. Es un modelo que no lleva al socialismo revolucionario marxista sino al «socialismo» que un comunista francés citado por Lenin describía como «un socialismo azucarado… con aires de funcionario panzudo y de respetable cabeza de familia; un socialismo sin audacia y sin locura, aficionado a la estadística, con las narices metidas en contratos de buen entendimiento con el capitalismo; un socialismo ocupado sólo de las reformas y que ha vendido su derecho de primogenitura por un plato de lentejas, un socialismo que sirve a la burguesía como regulador de las impaciencias populares, una especie de freno automático para las audacias proletarias».
Es para esta caricatura de socialismo que sirve la «vía chilena» de Allende y su comparsa revisionista. Bajo la dirección del proletariado, los pueblos, por el contrario, utilizarán la vía revolucionaria, la vía de la Comuna de París, para implantar su dictadura democrática popular y desbrozar el camino hacia el socialismo revolucionario!